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10 de febrero de 2012

Zona Crónica

Tras los pasos de Baldor

Entre tortura y fascinación, todos recordamos el álgebra de Baldor. El cronista Sandro Mairata buscó más allá del árabe en la portada del temible libro y descubrió que la vida del cubano Aurelio Baldor fue más compleja y fascinante que los problemas que planteó.

Por: Sandro Mairata

Escucho a mis amigos cercanos decir que Baldor era “un francés” y que él mismo era ese árabe en la portada de Álgebra, el grueso texto de ejercicios y teoría matemática que por décadas ha circulado en las aulas de Latinoamérica. Es fácil comprobar que la mejor edad para hablar sobre “el Baldor” es de treinta años en promedio; una amiga colombiana cuenta que cuando niña ansiaba “tener un Baldor” porque era el libro que usaban las mayores del colegio. Dos peruanas más intentaron reconstruir cómo se practicaba ouija usando el libro en los colegios limeños de los noventa. Una de ellas asegura haber intentado contactar al espíritu de Kurt Cobain. Una compañera de trabajo venezolana me dice que a ella también le tocó padecer “el Baldor” en su estricto colegio de monjas caraqueñas. Y Jorge, un paternal chileno de sesenta y tantos, me pregunta si sé dónde vive Baldor, porque él sí tiene recuerdos muy queridos de sus libros y está interesado en conocerlo. Se sorprende y desilusiona cuando le digo que Aurelio Baldor lleva más de treinta años muerto y enterrado en Miami. (Una escuela en la selva amazónica)

—Lo enterraron el mismo día de mi cumpleaños —me dice Patty, secretaria del cementerio Miami Memorial Park, cuando ubica su tumba en los registros. Pero a ella, nacida el 4 de abril de 1978, no le suena el nombre. Me anota la ubicación: Sección B, lote 1740, fila 6, y un empleado me ayuda a ubicarlo caminando despreocupado sobre algunas placas. Finalmente encontramos a Aurelio Baldor, nacido el 22 de octubre de 1906 y muerto el 3 de abril de 1978. La placa dice “No te olvidamos, tu esposa e hijos”, pero a diferencia de la vasija llena de flores en la placa de al lado, esta tarde la de don Aurelio está vacía. Y no puedo evitar sentir que mucho de su legado hoy está nublado por un austero anonimato; que del hombre que ayudó a educar a tantos latinos, fuera de Cuba o Miami se sabe casi nada.

Aurelio Ángel Baldor de la Vega, nacido en La Habana, era delgado y apuesto. Su metro noventa y cinco de altura amplificaban el aspecto de su piel tostada y su mirada intensa retocada con un aire apacible; las cejas arqueadas debajo de una frente amplia y un cabello de ondas caribeñas que intentaba dominar peinándolo con gomina de modo impecable hacia atrás. En su mejor momento profesional gustó de vestir elegante, siempre de traje y corbata, y aunque sea difícil de creerlo, nunca se hizo rico con la venta de sus libros. Ni él ni su familia asentada en Estados Unidos han recibido regalías por las sucesivas ediciones de Álgebra o de Aritmética que se comenzaron a distribuir desde México a comienzos de los años sesenta.

Ambos libros vieron la luz primero en La Habana desde 1941 como material de clase en su prestigioso Colegio Academia Baldor, el centro de enseñanza más afamado de la Cuba precastrista. Una tercera obra, Geometría plana y del espacio y Trigonometría, la firma no Aurelio, sino José Antonio Baldor, primo suyo y exprofesor del colegio, quien salió de Cuba rumbo a Venezuela, donde permaneció hasta el final de sus días. Con la huida de los Baldor, el régimen reeditó todos los libros, a veces retirando los créditos de autor, pero conservando sus contenidos.

Baldor no fue ni pedagogo profesional ni matemático de pergaminos, sino abogado graduado en la Universidad de La Habana. Empero, sus biógrafos lo llaman “sabio y emprendedor pedagogo cubano” y las numerosas promociones que se educaron bajo su cuidado y emplearon sus libros de texto aún se enorgullecen de denominarse ‘Baldoristas’. Como tales se reúnen de modo periódico en Miami y otras ciudades de Estados Unidos, aun cuando el colegio fue cerrado por Castro en 1961.

