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25 de julio de 2014

Opinión

Errores que arden

Siento que sobre todo cuando trabajo, he viajado en calidad de mueble.

Por: Margarita Rosa de Francisco (@Margaritarosadf)

En mi columna anterior escribí sobre el lugar a donde nunca volvería. Vino un solo nombre a mi mente, Capurganá, pues la experiencia que viví por esos lados fue especialmente escabrosa; tantas veces se la he contado a mis amigos que me motivó la idea de ser mucho más minuciosa con los detalles y circunstancias que la rodearon tratando de hacerla más emocionante e incluso divertida, pero para algunos no resultó precisamente así.

Desde luego, algunas personas que viven o nacieron ahí, al leerla me expresaron su descontento y de paso me mandaron decir que afortunadamente no deseo volver porque ellos tampoco me quieren por allá. Entiendo que puedan sentirse ofendidos; mi descripción no es nada favorecedora y obedece a una percepción excesivamente emocional como lo son todas las percepciones, muy diferente a la que pudiera tener un intrépido aventurero que seguramente se deleitaría con cada una de las sorpresas que a mí me amedrentaron. Creo de verdad que me he debido guardar el concepto, dado que este texto es público y el tema de las regiones es particularmente sensible. Ha sido sin duda una torpeza de mi parte, pues hay franquezas que son inoportunas, no las merece nadie y son más mala leche que otra cosa. Pues sí, “pelé el cobre” y asumo sus críticas y “troleadas” exactamente por eso, por ser tan mala leche.

Pero, señores, lo peor de la columna “Capurganá delete” no es ni siquiera el hecho de que hablé pestes de un lugar popularmente turístico de Colombia. Lo que es imperdonable es que mi despalome lo ubicó en la costa equivocada. Con toda desfachatez y muy oronda me fui lanza en ristre contra la desesperante humedad de la zona Pacífica, su llovizna empecinada, sus selvas mitológicas y sus reptiles de desproporcionado tamaño. Feliz andaba yo desglosando dizque la personalidad del Pacífico. Por el encendido y entrado en razón comentario de un lector, a través de Twitter me entero de que el corregimiento de Capurganá queda en la costa atlántica. Podría excusarme argumentando que me confundí por el hecho de que pertenece al Chocó, tan cerca de la frontera panameña, y porque conozco el clima del Pacífico al haber veraneado tanto en playas con atmósferas parecidas. Pero no. ¿Cómo es posible que la señora Margarita Rosa haya estado dos meses en un sitio y ni siquiera se haya preocupado por saber cómo localizarlo en un mapa? ¿Cómo se atreve la misma señora Margarita Rosa a ni siquiera cerciorarse de ese detalle tan importante antes de escribir sobre un lugar de la geografía de su país? Ay, sí. Esa clase de errores arden.

Esta anécdota me ha hecho reflexionar sobre un aspecto de mi forma de ser que no me gusta nada. No es la primera vez que me pasa. Siento que sobre todo cuando trabajo, he viajado en calidad de mueble. Me transportan de un punto al otro, me depositan en un set de grabación para que cumpla mi función como una autómata y luego me devuelven a la bodega de donde me sacaron sin que yo me haya tomado la molestia de salir de mi cuarto de hotel. No sé en qué es que me pongo a pensar, me imagino cuántos chocolates me comí ese día, si me ha salido barriga, si habrá algún lugar para correr o en la angustia infinita de que no haya gimnasio. Me preocupa haberme perdido de mirar el mundo por obedecer al ombliguismo en el que me he acostumbrado a vivir.

Lo que más me alarma es que me pasa con los libros que tanto disfruto. Se me olvidan los títulos y no puedo citar a Proust, aun después de devorar los siete tomos de En busca del tiempo perdido, ni a Pessoa, ni a Schopenhauer. Solo puedo hablar de la sensación que me dejaron sus palabras. Leí Hamlet y Lady Macbeth, pero no podría hacer una síntesis decente de los sucesos tan magistralmente relatados en esas obras. Esto no sé si será vergonzoso, pero sobre todo es triste.

Agradezco a la larga que mi metida de pata me confronte con el fondo de ese desarraigo que con frecuencia no me ha dejado enterarme literalmente de dónde estoy parada. Así que trataré de ser más consciente de lo que veo, de lo que leo y de que existen personas afuera que no necesitan sufrir mis “descoloques”. Les ofrezco mil disculpas.

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