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12 de septiembre de 2008

Testimonios

Lo que me irrita de...los hombres que van donde las putas

Hombres que van donde las putas los hay, y muchos. Y esto es, precisamente, lo que una mujer como la cronista Josefina Licitra no soporta del género masculino. Al que le caiga el guante…

Por: Josefina Licitra
| Foto: Josefina Licitra

Que un hombre salga con putas no es un problema moral: hay lugares más indecorosos que una entrepierna gastada. El inconveniente, en mi caso, es otro. Es el deseo. Los tipos que sistemáticamente pagan por sexo no me excitan. Son, para empezar, poco originales. Ir al cuerpo de una puta es como ir a Cancún o, peor, a Miami: esos lugares donde estuvo todo el mundo; esos paraísos falsos que ya sabes cómo son incluso si no has ido nunca. En Cancún hay palmeras, agua clara y flotadores con forma de plátano del mismo modo que en la cama de las putas hay una ristra de onomatopeyas cachondas ("mmm", "ahhh", "mmmjuuu") y olor a desodorante de ambientes. Pero el problema, que quede claro, no son ellas: lo suyo es un oficio y basta de romanticismo: para la mayor parte de estas chicas es un trabajo de perros. El inconveniente está en los hombres que las buscan. No me parece moralmente mal, insisto. Es solo que no me mueven un pelo. No hay ni una categoría de varón putañero que me resulte atractiva: o son muy feos. O están viejos. O están jodidamente solos. O se aburrieron de su mujer. O su mujer se aburrió de ellos. O tuvieron un mal día y quieren someter a alguien. O simplemente necesitan descargarse, una variante más sofisticada del retrete. En cualquier caso, suelen ser tipos sin curiosidad por nada. Y sin ganas de hacer nada. Los hombres que buscan putas no quieren conversar de más, ni quieren gastar más dinero que lo imprescindible. A las putas no hay que invitarles la cena, el cine, el taxi de regreso. Y, por sobre todas las cosas, no hay que escucharlas después del sexo: se enjuagan, se visten y se van. No hacen preguntas. No dicen "tenemos que hablar" ni se abrazan al torso de nadie mientras susurran "¿Imaginaste cómo sería un hijo nuestro…?". Las putas, y eso las hace tan gloriosas, se esfuerzan para que los hombres tengan un sexo sin esfuerzo. Bien por ellas, entonces. Pero a mí los cómodos me aburren. Por no hablar, claro, del factor dinero. Tengo un amigo, ya casado, que en sus tiempos de soltero tenía diálogos como este:

—¿Cuánto?

—Diez, incluye bucal y vaginal.

—No, diez por todo, también anal.

—Anal, trece.

—Bueno, trece pero me la chupás sin globo.

—Por ser vos, sin globo te lo dejo en quince.

Está bien: no dejemos nada librado al azar. Ya me dice mi marido que no hay que hacer tratos ambiguos, aunque espero que no estuviera pensando en putas cuando me lo decía. Pero no termino de entender en cuál de todas las líneas de ese diálogo queda alojado el deseo. Porque una cosa es convencer a tu mujer de que sea más puta. Pero otra es pagarle a una mujer porque es puta o —peor— entrar en regateos de zoco mexicano.

Putas eran las de antes y putañeros también. Los griegos, por ejemplo, crearon un modelo de puta bella, sabia y exótica. Eran las hetairas (que en griego significa "compañeras"). Tenían una educación preciosa y algunas tenían estatus: dos beneficios de los que, en oriente, también gozaban las geishas, mujeres ligadas a artes como la danza, la pintura o la ceremonia del té. Estas putas proponían un erotismo de poderes repartidos: nunca quedaba claro quién, la mujer o el varón, era el más fuerte. Y eso era lo lindo del asunto. Pero ahora la mayor parte de las chicas se abre de piernas cuando ya no le queda otra. Nada de libre elección: la puta gozosa es un invento del porno y lo que queda, en realidad, sobre cada uno de los colchones vencidos, es un hilo de esperma y una sensación de dignidades desiguales. Los tipos ya no van con putas para gozar y tomar el té: pagan para mostrar qué fuertes son, y no hay varón más débil que el que necesita explicar lo contrario. Por eso, digo, decía, los putañeros no me excitan. Además, claro, de la cuestión más irremediable: el hombre que va con putas me está dando, por definición, el lugar de santa. Y yo, que cada tanto sueño con ser puta pero soy periodista, no me lo merezco.

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