—Cuando me veía me decía: “¿Qué pasa, m’ija, cómo estás?” —recuerda Hortensia Alzugaray, promoción 1946, quien integra la Asociación de Antiguos Alumnos del Colegio Baldor, de la cual ha sido secretaria y presidenta. Me dice Magdalena ‘Magda’ Ortega, la actual presidenta, que su predecesora tiene “una memoria fotográfica” de los tiempos del Colegio Academia Baldor. Y en efecto, Alzugaray me describe los tiempos en que el doctor Baldor dirigió una institución en dos amplias casonas de las cuales era propietario, donde en las ceremonias religiosas las niñas usaban mantillas y los equipos de baloncesto, natación y béisbol eran los más reputados de la isla. El Colegio Academia Baldor tenía 3500 alumnos y poseía una flotilla de 32 autobuses propios para transportarlos por toda La Habana.

Baldor gustaba de dar clases de matemáticas y era célebre su estricta actitud en el salón. “También era un gran orador. Lindo, lindo. Podía hablar hora y media y nadie se aburría, porque los discursos de él te llegaban al alma”. Alzugaray desarrolló gran afecto por su director y su colegio; luego de graduarse enseñó allí mismo Taquigrafía, Mecanografía y Archivo por diez años hasta casarse con otro profesor baldorista, Manuel Calvo, quien enseñaba Matemática y Español. En abril de 1978, la mujer estuvo en el entierro de su mentor.

—Pero con todo lo que quise al doctor Baldor, a mí nunca me han gustado las matemáticas —me confiesa con una risa que envuelve cierto remordimiento.

En su rol de educador, Baldor fue testigo de lo insufrible que para tantos estudiantes resultaban las matemáticas. Pero él amaba los números como amaba al Dios católico de sus padres, Daniel Baldor, copropietario de una fábrica de chocolates, y Gertrudis de la Vega y Sirvens, quien se dedicó a las labores de casa. El pequeño Aurelio Ángel nunca pudo disfrutar a su padre, ya que este murió poco después de haber nacido. Criado por su madre, en sus últimos años de soltería ya tenía las versiones finales de Álgebra y Aritmética listas para usarlas con sus alumnos.

—Me acuerdo de mi padre como lo más cercano a la santidad que yo conozco —me explica sentado en su oficina de la Universidad Internacional de La Florida (FIU) Aurelio Baldor Jr., uno sus siete hijos—. Nos hacía rezar el rosario todas las noches en casa —dice, hoy con setenta años y convertido en instructor y asesor del Departamento de Lenguas Modernas.

Le pido a Aurelio Jr. que me hable de su padre en términos más mundanos. Era aficionado al boxeo y al béisbol, concede el hijo. Resultó ser gran atleta en sus tiempos en el Colegio de Belén. Y admiraba a José Martí, a quien “citaba, conocía y estudiaba” siempre con café al lado y un cigarrillo en la boca —costumbre que facilitaría el enfisema pulmonar que le costó la vida.

—No es fácil de entender, pero realmente la vida de mi padre se reducía a estar en casa, ir al trabajo, practicar teoremas y dedicarse a su familia —contesta Baldor Jr.—. No era un tipo muy sociable fuera del colegio. Se levantaba cada día a las cinco de la mañana, y cuando preparaba un discurso de graduación los muchachos lloraban de emoción al escucharlo. En los meses de verano, cuando no había trabajo para los choferes de los autobuses, él se decidió a pagarles igual, algo que nadie hacía en ese momento. Y había casos de chicos que no podían pagar por estar en el colegio, y él daba becas gratis que nadie sabía. Solo en años recientes nos hemos ido enterando de quiénes estudiaron gratis en el colegio.

—Yo estudié becada —explica Alzugaray—. Mi madre fue a hablar con el doctor Baldor para ver si nos rebajaban los pagos porque estábamos en una mala situación y en lugar de ello me dio una beca.

El apellido Baldor, según Aurelio Baldor Jr., tiene origen belga. La familia directa proviene de Cantabria, en la región vasca al norte de España. Val d’Or, o Valle de Oro en francés, es su forma original, y de hecho en la actualidad denomina a una localidad canadiense de Quebec. Baldor se casó en 1940 con Moraima Aranalde, una sonriente joven de amplias mejillas y tez clara que hoy tiene 98 años. Dedicada a la maternidad y las labores de apoyo a su esposo, “que yo sepa, tía Mora nunca (tuvo empleo)”, me explica en un correo Esperanza Díaz de Mañas, sobrina de ambos. Además de Aurelio Jr., los hijos Baldor Aranalde son Daniel (68), Carlos (69), José Luis (64), Gertrudis (61) y Teresa (60). Un hermano más, Rodolfo, murió de 49 años tras un paro cardiaco hace varios años. (Una clase con el mejor bartender del mundo)

El primer local del Colegio Baldor estuvo en la calle 23 de El Vedado, en la zona céntrica de La Habana. El éxito temprano hizo que en 1941 el colegio se dividiera en un centro de enseñanza primaria en la esquina de la avenida de los Presidentes con la calle 17, y un centro técnico-superior en la misma avenida de los Presidentes con la esquina de la calle Línea.

