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15 de mayo de 2015

Testimonios

Mi papá es Roberto Meléndez (el del estadio Metropolitano de Barranquilla)

No es porque sea mi papá, pero sin duda él, Roberto Meléndez, fue uno de los mejores futbolistas de su época.

Por: Rafael Meléndez
Por Rafael Melendez.

El día del funeral de mi papá es uno de esos que nadie en mi familia olvidará. Era domingo y ya teníamos todo preparado para llevarlo al cementerio Jardines del Recuerdo, cuando apareció un grupo de hinchas del Junior en la catedral y nos pidió que lleváramos el ataúd al estadio. Al principio no nos pareció buena idea, pero nos rogaron tanto que accedimos. Sí, llevamos el cajón al estadio, pero ya llegaremos a eso.

No es porque sea mi papá, pero sin duda él, Roberto Meléndez, fue uno de los mejores futbolistas de su época. Hace 75 años, cuando el fútbol en Colombia empezó a dejar de ser una actividad de aficionados para convertirse en el deporte más practicado del país, mi papá era un goleador temido por todos los arqueros. Fuera de las canchas, se convirtió en uno de los pioneros que llevaron ese deporte al profesionalismo.

Aunque también jugaba basquetbol y béisbol de primera categoría, se dedicó al fútbol desde que aprendió a patear la pelota en el colegio de los hermanos lasallistas. En 1930, a los 18 años, entró a la primera división del Junior. Jugaba de interior izquierdo, lo que hoy se conoce como la posición del 10. Le decían el Flaco Meléndez, pero en realidad no era tan flaco, sino más bien grande, imponente, porque medía 1,92 metros.

Yo todavía no había nacido en los años dorados de su carrera, pero los que jugaron con él siempre recuerdan que era bueno con ambas piernas, sobre todo la zurda, y dicen que pateaba tan duro que tumbaba a los arqueros. La gente iba a verlo por eso. Cuando la selección del Atlántico quedó campeona en los Juegos Olímpicos Nacionales que se celebraron en Medellín, en 1932, el presidente Enrique Olaya Herrera asistió a la final y quedó tan impresionado con mi papá que lo llamó a su palco para felicitarlo personalmente y hacerle un reconocimiento público como el goleador del campeonato.

Soy el cuarto de sus 13 hijos y uno de los tres que le seguimos los pasos en el fútbol, pero ninguno de nosotros llegó a hacer algo parecido. Él fue capitán de la Selección Colombia y se convirtió en el primer futbolista de este país en ser contratado en el extranjero: lo fichó el Centro Gallegos, de Cuba, después de recibir tres goles suyos en un partido en Bogotá, en 1939. Mi papá, además, salió campeón nacional con Junior cuatro veces consecutivas, de 1940 a 1944. También fue el primer entrenador del Equipo Tiburón cuando llegó al fútbol profesional, en 1948. Se estima que anotó 508 goles en su carrera, aunque creo que fueron más.

Por eso, cuatro años después de la inauguración del estadio Metropolitano, en 1990, Chelo de Castro, uno de los periodistas más respetados de la costa, convocó a los comentaristas deportivos de Barranquilla para que apoyaran su idea: bautizar la actual casa de la Selección Colombia con el nombre de Estadio Metropolitano Roberto Meléndez. Después de un año de conversaciones con Metrofútbol, la institución que administra el estadio, finalmente el 17 de marzo de 1991, en una ceremonia en la que mi papá dio un discurso e hizo un saque de honor, le pusieron su nombre.

Desde entonces, los domingos se volvieron días muy especiales. En la tarde, mi mamá hacía un almuerzo enorme, porque a nuestra casa siempre llegaban deportistas y comentaristas a visitar a mi papá. Luego de unos tragos, nos íbamos al estadio a ver jugar al Junior. Así pasaron nueve años que disfrutamos mucho, hasta su muerte, el sábado 20 de mayo de 2000.

Y aquí volvemos al ataúd: salimos de la misa de Roberto Meléndez para el estadio Roberto Meléndez y terminamos irrumpiendo en la cancha, en medio de un partido que jugaba el Sporting de Barranquilla de local contra el Junior. Fue muy emotivo. Los hinchas cargaron el cajón en hombros y dimos una vuelta olímpica. La gente en las tribunas comenzó a aplaudir y no faltó el que sugirió que lo enterráramos ahí. Por supuesto, no lo hicimos. Pero es como si así hubiera sido, porque esa tarde los hinchas gritaban mientras dábamos la vuelta: “Flaco, no te vayas”, “Flaco, esta es tu casa”.

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