9 de marzo de 2005
Diabetes
Es una paradoja. Por ir a solicitar un examen médico para un seguro de vida, yo, que estoy dedicado a ese negocio desde hace 35 años, descubrí que tenía diabetes mellitus. De inmediato dieta, exámenes y pastillas. Dos años después estuve en Boston aprendiendo de la enfermedad y ahí me medicaron insulina. Así llevo treinta años. La diabetes es fundamentalmente educación y autocontrol. La dieta es estricta, sí: una harina, pocas grasas, ni pizca de dulce. Pero en nada me ha impedido llevar una vida normal. Sin embargo, mi esposa y mis hijos han sido fundamentales en esto, pues se han acomodado a mi dieta. En mi casa no se comen helados ni postres, ni cosas harinosas. Cuando las sirven, yo paso.
Es una enfermedad de ricos. No se puede comer sino carne y proteínas. Nada barato funciona: ni maíz, ni arroz, ni pan. Cuando inicié el tratamiento valía cincuenta pesos el frasco de insulina (que dura unos veinte días). Esa primera era de cerdo. Hoy está hecha de sintéticos y cuesta unos cincuenta mil, que es la sexta parte de un salario mínimo. Las nuevas insulinas son maravillosas. Antes tenía que comer entre comidas porque si no me sentía desfallecer. Ahora solo tengo que ser ordenado y precavido. La insulina me la puedo poner hasta por encima de la camisa y en cualquier parte. Hasta en los aviones. Lo de inyectarse antes de cada comida es pan de cada día y el miedo a las agujas se pierde por completo (me inyecto en los brazos, en la barriga, en todas partes).
Una de las cosas más difíciles de la diabetes son las bajas de azúcar. Generan un estado de ánimo que no se puede describir y que con el tiempo hace que uno detecte la baja a leguas. Por eso siempre me acompaña una coca-cola en todas partes: en el carro, la oficina, la casa y hasta en las habitaciones de hotel. Es un alivio tomársela. La primera lección es que no hay nada light. Ni espaguetis, ni arroz, ni chocolate light. Todo es un mito del mercado. Además esas cosas saben inmundo. Una vez le pregunté a mi médico "Si no me hubiera cuidado ¿estaría sobado?". Él contestó: "No estaría". Por eso trato de no comer ni beber en exceso. Si acaso dos whiskies y siempre acompañados de algo de comer. Nada de vino tinto. Lo duro de la diabetes sucede por dentro, a medida que el cuerpo se intoxica con el azúcar que no puede asimilar si uno no se cuida. La diabetes es una compañera permanente con la cual hay que cargar todos los días de la vida. Si uno la recuerda y la jonjolea, siempre se porta bien. Si no la atiende, lo mata.
*Presidente de Seguros Confianza