—Mejor colegio no pudo haber —me dice Sarah María Sanguily, Promoción 1950—. Se estudiaba desde las ocho de la mañana hasta el mediodía, se almorzaba y de ahí hasta las cuatro de la tarde. Luego seguían los estudiantes que entraban por la tarde. Era una alegría tan grande estar ahí, había una unidad entre nosotros que el que salía quería regresar, queríamos mucho a nuestros profesores.

Si pareciera que el tiempo ha embellecido los recuerdos de los antiguos baldoristas, los anuarios del Colegio Baldor dan fe de una belle époque habanera increíble. Las fotos muestran alumnos saludables, laboriosos y felices practicando deportes, en actuaciones, en la primera comunión y en salones con maestros bien pagados; un sueño que se terminó en abril de 1961 cuando la revolución confiscó el colegio y decretó “depurar” a Aurelio Baldor. Fidel Castro había ido en persona para tratar de captar a Baldor, quien se negó, acelerando su desdicha.

Aurelio Jr. prefiere no dar nombres, pero explica que un exalumno baldorista que peleó junto a Castro en la Sierra Maestra le dijo a su padre: “Usted no sabe quiénes son esos”. Se decía que Raúl Castro había ordenado arrestar al doctor Baldor, así que este se comenzó a preparar para dejarlo todo atrás. En una entrevista que la revista Diners le hizo en el 2000 a Daniel Baldor, este cuenta que un coronel llamado Ramón Barquín López medió para proteger a su padre, pero si Barquín es la misma persona que menciona Aurelio Jr., este no lo piensa confirmar. Daniel narró además que un contingente castrista fue enviado a casa para arrestar a su padre en septiembre de 1959, pero que Camilo Cienfuegos —tercero después de Castro y el Che Guevara— impidió el arresto, ya que era un gran admirador de Baldor. Cuando Cienfuegos murió en un accidente aéreo en octubre de ese año, la suerte de los Baldor estaba echada.

Fue entonces cuando Aurelio vendió los derechos de los libros a la editorial mexicana Publicaciones Culturales y se armó de capital para huir. Esperanza Díaz de Mañas, sin embargo, asegura que el dinero no se usó para la huida sino para invertirlo en el colegio. Aurelio Jr. insiste en la primera versión de los hechos.

—Fue el gran error de su vida—dice—. Nunca pensó en lo que se convertirían sus obras.

Daniel Baldor, hoy un conocido inversionista miamense, contó más detalles de aquella huida en la entrevista de 2000: su padre les compró boletos de Mexicana de Aviación y los reunió a todos el 19 de julio de 1960 para darles el anuncio.

—Nos vamos de vacaciones para México—les dijo.

Las vacaciones duraron dos semanas y luego llegaron a Nueva Orleans, Estados Unidos. Allí, debido a la segregación racial que afectaba a Magdalena, la nana de la familia, Baldor decidió instalarse en Brooklyn, Nueva York, a donde llegó el 31 de diciembre de 1960. Trabajó en el St. Peter’s College de Nueva Jersey, siempre viviendo en Brooklyn. “Una vez retirado se muda a Miami con su esposa, pero ya sus hijos estaban todos casados y fuera de casa; algunos se quedaron con sus familias en Nueva York, donde aún viven dos de ellos, y otros estaban ya en Tampa y en Miami”, narra Díaz de Mañas.

* * *

Si Aurelio Baldor estuviera vivo yo le encargaría tres libros: uno sobre geometría analítica, uno sobre cálculo diferencial integral y otro sobre probabilidad estadística —me dice Enrique Callejas, director editorial del Grupo Editorial Patria (GEP), propietarios actuales de los libros de Baldor. El 22 de julio de 1976, Gustavo Gonzáles Lewis, fundador del GEP, adquirió los derechos de los libros de Baldor mediante un acuerdo con Cultural Centroamericana de Guatemala S.A. y Códice Ediciones y Distribuidores S.A. de España, quienes los tenían por entonces.

