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12 de mayo de 2006

Cómo es trabajar con... penes

Por: Alonso Acuña Cañas

llevo 48 años de urólogo y 35 de sexólogo. Atiendo unos diez pacientes al día; luego, debo haber visto más de 96.000 penes en toda mi vida, sin contar el mío. Sí. He visto de todo. Desde un tipo que me llamó en su noche de bodas porque no lograba consumar el matrimonio y al que le tuve que poner una inyección para reanimarle su "orgullo" herido, pasando por un paciente con microfalia al que su miembro apenas le medía 4 cm y otro, al extremo opuesto, con 16 cm en estado de flacidez (un desperdicio, pues solo lo usaba una vez cada dos meses), hasta uno que llegó con un lápiz entre la uretra que le llegaba a la la vejiga. Un caso difícil, sin duda. De "placeres" autoinfligidos o de masturbaciones exóticas. He realizado estudios de falometría y llegado a la conclusión de que solo el 15 por ciento del tamaño de los penes tiene relación con el tamaño del resto del cuerpo. Mejor dicho, que eso de las manos grandes no significa absolutamente nada. También encontré en una muestra de 150 penes de hombres caucásicos que el promedio del tamaño de sus penes era de 9 cm en estado de flacidez y 14 cm en erección. Solo crecían tres centímetros en promedio.
Trabajar con el pene de una persona es trabajar con su ego. No es una afirmación machista, sino más bien una simple cuestión de lógica: por lo general, la gente suele hablar de sus migrañas, de sus infecciones intestinales, de sus problemas coronarios o sus deficiencias en el páncreas como si se tratara de un motivo de orgullo, o por lo menos un motivo de compasión. Pero nadie habla nunca de una infección urinaria o una inflamación del prepucio y mucho menos de un problema de impotencia frente a sus amigos. La gente suele hablar de sus visitas al cardiólogo o al otorrino, incluso al gastroenterólogo, pero muy pocas veces se atreve a hablar en público de sus citas con el urólogo. Y la razón muy es sencilla: a veces es vergonzoso aceptar que uno puede estar teniendo un problema por allá abajo. Por eso, los urólogos no solo aprendemos a manejar las condiciones físicas de un hombre, sino también sus emociones.
Como les contaba, a largo de mi carrera he realizado diferentes investigaciones sobre el tamaño del pene y su relación con otras extremidades del cuerpo, escribí El honorable miembro y acabo de publicar un libro de cuentos llamado Cuentos para adictos sexuales. Elegí la urología porque es una de las especialidades quirúrgicas más completas y profundas de la medicina, y porque tiene grandes potenciales para explorar, como su estrecha relación con el comportamiento humano.
Es una profesión muy respetada en el medio, que se abre nuevos caminos. A pesar de que también tratamos otros órganos, como los testículos y los riñones, y de que una buena parte de nuestras consultas se centran en exámenes de próstata, se me pide que hable específicamente del miembro sexual masculino y de cómo es trabajar con él. Pues bien, en muchos aspectos es un órgano como cualquier otro, que se enferma, que hay que cuidar y que también envejece. Una infección puede dar tanto en el pene como en los pulmones y no hay que avergonzarse por eso.
Creo que no hay un órgano más relacionado con los sentimientos de las personas que el pene. Para los hombres, si algo anda mal con el pene, algo anda mal con el ego. Y si no, que hablen los que alguna vez se han preocupado por su impotencia, por una infección de tipo sexual o por el tamaño de su miembro. El pene puede ser la razón del éxito o fracaso de muchas personas; los papás suelen preguntarme asustados por el tamaño del pene de sus hijos, las personas preguntan repetidamente hasta cuándo les va a estar funcionando y todos preguntan siempre si el problema por el que vienen irá a afectar de alguna manera su vida sexual. Por eso, la nuestra es una profesión tan cuidadosa: porque aunque no somos tema de conversación durante los cocteles, sabemos que, en secreto, tratamos algo tan importante y tan delicado, como puede ser el ego de una persona.