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12 de mayo de 2006

Testimonios

Carta abierta a César Augusto Londoño

Juan Francisco Arbeláez escribe Carta abierta a César Augusto Londoño

Por: Juan Francisco Arbeláez

Muy querido César Augusto:

Te escribo esta carta, primero que todo para saludarte y expresarte mi más entrañable sentimiento de admiración por tu persona y por ese difícil oficio que desempeñas como comentarista deportivo especializadísimo en fútbol, tenis, golf, baloncesto, esgrima, atletismo, automovilismo, billar, ajedrez, motociclismo free-style, béisbol, bola bocha, ping-pong y rana.
No es fácil conocer a profundidad las reglas de todas esas disciplinas y mucho menos las alineaciones de los equipos en los deportes colectivos, con su historia correspondiente y su correctísima pronunciación en el idioma inglés. De verdad que es una suerte para el periodismo colombiano contar con comentarios tan atinados y profundos como los que, desde hace ya más de 18 años, te caracterizan. Tu paso por los noticieros de televisión ha marcado hito y ha influido para que muchos niños que te vieron en la pantalla y te oyen en el dial tengan la certeza de estudiar una carrera seria y responsable.
Eres distinto a los demás comentaristas: no haces alarde de tus defectos físicos como Wbeimar Muñoz, ni tienes la risita estúpida de Ricardo Orrego; no quieres parecer chistoso como William Vinasco, ni tienes un pelo de lo burro que es Javier Hernández.
Lo tuyo es el refinamiento: lo opuesto a Adolfo Pérez. Tú no te haces el blower para salir al aire. Es más: esa es la única palabra del inglés que no sabes pronunciar. ¿Quién no moriría por tener tu aspecto de muñeco Angelino enfermizo de la Fábrica Nacional de Muñecos? ¿Y quién no vendería su alma al diablo por tener uno de esos vestidos de siete u ocho botones con solapas de camisa de salsómano valluno que son tu sello personal? Acaso no serán esos veinte centímetros de pulseras en tu diestra la fórmula de tu éxito con las mujeres, aun cuando rozas los cincuenta años? ¡Y tu inglés! Ese inmejorable inglés sin acento que te hace diferente. Es curioso, pero ningún comentarista deportivo -es más podría decir que ningún periodista de radio- sabe hablar inglés. Pero tú sí.
Sobra hablar de tus precisas apreciaciones futbolísticas: "Pero Juan José (Peláez): Para mí es mejor que el Barcelona haga goles a que se los hagan. ¿No crees? Creo que la defensa del equipo azul grana es una defensa floja. ¿O no?".
Uno no sabe si reírse o llorar abrazando el radio a la hora del Carrusel deportivo. Pareciera más bien que fueras tú el borrico del tiovivo.
En tus contadas apariciones como comentarista de la Fórmula Uno hablabas de las deficiencias en los frenos de McLaren, cuando, responsablemente, Jorge Cortés tenía que salir a tu rescate diciendo que a lo que tú te referías era a la suspensión, y de paso corregir la palabra "CHEL" por "Shell" al momento de la publicidad. Esa es una de tus poquísimas fallas de pronunciación en inglés. Las de francés, alemán e italiano son también escasas.
¡Caray! Sí que gocé cuando te mandaron como corresponsal a cubrir el Mundial Japón Corea. Hablabas con propiedad de todo. Escribiste para el periódico El Colombiano que "habías visto un japonés crespo", y que "Akito, tu traductora, era igualitica a una paisa, pero con los ojos rasgados" ¿A eso te habrán mandado? ¡Ah, desobediente y díscolo César, si tan solo hubieras hecho tu trabajo!
Es una gran alegría que del Manizales del Alma manen lumbreras como tú. Esa ciudad gris, donde siempre el día anterior hizo buen día, te vio nacer, gatear y fue testigo de tus primeras estupideces. La cúpula de su catedral espera con ansias locas que te recluyas entre sus montañas y no vuelvas a salir jamás. Pero no le des el gusto. ¡Internacionalízate, César! Hazte el emperador de los micrófonos deportivos. Realiza tus sueños, pero trata de hacerlo muy lejos de tu patria. Nadie es profeta en su tierra y tú no estás llamado a ser la excepción.
Te reitero mi aprecio y cariño, y espero que los valores, pues yo debo ser, junto con tu mamá y alguno más de tu ilustre familia, una de las tres o cuatro personas que te quieren.

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