15 de abril de 2008
Testimonios
Qué se siente ser... bipolar
Bipolaridad: qué se siente tener transtorno bipolar
Por: Jorge Cardoso LlinásMe lancé a la presidencia del mundo, caminaba por las calles bogotanas rodeado de escoltas. Un día acepté el ofrecimiento de mi cuñado para comprar un carro en el concesionario que él administraba. Salimos a probarlo y mientras mi cuñado manejaba, yo pensaba en lo que iba a hacer para acabar con la pobreza. La Policía nos detuvo en la esquina de la calle 134 con 19. Le faltaban papeles al carro, nos hicieron bajar y a mí me entraron a la fuerza al edificio que quedaba cruzando la calle. Era la Clínica Montserrat, especializada en pacientes mentales. Todo era un montaje para internarme. Mi reacción de rabia no impidió que las enfermeras me quitaran reloj, gafas, saco y me administraran medicamentos.
Hoy sé que mis familiares hicieron lo mejor. La lucha por la presidencia mundial era solo una de mis metas. Pretendía crear un imperio económico, moví tanta plata que me fui a la quiebra y me llevé buena parte del patrimonio familiar. Pero antes de la manía viví lo opuesto, la depresión. A los 16 años no volví a llegar a casa con las mejores calificaciones del salón; estudiaba más, pero no entendía nada. El cerebro no me respondía. Pasé esa primera depresión a palo seco porque nunca la medicaron. Llegué a la Universidad a estudiar Derecho, donde la inteligencia se me esfumó, era imposible concentrarme, mi memoria se anuló y tenía pensamientos recurrentes de la muerte. Viví un infierno en silencio. Todos me exigían, pero no sabían lo que sentía. Mi novia me llevó a un acupunturista, a un homeópata, a un psicólogo y hasta donde un sacerdote. Conseguí trabajo en un banco, donde explotó la bomba. Actividades que antes significaban una hazaña tipo escalar el Everest (levantarme, bañarme, vestirme), empecé a hacerlas con entusiasmo. A los 25 años me llené de proyectos. En el banco tenía tres secretarias, creé otros negocios, tenía crédito abierto y seis tarjetas para usar.
Hablaba mucho. Supervisaba proyectos. En medio de un río de ideas, una se clavó en la mente: acabar con las desigualdades. Para lograrlo necesitaba ser presidente de Colombia, idea que le dio paso a ser presidente del mundo. Planeé mi candidatura, hice reuniones, conté mi proyecto y contraté escoltas.
Sentía deseos de vivir, era adrenalina inyectada en el cerebro. Mi estado de ánimo se elevó de forma inesperada y me llenó de confianza. No dormía, pero no sentía cansancio, tenía sentimientos de grandeza y un sentido de importancia que desembocó en prepotencia. Era irritable, agresivo, imprudente, hablaba rápido, y hasta alucinaba. Había perdido mucha plata, me iban a echar del banco (pedí licencia para dedicarme a la campaña). Iba a una velocidad y el resto del mundo a otra. Me alejé de mi familia, me fui a vivir a Carmen de Apicalá. Me llené de deudas, perdí un apartamento de mis abuelos. En la clínica me estabilizaron y recibí la noticia: era bipolar. Estuve internado y después de salir caí en depresión. Pensé que la solución era morir, aunque no intenté suicidarme. La energía del cuerpo disminuyó, olvidé las cosas con una frecuencia superior, así que no recordaba ni en qué lugar del parqueadero había dejado el carro. Estuve en depresión seis meses, dos de ellos en nivel profundo, donde todo lo cerebral, anímico, emocional, físico y sexual colapsaron.
No me daban ganas de vestirme, ver a alguien, ni tener relaciones sexuales. Solo quería cerrar las cortinas, apagar la luz y olvidarme del mundo. El médico me recetó antidepresivos y salí de la crisis. Me sentí mejor, así que boté los medicamentos, pero la idea de volver al hospital me hizo aceptar la situación. Ahora a diario tomo una dosis de carbonato de litio que me garantiza un alto porcentaje de estabilidad. También tomo un antipsicótico para no volver a lanzarme a la presidencia del mundo.
Creé la Asociación Colombiana de Bipolares, que hoy reúne a 900 personas. Hay otras asociaciones como la de esquizofrénicos, anorexia y bulimia, depresión y pánico, autismo y Alzheimer entre otras. Todas se reúnen en la Federación Colombiana de Salud Mental, de la que soy presidente.