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20 de junio de 2013

Cuento

El mimo que murió de camuflado

Elenco: Fernando Rojas y Patricia Castañeda, mimo y presentadora originales de la brújula mágica.

Por: Daniel Samper Ospina

Yo le soy franco: al principio ni siquiera lo reconocí, esa es la verdad. Pensé que era uno más. Sí me pareció raro que viniera con vestido de camuflaje, ¿ya?, pero no me pareció raro que fuera mimo. Desde que trabajo en la morgue, habré recibido el cuerpo de unos 15, de unos 20 mimos. No es que lleguen todos los días, pero no era tan raro que llegara uno más, ¿ya? Es medio normal que los maten, porque la gente no les tiene paciencia y son como fáciles de odiar. Se la buscan por imitar a los demás en la calle. Una vez me pasó. Iba caminando por la Jiménez, todos me veían como con risa, yo me voltée a ver qué era, y ahí vi al mimo pegado a mí, que se volteaba igualitico a como yo me había volteado. Me persiguió como media cuadra y yo era todo rojo, la gente mirándome con esa risita y yo sintiéndome como un bobo. Pero tampoco es para matarlos, sino que acá en esta ciudad hay gente muy rata que no se aguanta una chanza.

Recuerdo el cuerpo de uno de los primeros mimos que me trajeron acá a la morgue. Eso escurría sangre por toda la frente. Solo cuando lo limpié con la esponjilla, supe que era mimo, porque antes se veía con un chorrero de sangre por todos lados que le tapaba el maquillaje, pero uno lo iba lavando y le iba apareciendo la cara blanca, los labios negros, las pestañas grandes. Ese era de los que tenían pito, porque hay algunos mimos que tienen pito y hablan como con pitiditos, ¿ya?, y a esos la gente les tienen menos paciencia. A ese que le digo, el pito le quedó en la tráquea, se lo sacaron en Medicina Legal.

Ha bajado el número, pero hubo una época en que era un arrume de mimos los que me tocaba recibir y acomodar en las neveras. N.N. casi todos. La policía recogía el cadáver en el mismo parque, en el mismo andén en que mataban a cada uno, y como los mimos no habían hablado con nadie, no se sabía nada: ni el nombre ni nada. Pobre gente como terminaba.

Porque es gente de todas maneras, ¿ya?, por más mimos que sean. Tienen corazón, sienten como humanos. Y no es de personas degollarlos o darles un balazo en la frente por hacer su trabajo, porque ellos viven de eso, ese es su trabajo, ¿ya?, imitar gente en la calle, entretenerla, que se ría y que les den monedas después. No tienen seguridad social, no tienen carné de salud, no tienen nada, son mimos y ya, como para que encima los maten.

Si usted me pregunta, no sabría cuántos de los que yo recibí acá en la morgue fueron reclamados por sus familiares. No sabría decirle, eso no lo sé. De pronto dos como mucho. Pero casi todos duran ahí meses, y después los recogen los de las universidades con las que la morgue tiene convenios y se los llevan para que los estudiantes los estudien. Eso los pelan y todo, los rajan, y ahí los estudiantes pueden aprender lo que tienen los mimos por dentro, huesos, tripas, todo. Las cuerdas vocales, que son más gordas que las de las personas normales. Los músculos de la cara que los mueven mucho. El estómago. Todo.

Al de esa vez, como le digo, al principio no lo reconocí. Para mí era un mimo más, ¿ya? Tenía de raro lo del camuflaje, pero hoy en día se ve tanta cosa que pensé que era un mimo de verdad del ejército, que ahora el ejército tenía mimos: usted vaya a saber, por subirle el ánimo a la tropa o alguna cosa así. Mejor dicho, al principio eso no me llamó la atención, mucho menos me fijé que las botas eran de caucho. Yo en esas cosas no me fijo, ¿ya?

Fue por ella que supe que ese era el mimo de la televisión. Cuando ella llegó, fue que lo miré bien y supe que ese era.

