14 de febrero de 2003

Saruman Bush

Por: Eduardo Arias

El ejercicio es sencillo. Basta ponerle una larga barba blanca a George W. Bush. O, si lo prefieren, vestir a Saruman el Mago con esa chaqueta verde de matón de esquina que se pone George W. Bush cada vez que amenaza con bombardear aquí o allá. El discurso es el mismo. Un nuevo orden. (Como Hitler, sobra decir). El sistema para lograrlo también es el mismo. La economía y la industria al servicio de la guerra. La filosofía ambiental es la misma. Aniquilar los bosques, llenar de gases tóxicos la atmósfera y volver negro lo poco que queda de azul. (A propósito, qué divertido sería que los Ents, guardianes de los bosques, se enfurecieran y les dieran aunque fuera un pequeño susto a Peñalosa, a Mockus, a María Consuelo Araújo, a los del Acueducto, a los del IDU que se han encargado de acabar con los árboles de Bogotá).

Como en la película La Comunidad del Anillo, esta guerra se maneja desde dos torres. Washington, la de Saruman Bush. Londres, donde opera Tony Blair en la etapa decrépita y pelele de Theoden, rey de Rohan antes de que Gandalf quitara el hechizo de Saruman. Si tuvieran portaaviones y Tornados y F-16 suficientes, ese triste trono podrían también ocuparlo Schroeder, Aznar, el mismo Menem si lo reeligen, en fin, tanto lacayo de turno que se cree parte de la historia por hacerle venias a George W. Bush.

Saruman es Osama Ben Laden, corregirán presurosos quienes creen ?o les conviene creer por razones comerciales o simplemente para que les renueven la visa? que Estados Unidos es el país de la libertad, de las oportunidades, el guardián de la democracia. Tal vez por la barba y la túnica. Pero el odio irracional y el discurso fundamentalista son rasgos comunes a Ben Laden y a Bush.

Hay una diferencia de fondo, observarán los teóricos expertos en geopolítica. ¿Cómo comparar a La Comunidad del Anillo y a sus aliados con déspotas y sátrapas de la talla de Hussein o Kim Jong Il o terroristas despiadados como Osama Ben Laden? (En el hipotético caso, claro está, de que Osama Ben Laden no sea otro invento de la CIA, como el avión que se estrelló contra el Pentágono el 11 de septiembre de 2001). No hay que compararlos por una razón muy sencilla. La Comunidad del Anillo no son ellos. Ellos son la disculpa que tienen Saruman Bush y sus títeres para aplastar a la verdadera Comunidad del Anillo. Es decir, al resto de la humanidad.

Los que sienten aversión por el poder y ejercen la violencia desde la legalidad.

Los que sienten terror por las verdades absolutas, las causas justas que se emprenden a nombre de esas verdades que terminan en masacres, holocaustos, terror, muerte.

Los que detestamos ese mezquino concepto de globalización que consiste en uniformar a todo un planeta de acuerdo con los dictados de Estados Unidos en vez de unirlo en torno al conocimiento, respeto y goce de su diversidad.

Los medios de comunicación, atrapados en la paranoia de las banderas, los discursos de los Buenos contra los Malos, los himnos, las cruzadas y las causas justas, suelen tachar de ‘loquitos‘, ‘hippies-que-se-la-fumaron-verde‘ y demás términos despectivos a quienes se atreven a disentir. Pero ahí está la disidencia. La Comunidad del Anillo. En la edición de la revista Semana del 27 de enero se publica un artículo acerca de los Escudos Humanos, un grupo de voluntarios norteamericanos y europeos que partieron de Londres rumbo a Bagdad para estar al lado de las posibles víctimas de los bombardeos. Otros protestan en las calles de Washington, de Tokio, en Ciudad de México, en la Antártida. Seguramente todo será en vano, es muy probable que los Orcos a bordo de sus portaaviones, sus Tornado y sus F-16 se salgan con la suya. Y que los medios de comunicación celebren una vez más el triunfo de la democracia y la libertad.

Como en el final de Las dos torres, la predicción de la Comunidad es la misma: Saruman Bush se viene con todo. La guerra será terrible.

Faltó poner por algún lado a Sharon. En fin, un modelo en menor escala de todo lo anterior. Porque el decorado es el mismo. Sombras, tinieblas. Un nuevo orden.