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12 de mayo de 2006

Cómo es trabajar con... material radiactivo

Por: Alí Shahla

Unos segundos sosteniendo un plutonio enriquecido sin guantes, te tumban el pelo en horas, te dan náuseas, te llenan los pulmones de líquido y en días te matan. Las desdichas comienzan con un enrojecimiento de la piel, pasan por cataratas, cánceres y deformaciones genéticas que vivirán en las próximas generaciones, y terminan en la tumba. Por eso, nunca entro al laboratorio sin mi "armadura" de bata abotonada hasta arriba, una máscara de caucho que me tape la nariz, unas gafas protectoras y unos guantes que me cambio varias veces mientras meto y saco las fuentes radiactivas en sus respectivos contenedores. Cuando manejo materiales más tóxicos para esa armadura pasa a ser un vestido de caucho y he llegado a parecer un astronauta.
Una de las reglas de oro es lavarse las manos mejor que un cirujano después de cada intervención. Nunca bebo, como o fumo en presencia de esos materiales. Casi no lo puedo creer cuando una colega comenzó a maquillarse allí mismo. Esa misma compañera solía abrir y cerrar su bolso, sacar su celular y anotar cosas en sus cuadernos con las manos enguantadas con las que había acabado de manipular los instrumentos. Ya no trabaja aquí, pero imagino la contaminación que habrá llevado a su casa.
Mi laboratorio no es especial, es un sitio pequeño, parece un taller de mecánica. Tiene puertas muy fuertes y pesadas para contener la contaminación por si hay un accidente. El cesio y demás materiales radiactivos están guardados entre varios contenedores de concreto, como si fuera un juego de muñecas rusas. La gente me pregunta en qué se parece esto a trabajar en una planta de energía nuclear: en nada. Esas plantas son complejos enormes que se encargan del proceso de generar electricidad, y aunque los empleados que están más cerca de la piscina donde está la fuente radiactiva deben usar ropa protectora, el resto de la gente, no. Pero como esos bloques de uranio son mucho más grandes y peligrosos que mi cesio, si llegara a derramarse el agua de esa piscina, o a resquebrajarse las paredes de concreto que rodean al reactor, la radiación se esparciría por todos lados. Eso fue justamente lo que sucedió en Chernobyl.
En todos estos años nunca he tenido un accidente, pero no por ello olvido lo que tengo entre manos: sustancias que podrían alterar mi salud de formas aterradoras.