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10 de junio de 2003

Claudia Lozano o la belleza salvaje

Por: Gregorio Sánchez Fonnegra
| Foto: Gregorio Sánchez Fonnegra



Paul Gauguin fue a Tahití en busca de lo salvaje, pero solo un azar le permitió encontrarlo. No, el mundo paradisíaco del que hablaba la novela de Pierre Loti, que le había prestado Vincent Van Gogh, ya no existía. Los maoríes habían perdido sus tradiciones, habían sucumbido ante la decadente civilización occidental, traída por los burócratas franceses. Y él lo pudo comprobar en carne propia. Recién llegado, se desnudó feliz en el primer río que encontró: un funcionario lo sancionó por atentar contra la moral pública.

El consuelo eran esas jóvenes muchachas, que todavía conservaban una sexualidad alegre y siempre dispuesta. Como su Teha'amana, con la cual se encontraba conviviendo. Sin embargo, algo le faltaba, su pintura no despegaba. Hasta que ocurrió aquel inesperado y feliz hecho.

Un día, al regresar a su cabaña de Papeete ?el pueblo más cercano a donde iba a buscar alguna remesa de París?, la lluvia lo demoró y se le hizo noche. Tuvo que encender un fósforo y de inmediato vio la imagen que nunca olvidaría: sobre el colchón, desnuda bocabajo, con las nalgas levantadas, Teha'amana lo miraba con terror animal. Tuvo que consolarla, decirle que era él, Koke. En el llanto de ella alcanzaba a escuchar una palabra: tupapau. Teha'amana lo había confundido con el maligno espíritu de los muertos, de garras curvas y colmillos de lobo. El mundo salvaje y mítico que había ido a buscar a esas lejanas tierras estaba intacto. De inmediato tuvo una erección. Y la poseyó ahí mismo, la sodomizó. Como bien lo dice Vargas Llosa, por un instante se sintió un salvaje. Al otro día, empezaría a pintar Manau tupapau, su primera obra maestra en la cual coexisten la realidad y la fantasía, el erotismo y lo sagrado.

Claudia se desnuda, toma la misma pose de Teha'amana y la magia se repite. Estamos de nuevo ante esa sexualidad primigenia que ninguna 'civilización occidental' ha podido dominar. Su mirada, a la vez clara y enigmática, le da un toque de dignidad a la imagen que la salvaguarda de cualquier atisbo de obscenidad. Porque en la pornografía no hay mirada, solo cuerpos abandonados. No hay esa oscilación continua que, sin excluirse, va de la carne, del más profundo e intenso deseo hacia algo que llamamos espiritualidad. ¿Por qué ninguna mujer blanca puede representar lo que representó la modelo de Gauguin y ahora, tan naturalmente, hace Claudia? Porque, como dijo un poeta colombiano, la mujer blanca cuando se desnuda no se desnuda del todo, siempre queda vestida de algún concepto, de alguna culpa, de alguna idea racional. No puede, como Claudia, posar solo con su hermoso cuerpo salvaje y con sus dioses invisibles.