Home

/

Historias

/

Artículo

14 de mayo de 2009

Héctor Abad visita a una médium

Por: Héctor Abad Faciolince
| Foto: Héctor Abad Faciolince

Se llama Alba Cerón, es caleña y vive en una unidad cerrada del barrio Villahermosa de Medellín. Estrato tres, para que me entiendan los que no son de acá. El portero nos anuncia —voy con un fotógrafo— y nos reciben los ladridos de una perrita de esas antipáticas pero inofensivas, mucho ruido y pocos dientes, que antes solo tenían las señoras ricas, pero que ahora se han vuelto más populares: una french puddle blanca. Antes de empezar, la médium nos pide un minuto para sacar la perra a hacer sus necesidades, de modo que después no nos interrumpa la terapia. Mientras la perrita mea en la zona verde del edificio, yo observo el sitio donde estoy y donde, teóricamente, se invocará a alguna persona muerta que haya tenido alguna relación conmigo.

El apartamento es común y corriente, de esos en que los arquitectos son capaces de meter todo en cincuenta metros cuadrados: tres habitaciones pequeñas, una salita comedor, una cocineta, un baño. En un cuarto duerme la señora, en otro su hijo (adolescente ausente) y en el tercero, a la entrada, está el sitio donde se hacen las terapias y sanaciones. Y donde los ángeles y los "seres de luz" le van dictando a ella sus mensajes.

En la sala comedor hay lo que suele haber en estas casas: un enorme Corazón de Jesús, una colección de la revista Sánitas, una Última Cena de tela, una Virgen María de porcelana, una televisión grande, un equipo de sonido coreano, y unas cuantas estatuas en fila, africanas. Todo está limpio, ordenado sin histeria, e impregnado de ese infaltable olor a incienso que se asocia con todo lo espiritual.

La perrita orina en un santiamén y observo a mi intermediaria con el más allá, cuando regresa: no tiene mala cara; ni buena cara. No parece una bruja. Nada especial, es neutra, mediana: media edad, estatura promedio, color mestizo, pelo teñido de rubio, uñas medianas y limpias, sencillez en la mirada y en la palabra, al menos mientras no se habla de energías y reencarnaciones. Me dice que cuando le dijeron mi nombre, lo buscó por internet. "Solo para ver qué cara tenía", aclara. Creo que, sobre mí, tiene tan poco conocimiento y tan poco interés como yo sobre ella. Me parece que vivimos en mundos distintos: ella con sus fantasmas y yo con los míos. Ella confiando en los suyos, que son ángeles y seres desencarnados, y yo sin confiar demasiado en los míos, que son solo fantasías, personajes imaginarios que no están vivos ni muertos, y con los que también me toca vivir a ratos.

Entramos a la salita donde se hace la sanación y el contacto con los seres del más allá. La señora me aclara que ella no es médium, como yo creía, sino canal. Para ser médium le falta estar mucho más purificada. En realidad, ni siquiera quiere llegar a serlo porque los médiums corren muchos riesgos: se pueden apoderar de ellos los ectoplasmas. Los médiums dejan que su cuerpo sea poseído por alguna entidad de luz. Ella, como canal, no corre ese peligro. Ella simplemente oye lo que le dicen y lo repite: transmite las palabras que ángeles y seres desencarnados le soplan al oído o a la mente, no sé, y que son los mensajes para sus clientes. La señora no exagera en la tarifa: 20.000 pesos por sesión de más de una hora. Al menos no abusa con su comercio espiritual. Pienso que de algún modo yo también oigo voces, así que no le alego.

En el cuarto del contacto con el más allá, y de la sanación para el cliente, hay una serie de objetos religiosos eclécticos. Se combina lo oriental con lo católico, el cielo y las ánimas con la reencarnación, ángeles y cristos con imágenes de la India: muchas piedras y cuarzos, una estantería con una hilera de libros de esoterismo, medicina alternativa y autoayuda. Eso que, vaya a saber por qué, es conocido ahora como "Filosofía". Móviles que suenan al ser mecidos por el viento de la tarde, una tarde calurosa y llena de luz.

Siempre me pasa igual: en misa, en las malas conferencias, cuando me visitan los evangélicos o los adventistas del séptimo día, los vendedores de aspiradoras y de píldoras, de dietas para adelgazar, de yerbas naturales, de pirámides, y en general toda la fauna de esa gente que vive del comercio de cosas medio inútiles que quieren hacerse pasar como indispensables: comercio con la muerte, con los deseos, los miedos o con las ilusiones, con el más allá que no existe. Cuando me hablan, no puedo concentrarme, entro en una especie de trance en el que las tonterías que me dicen me llegan como de otro mundo. Los ojos se me voltean. Sé que no puedo dudar, discutir, corregir, preguntar: ellos son absolutamente impermeables a toda crítica. Mienten, pero ni siquiera se dan cuenta de que están mintiendo: se creen sus mentiras. Creen en sus pomadas milagrosas, en sus piedras mágicas, en su religión, en su más allá, en sus desencarnados, en las vírgenes, los santos, los dioses, los demonios. A mí me da sueño y adopto una sonrisa lela, que parece de complicidad, una mirada mansa, que parece de interés, pero no siento nada, nada, solo un sueño invencible y una pereza sin nombre de seguir ahí. Si pudiera, me iría.

