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19 de noviembre de 2010

Biografía de un animal inventado

SoHo le encargó al poeta Fernando Dennis que se inventara un animal. He acá el retrato hablado del maravilloso bicho que galopó en su cabeza.

Por: Fernando Denis
_ | Foto: Fernando Denis

La historia de los animales es la historia de un reino y también de una conciencia, una conciencia que ha guardado silencio, porque los animales no hablan y mantienen una solemne lealtad a la naturaleza desde siempre. Ellos encuentran bajo el cielo del mundo el refugio y el efecto.

Hay animales reales como el camello, la hormiga o el ornitorrinco, ese animal rarísimo con pico de pato y cuerpo de castor, mamífero australiano que en lugar de dar a luz pone huevos como los pájaros. Y hay animales fantásticos como el centauro, ese animal biforme que es mitad hombre y mitad caballo; o el cancerbero, perro grande que cuida la puerta del infierno: al que entra lo saluda con el rabo, que es una serpiente; al que sale lo devora. Y está el animal amarillo, animal que pertenece a ambas dimensiones, tanto a lo real como a lo imaginario. Por ser de origen desconocido, de alguna genealogía extraviada en el tiempo, son pocos los que han podido dar testimonio de su existencia, aunque siempre ha merodeado entre nosotros. Quienes lo han percibido aseguran que se alimenta básicamente del ego de la población, por lo cual, se intuye que es gordo y tiene locos por igual a psicoanalistas, biólogos y esotéricos.

En el año 1888, en el paraíso victoriano, el famoso Jack el Destripador, asesino en serie jamás descubierto, se encontró con uno en las inmediaciones del Soho, y ese fatal encuentro quizá marcó su destino y empezó a matar rameras y a escribir malos poemas que mandaría a la prensa local, según contó un ex novio de Mary Jane Kelly, su última víctima, a un periodista del Star. Otra anécdota inglesa del animal amarillo la registra madame Sosostris, una poderosa vidente de la alta sociedad londinense mencionada por el poeta T.S. Eliot en su poema El sermón del fuego. Madame Sosostris dijo haber visto al animal amarillo en una de sus perversas barajas. En el as de copas lo vio risueño y calvo. Ostentaba un luminoso diente de oro.

El gran poeta ruso Serguéi Esenin, quien se fue a vivir con la bailarina Isadora Duncan en una relación amorosa de difícil comunicación (él no sabía inglés y ella no sabía ruso) cuenta que el tenebroso Rasputín escondía un animal amarillo en sus jardines. Antes de ahorcarse con una de las correas de su maleta en el Hotel Inglaterra, en una de sus borracheras delirantes a las cuales estaba acostumbrado, Esenin dijo que Rasputín debió ver el reflejo risueño de ese animal con una rosa en la mano cuando sentía la muerte azul del veneno.

El ego está constituido como un síntoma, reúne las identificaciones, por lo cual no somos eso. El ego no existe por sí mismo, sino por la reunión de circunstancias, causas y condiciones. De esto se alimenta el misterioso animal, glotonamente.

En mi vida de escritor he frecuentado algunos animales raros como los que reseña de manera aguda Nicolás Suescún en su poema Los pájaros de Colombia:

Animales minoritarios y sin alas
de color azul o rojo,
generalmente con corbata
viven y mueren en las altas esferas
se ganan salarios de miedo
y las elecciones no las pierden nunca.

Uno de los actos más ególatras que puede ocurrir es el suicidio. Pero se sabe también que donde más abunda es en el corazón de los malos poetas. Por eso el animal amarillo frecuenta a los malos poetas y suele aparecérseles en metáforas mediocres, en versos cursis, en poemas urbanos y en textos dedicados a ciertas damas "Bonitas" queriendo así reclamar de ellas sus favores, sumergiéndolas casi siempre como una venus en un mar de mermelada. Al animal amarillo le divierten los chistes líricos rebuscados, y los payasos que posan de escritores.