Hace unos años, GEP ordenó un rediseño completo y la colección Baldor fue relanzada en 2009. Un cambio radical fue reducir las portadas clásicas a pequeños detalles en la esquina superior izquierda de las nuevas portadas, dándoles en cambio una apariencia casi ejecutiva. Las nuevas ediciones incluyen un CD que incorpora las reclamadas nuevas tendencias educativas. En el caso de Álgebra, el rediseño supuso la miniaturización de Al-Juarismi, el célebre ‘árabe’ de la portada.

Según Aurelio Jr. y Carlos Baldor, su padre eligió la imagen de Abu Abdallah Muammad ibn Musa al-Khwarizmi, o Al-Juarismi, como portada de Álgebra por la admiración que este sentía por el matemático persa cuyo nombre latinizado Algoritmi dio pie a las palabras ‘guarismo’ y ‘algoritmo’—el proceso de cálculo detrás de la búsqueda de información en Google o del sistema de ‘amigos’ en Facebook. Una versión asegura que la decisión de desbancar a Al-Juarismi fue para evitar asociaciones con el extremismo islámico. Callejas admite que “se consideró el tema”, pero que la decisión final “no la tomamos por eso”.

* * *

Hay un tercer libro nunca publicado de Aurelio Baldor. Es precisamente ese libro de cálculo diferencial integral que Enrique Callejas quisiera tener hoy. Las notas completas las tiene Aurelio Jr., quien no se atreve a responder dos básicas preguntas: ¿Cómo hubiera dispuesto su padre esas notas? y ¿a qué conclusión quería llegar? Aurelio Jr. dice que espera en algún momento encontrar respuestas, pero estoy seguro de que no se atrevería a editar un libro que no esté a la altura de lo hecho por su padre.

Aurelio Baldor vivió sus últimos años en Miami, rehusando honores y rechazando invitaciones a la vida social del exilio cubano. Familiares y amigos coinciden en que nunca le interesó la política, en que el fuego que animó sus primeros años se quedó en su isla y en que nunca se recuperó luego de perderlo todo.

—Mi padre murió en espíritu primero —dice Aurelio Jr.

Daniel Baldor en especial tiene un rencor hacia la prensa desde que Diners le atribuyó la frase “además, era masón” en referencia a su padre. Al teléfono, Daniel rechazó una entrevista conmigo describiendo esa previa experiencia como “repugnante”, “contaminante” y “llena de tergiversaciones”. Si Aurelio Baldor fue masón, eso es algo que todo el círculo cercano de Baldor niega, basados en el fervoroso catolicismo del patriarca.

Me acerqué a la Benemérita Logia Nuevos Horizontes de Hialeah una noche en la que, por coincidencia, los masones miamenses de origen cubano le rendían tributo a Martí. Allí hablé con varios de ellos, y si bien un anciano afirmó conocer a un masón de apellido Baldor en Cuba, cuando le pedí precisar si se trataba del educador cubano, negó que fueran la misma persona. (Una clase sobre Gabo en Aracataca)

Allá en Cuba, la familia Baldor vivía en una pequeña mansión en la zona de Tarará que les ganó una injusta fama de aristócratas, puesto que si acaso llegaron a serlo, fue solo por el trabajo reconocible del doctor Baldor. Aurelio Jr. recuerda que la terraza tenía vista al mar, y al pisar la calle veían la iglesia cerca, como a su padre le gustaba. Y como tantas otras bromas del destino, un vecino de la misma calle no sería otro que el Che.

¿Qué diría Baldor de toparse hoy con iPods y iPads, Facebook, Twitter y Google? Probablemente se ofendería por el grupo de Facebook creado por una chiquilla mexicana llamado “Yo odio a baldor,,& sé que tu también!” (sic). Pero luego de pasado el momento de ofuscamiento por la existencia misma del grupo y sus 25.538 ‘Me gusta’ al momento de escribir este artículo, quizá pasaría su mirada por la descripción del grupo, que a la letra dice: “que se acaben todos los baldores deL mundOo..!!,,por 1 mundo mejOor* :)” (sic). Estoy seguro de que el doctor Baldor se sentiría movido a regalarle a la creadora una beca completa de estudios.

Claramente, además de no saber matemáticas, la nena en cuestión tampoco sabe escribir.

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