La dejo hablar y el sonsonete me llega como de lejos, casi del más allá. Dice que me puede ayudar en varios aspectos de mi energía vital: la salud, la economía, las relaciones laborales y el amor. Ella verá el estado de mis chacras y luego hará una terapia adecuada con distintas piedras. Usará un péndulo radioestésico para hacer el diagnóstico en siete puntos clave de mi cuerpo. En esos "vórtices de energía" se verá cómo me manejo yo con mi entorno. Luego invocará a los ángeles y también a una persona que ya su hijo vio en esos días, desde que le anunciaron que yo vendría: es una viejecita de baja estatura y pelo blanco. Podría ser una de mis abuelas, o de mis tías, o algo así, y llamarse Sol, Solita, Soledad. No le digo el nombre de mis abuelas (Eva y Victoria) ni de mis tías muertas (más bien altas y de nombres distintos), pero le sonrío. El sueño me vence; casi ni soporto esta terrible somnolencia que me producen todos los sonsonetes sin sentido, todas las bobadas que más que hacerme sentir engañado o estafado me hunden en la total indiferencia del sueño.

Debo llegar hasta el fondo. Me quito la camisa, me despojo según sus instrucciones de todos los objetos metálicos y me tiendo en la

camilla. Ella en realidad empezó como masajista (cómo me gustaría que en vez de hablar tantas bobadas sobre espíritus y chacras y seres de amor y luz y de desencarnados, me diera simplemente un masaje, pero no vine a esto), pero luego se fue dando cuenta de que tenía poderes para comunicarse con los seres del más allá, y buena energía con las piedras, por lo que cambió de oficio.

Me pone el péndulo en los sitios clave. En los impares debe girar en el sentido de las manecillas del reloj; en los pares al contrario. Me muero de sueño mientras el péndulo gira (empujado por ella, pero ella quizá ni se da cuenta de que lo empuja), siempre en el sentido correcto. A veces, me dice ella, sin la suficiente energía. Pero eso se corregirá con las piedritas. Me pone un antifaz que siento como una bendición, pues ya no me estorba la luz. Empieza a ponerme piedras en la barriga. Me quedo dormido. No muy profundo pues no quiero tumbarle las piedritas que va poniendo alrededor del ombligo, y sobre las piernas. Pero el antifaz me permite cerrar los ojos y dejar de oír.

La cosa dura más de media hora. Mientras yo yazgo ahí, ella recibe mensajes de los espíritus y me los va apuntando en un papelito. Las piedras hacen su trabajo energético en mis chacras. Me despiertan los ladridos de la perrita, pero yo sigo ahí, haciéndome el dormido y tratando de no moverme para que no se caigan las piedras. Cuando al fin me dice que abra los ojos vuelve a pasar el péndulo y ahora en todos los sitios no solo gira en el sentido correcto, sino con mucha más fuerza. No le digo que simplemente ella lo hace girar con más fuerza. Lo negaría. Me dice mensajes del ángel de la sabiduría; algo sobre mi misión en esta tierra, que ya se me olvidó. También mensajes de la viejita canosa y bajita. Yo bostezo. Me dice que para la completa sanación de mis chacras debería volver otras dos veces. Me entrega el papelito. Según las instrucciones de la revista, le pago un poco más de lo que cobra. Me voy. Salí de esto. Al menos hice una siesta. No tengo ganas de pelear. Lo que esta señora hace es una tontería que no hace ni bien ni mal: es inocua.

Como, según Cervantes, no hay libro tan malo que no tenga algo bueno, trato de encontrar alguna frase sensata en la retahíla de frases que me dijo la señora. La encuentro. Sobre el amor hizo con la mano un gesto que me gustó: "No ame así (y empuñó la mano) sino así (y abrió la mano con la palma abierta hacia arriba, como cuando uno quiere liberar un pajarito)". Me pareció una buena fórmula para el amor. Fue lo único que aprendí. Pero algo es algo. Y además hice siesta. Y nada malo pasó. Si quieren leer los mensajes que me enviaron desde el más allá (a mí no me dicen nada, si los releo me duermo), los copio a continuación:

Tú eres un ser de luz; estás llamado a ser llama de expansión de ella.

Pide a Dios (Ser Supremo, La Presencia del Enti, "tuyo soy") que te llene de sabiduría para leer las señales que te envían tus hermanos de Luz (Familia de Luz).

Sé claro en tus peticiones de ayuda, ellos (Familia de Luz) están para ayudarte.

Repite: Yo soy un ser de luz y solo manifiesto luz a mi alrededor. Yo soy el amor divino, llenando el corazón de... para que de él (ella) hacia mí, solo fluya amor Divino.

Amén, gracias Padre por escucharme.

Yo soy la Sabiduría Divina obrando en mi ser y mi mundo. Amén.

Héctor Abad Faciolincezona crónicaCrónicas SoHobrujasHistoria