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14 de junio de 2005

La angustia de atajar a un loco

Por: Javier Santiago Torres

Soy enfermero jefe en la clínica San Juan de Dios de Chía. Los pacientes esquizofrénicos son los más difíciles, normalmente. Ellos oyen voces y ven cosas. Muchas veces, las voces les dicen que se ataquen o que se maten. En la psiquiatría se usa el término "código azul" cuando un paciente presenta una agitación psicomotora. A pesar de que uno sabe a lo que va, a domar a un ser humano descontrolado, el susto y la adrenalina son irreprimibles. Siempre se le tendrá miedo a lo impredecible. Más aún, si hablamos de violencia. Un día, el código azul me llevó a la habitación de un paciente esquizofrénico. El paciente venía en crisis y cogió las cobijas de su cama, las metió en la cisterna del baño, empezó a jalar e inundó la habitación por completo. Luego rompió un vidrio y amenazaba con agredir a cualquier persona que entrara a la habitación. Cuando las amenazas pasaron a autoagresión, pensé inmediatamente en las obligaciones que tengo como enfermero; abrí la puerta e intenté calmarlo por medio del diálogo. La regla número uno se encendió en mi cabeza: retírele al paciente cualquier objeto con el que se pueda agredir. Al verme, el paciente soltó el pedazo de vidrio que sostenía y se me lanzó encima. Regla número dos: active el timbre de la alarma. Regla número tres: nunca actúe solo. Un ser humano con agitación psicomotora tiene tres veces más fuerza que en su estado normal. El sistema nervioso se acelera y le da una fuerza animal. A pesar de que alcancé a cogerle ambas manos, el piso estaba tan mojado que me hizo resbalar y soltarle las manos. Me dio un puño brutal en cada ojo. Quedé como un mapache.
Otros pacientes se han tratado de lanzar de un cuarto piso y otro se tiró a un carro en la autopista cuando venía para la clínica. Aquí recibimos gente después de un lavado gástrico por haberse envenenado, otros llegan después de haberse tratado de ahorcar o de cortarse las venas. La agresión física y las lesiones que uno sufre como enfermero son la angustia más grande de trabajar con pacientes mentales. Es una mezcla entre miedo, obligación y ganas de ayudar. Tenemos muy pocos enfermeros y a las enfermeras les queda difícil controlar a un paciente en crisis. Para amarrar a un paciente con una camisa de fuerza (son muy parecidas a las de las películas), mientras el psiquiatra prepara la dosis necesaria de sedante, se necesitan seis personas. Uno de los sedantes, llamado clonacepan, es la misma sustancia que hoy en día delincuentes usan para hacer el paseo millonario. Aunque la preocupación, los nervios y el miedo a ser agredido están presentes, no veo mi trabajo como algo desagradable. La enfermedad mental no es un dolor que duele, es distinto, y los pacientes muchas veces no saben lo que están haciendo.