La mujer estaba toda triste, toda acabada, pero yo la reconocí rapidito porque era la que salía en Oasis, y yo me la veía. Y en La saga, esa también me la veía. Estaba toda triste, como que no lo podía creer. Apenas abrí la cremallera de la bolsa y le saqué el cuerpo sobre la camilla, se puso a llorar y a decir un poco de cosas. Algo de Rafael Chaparro, o algo así, de no sé qué cosas de un huracán pasajero, de que no lo veía desde el programa, que estaba igualito que antes y no sé qué más. Le hablaba al mimo mientras lo veía, ¿ya? Y el mimo todo muerto. El disparo en la frente apenas se le veía, era limpio. Y el resto de la cara toda pálida, porque los cadáveres de los mimos son más pálidos que los de los demás por lo que encima de muertos son todos blancos.

Era el de la televisión, ese era. Yo ahí fue que me di cuenta, ahí entendí todo. El mimo de la Brújula mágica, el programa que yo veía de niño, a mediados de los noventa, por ahí en el 94, 95. Me gustaban la animación de unos muñequitos en plastilina y unos personajes que salían ahí que se llamaban los angelitos empantanados, Parmenio, el agrio, y esta misma niña que lo vino a reconocer y que era la presentadora y luego actriz de las novelas que yo me veía antes. Ahí entendí todo. Habían matado era a ese mimo, malnacidos. Al mimo de mi programa de televisión. Eso sí me dio rabia.

A mí no me gusta hablar de eso porque es para meterse en problemas, pero se lo digo a usted y me callo. Por más que le pusieran uniforme camuflado, nadie se iba a creer el cuento de que el mimo de la Brújula mágica era guerrillero. Ya después yo me puse a analizar y era imposible. El uniforme no le iba por muchas botas de caucho que le pusieran. Eso nadie se lo creía.

El informe militar decía que lo habían dado de baja en combate, ¿ya?, así decía, que era un guerrillero. A un compañero le tocó lidiar con casos parecidos, le traían a la morgue muchachos con síndrome de down, o tipos que él mismo conocía de su barrio, o vagos de la calle, mejor dicho, gente que se sabía que no eran guerrilleros, ¿ya?, y se los pasaban como si fueran guerrilleros. Pero no eran. Pero así les daban permisos a los soldados, entonces, por ganárselos, mataban al que fuera, ¿ya?, y lo hacían pasar como guerrillero, solo que los manes eran chambones y los disfrazaban mal, con botas de otra talla, por ejemplo, o les ponían el fusil en la mano izquierda a un tipo que era derecho, y cosas así.

Pero fueron muy brutos al bajarse al mimo de la televisión, porque ese era mimo influyente, y además nadie se baja a un mimo así, en el monte. Los matan por rabia, por intolerancia, como dice la policía en las cuadrillas que llenan acá mismo en la morgue, y en la misma ciudad, no en el monte. Y nunca por ser guerrillos o por ser mafia o algo así. Nunca porque les dé miedo de que vayan a sapear, ¿ya? Nadie mata a un mimo por miedo a que hable. Y uno encima no se imagina que un mimo se vaya a la guerrilla, porque los mimos son gente, tienen corazón, no serían nunca guerrilleros, la guerrilla es para gamines. Un mimo por mucho asusta a un niño pero sin culpa. Un guerrillero, en cambio, lo recluta o lo mata. Y se lo digo yo que mi primer trabajo fue en una morgue por Caqueta y tuve que recibir cadáveres de niños matados por guerrilleros; esos matan niños sin asco.

Bruto el sargento o el que haya hecho pasar a este mimo por guerrillero si era mimo famoso, mimo de televisión. Eso nadie se lo iba a creer. La actriz se llevó el cadáver. Iba llorando. A mí dio escalofrío. Yo sentí como que me habían matado a mí también así fuera un poquito. No digo mucho, pero al menos un poquito, ¿ya?

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