¿De dónde sale este animal? ¿Dónde nos asecha? Es probable que salte de un mal sueño, del incendio de un edificio, de la pesadilla de una modelo o de una actriz. O tal vez saltó de un cuadro de William Turner y no me di cuenta hasta que escribí mi primer libro: La criatura invisible en los crepúsculos de William Turner. Que surja de los bosques como otros animales pequeños o que haya sido creado por una conciencia. Es obvio que su capacidad estética nos desconcierta, y que su extraño poder de aprendizaje crezca con las lluvias.

En un contexto parecido al del animal amarillo alguna vez escribí un bestiario para Casa de Poesía Silva, ese centro cultural fundado por la poeta María Mercedes Carranza, ya desaparecida, y que el periodista Jorge Child llamaba despectivamente 'el Recitadero', donde hablé de algunos animales asombrosos, aunque demasiado cotidianos, y que tienen un efecto terrible sobre nosotros. Hablé de la noche, ese animal de sombra, de su cadenciosa fluidez que solo es percibida por los ojos y que nos obliga a soportar el vértigo de algo desconocido que nos invade infinitamente desde la oscuridad como un fantasma. También hablé del espejo, que está hecho de aguas misteriosas, esos animales de naturaleza vigilante, que los sentimos como un centinela insoportablemente quieto y que no podemos conocer, que no podemos escrutar de la misma manera que él lo hace con nosotros, pero que a diferencia de la noche se puede tocar, palpar, incluso puede quebrarse. Cuando nos miramos en él para reflejarnos ¿Qué largo comercio tiene con nuestra imagen? ¿Qué parte de nuestra alma se quedará con él?

Otro animal, aun más aterrador, es el sueño. Y este animal está poseído de manera escabrosa por dos demonios seculares: el insomnio y la pesadilla. Es un animal huidizo que requiere de nuestra debilidad, de nuestro cansancio. Llega a nosotros con el agotamiento corporal con somníferos, y las brujas y las gitanas tratan de averiguar su significado profético, leerlo, interpretarlo. Es un animal metafísico que parece surgir de un pozo oscuro, y quien diga que lo ha visto es un mentiroso pues de él solo nos queda el recuerdo que percibimos de él al despertar.

Podría hablarles de otros animales igualmente fantásticos como la soledad, el tiempo, la fealdad, el amor, la locura, el aroma. Pero ninguno de estos animales reclamará la atención y el estudio, ninguno nos deparará tanta zozobra intelectual y metafísica como el animal amarillo, que sería digno de aparecer en una página memorable del libro que fabularon Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero, Manual de zoología fantástica.

La fantasía no tiene límites, la magia tampoco. El animal amarillo merodea, yo lo imagino, como un animal inteligente, impajaritablemente risueño, acechando en los sótanos de la biblioteca o en las librerías de viejo, o en el tocador de ciertas damas.

¿Si el doctor Rodolfo Llinás, ilustre colombiano, afamado estudioso de los laberintos del cerebro, asegura que el ego no existe. Si eso es cierto, ¿cómo es que todos lo tenemos? Si el ego es simplemente una invención, como sugiere la ciencia, podrá suponerse que el animal amarillo escapa a toda lógica científica y puede resultar tan descabellado como suponer que el ego no existe, pero vive con nosotros.

Una fría mañana de invierno me fui a leer a la Biblioteca Luis Ángel Arango. Tuve la percepción de sentir la huella invisible del animal amarillo en un poema que escribí sobre una servilleta:

William Ospina le contó a Juana la historia del pájaro lector.
Era un animalito de dos patas y dos alas con cara de niño,
y ojos con ojeras marrones como anteojos.
Se comía la letra b de los libros de la biblioteca de Alejandría,
antes del incendio.
Cada día había menos libros en los estantes con la letra b.
¿Y por qué no se comía la doble v, por ejemplo,
preguntó la niña, intrigada, con los ojos muy abiertos.

William le respondió:
Juana, la doble v es un veneno para los pájaros lectores.

Trabajo incansablemente día y noche en la biografía de este animal misterioso, voy tras las huellas del animal amarillo, en una tarea agotadora, interminable, y cada vez lo conozco menos.