14 de diciembre de 2012

Carta sin estampillas al Niño Dios

Llegó Navidad y el tiempo de pedir regalos al Niño Dios. El gran periodista Juan Gossaín hace pública su carta con la esperanza de que el destinatario la reciba.

Por: Juan Gossaín

La Tierra, diciembre de 2012
Señor Don
Niño Dios
El Cielo

Querido y respetado amigo:

¿Cómo están por allá? De por acá, en cambio, no es mucho lo que tengo que contarte porque las cosas continúan exactamente iguales a como las dejó tu Padre, el día del Génesis, cuando hizo la creación de Colombia: un Santos sigue de presidente, Roberto Gerlein todavía es senador, el gobierno y la guerrilla siguen conversando, acaban de anunciar otra vez la recuperación del río Magdalena y la única novedad es que ahora Daniel Samper escribe dos columnas a falta de una: en El Tiempo y en la revista Semana. Ambas salen los domingos, eso sí, ilustrada cada una con una foto suya, aunque diferente. En la de El Tiempo se ve más joven.
Yo sé que te sentirás sorprendido al recibir esta carta. Bueno, si es que alguien puede sorprender a Dios. Para qué negarlo: no había vuelto a escribirte desde hacía 50 años largos. La última Navidad que lo hice me sentí tan defraudado y resentido que juré por ti no volver a hablarte más nunca, a menos que tú me hablaras primero. Me he quedado esperando ese desagravio.
Supongo que Dios tiene buena memoria, incluso para lo que no le conviene, pero, por si las moscas, me permito recordarte los detalles más desgarradores de aquel episodio, del cual no he podido recuperarme por completo después de tanto tiempo. Cómo será que cada vez que llega diciembre empiezo a dormir con sobresaltos, me despierto sudando en la alta noche y hasta me pongo a llorar sin motivos en medio de la oscuridad.
Me quedaste debiendo aquella inolvidable escopeta de balines, con culata reluciente de madera, igualita a la que tenía mi primo Edmond Chejuán. Te mandé la carta en una hoja de cuaderno desde comienzos de octubre, con tiempo suficiente para que no me salieras con disculpas de última hora. Pasé más de dos meses canturreando por la casa y contando los días que faltaban. La espera se volvió emocionante. Ya me veía cazando pajaritos en el Camino Real, en la misma ruta que conduce al mar, o persiguiendo palomas en la plaza de la iglesia. Eso no se le hace a un amigo.
Fueron promesas de cumbiambera. El día de Navidad me dormí desde las cinco de la tarde. A la una de la mañana salté de la cama con el corazón a 1000 kilómetros por hora. Encontré de aguinaldo una camisa de cuadros y un horrendo par de zapatos de cuero para el colegio. Como si fuera poco, papá les había puesto unos carramplones que, al caminar sobre el cemento, sonaban como si yo tuviera herraduras.
Lloré hasta el día de Año Nuevo. Mi madre trataba en vano de consolarme.
—Es que el Niño Dios no encontró en este pueblo una escopeta como esa —dijo, acariciándome la cabeza.
—¿Y por qué no la trajo de Panamá? —le reviré, con la cara hecha un calvario.
—Atrevido —me regañó—. ¿Tú crees que el Niño Dios anda cargando cosas de contrabando? Para que se las decomise el señor Behaine.
Don Elías Behaine es el único guarda de rentas que ha existido en la historia de San Bernardo del Viento. Armado con un palo de escoba, se dedicaba a perseguir con ahínco a los vendedores de fósforos de palo fabricados en Suecia, con un loro pintado en la cajetilla
?Ha llegado el momento de confesarte la verdad completa: tuvieron que pasar muchos años, mientras iba cogiendo madurez —si es que alguna vez la he tenido— para comprender los alcances de lo que había pasado. No podías permitir que yo matara pajaritos indefensos con un arma que tú mismo me habías dado. Acabé por concederte la razón. Dios siempre ha tenido la razón, ni más faltaba. Pero pudiste habérmelo dicho. Parece que no confiaras en tus amigos.
En fin, querido Niño Dios, a estas alturas de la vida ni el palo está para cucharas ni nosotros estamos para recriminaciones. Te voy a dar una segunda oportunidad. Espero que este año te acuerdes de mi escopeta. Insisto ante ti porque me niego rotundamente a solicitar los servicios profesionales de Papá Noel. No se puede confiar en un caballero gordo que se pasa la vida paseando en una carretilla voladora tirada por venados blancos, en vez de ponerse a hacer ejercicio; que se viste con el mismo atuendo de los empleados de McDonald’s y que pasa la vida entera riéndose sin motivo. Aquí, entre tú y yo, donde no nos oye nadie, te cuento que a mí me parece que ese hombre se mantiene borracho.
Además, según las tradiciones nórdicas, Papá Noel entra a las casas por el tiro de las chimeneas a dejar sus regalos. ¿Y entonces los niños del trópico somos hijos de menos madre porque no tenemos chimenea, ni falta que nos hace? Dímelo tú, Niño Dios, que lo sabes todo: ¿Por dónde se mete Papá Noel a una casa de Montería? ¿Por la nevera?
De manera, pues, que este año espero que por fin me traigas el regalo que me estás debiendo. Te prometo que no lo usaré para matar pájaros ni para perseguir lagartijas por el patio. Lo único que quiero es comprobar que las quimeras existen y que las fantasías de los niños se vuelven realidad aunque sea con medio siglo de retraso. Te lo digo yo: si no existieran las ilusiones, esta vida solamente sería un largo ensayo para la muerte.

Tu amigo que te quiere, a pesar de la escopeta,

Juan Gossaín

P.D.: Si no recibes esta carta, avísame para mandarte otra.