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11 de junio de 2015

Zona Crónica

La historia de la Tigresa del Oriente

Entérese de cómo pasó de ser maquilladora de estrellas a convertirse en una cantante famosa, alcanzar más de 18 millones de visitas en YouTube y ser declarada la diva del mundo kitsch.

Por: Andrés Sanín

Pudo ser una broma más, pero se convirtió en la broma infinita, solo que los burlados fuimos otros. La historia, como cualquier relato mitológico, se remonta a un lugar apartado, un pueblito perdido que no existiría en el mapa si no fuera por Juana Judith Bustos Ahuite y su viaje al corazón de la selva peruana, en el vientre de su madre. El lugar se llama Constancia y fue el destino donde nació la Tigresa luego de que sus padres recorrieran, en una chalupa, el fiero Amazonas buscando un mejor futuro en la vorágine de las caucherías peruanas. Y Constancia se quedó como el sello del éxito de esta mujer que a los 62 años, cuando muchos se pensionan, logró, a punta de sacar garra, arañar el cielo de la fama.

Su primer hit, cómo olvidarlo, fue Nuevo amanecer, una canción que se resiste al pentagrama y a cualquier intento de crítica bajo los cánones de la música occidental. Es decir, podría triunfar en la ópera china, pero tal vez no, en la de París. Más allá de su discutida calidad musical, se trata de una canción de la que resulta imposible liberarse desde que la exuberante Tigresa, forrada en una sensual licra de leopardo que haría sonrojar al mismísimo Tarzán, la introduce con un “eso, rico, papi” que “canta y encanta” y da lugar a un coro órfico y destemplado que todos hemos entonado, medio en serio, medio en broma:



Y por qué no podrás rectificar

siempre hay un nuevo amanecer

mientras Dios te da vida y salud

aprovecha para ser feliz

mientras Dios te da vida y salud

aprovecha para dar amor.



Semejante oda al amor y a la superación personal pudo haberse inspirado en la relación tormentosa que llevaba con su esposo y que derivó en ruptura. Sin embargo, el nuevo amanecer terminó siendo para ella: fue la oportunidad de transformarse en la Tigresa del Oriente y brillar como el nuevo ídolo de la cumbia amazónica.

Judith era por ese entonces maquilladora de un canal de televisión peruano y por sus manos habían pasado humoristas y estrellas de la talla de Celia Cruz, el Puma, Paloma San Basilio, Raffaella Carrà e, incluso, el escritor y animador Jaime Bayly, célebre, entre otras cosas, por una entrevista a la Tigresa. Como buen francotirador, a Bayly no le costó hacerla víctima de su ironía de limeño inteligente y despertar, a costa suya, las risas de quienes nos sentíamos tan cultos y refinados como para comulgar con sus sarcasmos y mantener el chiste vivo.

Bayly reproduce, en su show, un episodio del circo televisivo peruano, en el que Beto Ortiz, presentador de Enemigos íntimos, acusa a la Tigresa de estar loca. Eso, al menos, según el diagnóstico de un psiquiatra al que el programa contrató sin el visto bueno de su “paciente”. La Tigresa, cómo no, se enciende en cólera y cuando Ortiz la tilda de vieja ridícula, ella, cómo no, le lanza un zarpazo, típico de ella. Bayly celebra la tranquilidad con la que su colega capotea el ataque y, entre risillas, da comienzo a la entrevista, solo que dice no saber si su entrevistada es Judith Bustos o la Tigresa del Oriente. Ella le explica que no está loca, que todas las locuras que hace la Tigresa son parte de su personaje, pero que ella, Judith Bustos, es un ama de casa común y corriente, a cargo de dos hijas. Bayly, todo un caballero, no la llama esquizofrénica, pero explota esa duplicidad identitaria como el mejor material cómico para despertar risas y seguir sembrando dudas sobre la cordura de su entrevistada.

Ya pasado el tiempo y el eco de las risas, hay que reconocer que Judith tenía razón, pero cómo le habría servido un cursillo breve en posmodernismo para explicar mejor que lo suyo no era nada muy distinto a lo que hace una Lady Gaga: construir un álter ego mediático que le dé la libertad de hacer cuanto le plazca, incluido burlarse de las convenciones sobre el buen gusto y la manera como en la sociedad del espectáculo cualquiera, con una pizca de gracia, un vestuario llamativo y una cámara, puede tener sus 15 minutos de fama en internet. Eso, claro, si sigue los consejos que ella misma da en su Nuevo amanecer:



Brinda una sonrisa

sé más cariñoso

ponle alegría

si tú sabes dar amor

entonces serás feliz...



Y famosa. La Tigresa aplicó su propia fórmula: se montó en una chalupa, se olvidó de un pasado doloroso del que prefiere no hablar (ser la quinta de 16 hijos, ver morir a un hermanito entre sus brazos por el hambre, migrar de la selva a la ciudad y soportar los típicos maltratos de esos trabajos domésticos que nadie quiere hacer), se ajustó una peluca de rizos tan anaranjados como su nuevo amanecer, sonrió, bailó y cantó su himno alegre a la reinvención del yo, por encima del qué dirán y de cualquier limitación, incluido un precario presupuesto que no le impidió grabar semejante joya de video, en un zoológico local que, se dice, usaron para recrear el fiero Amazonas.

Por sugerencia de un amigo, sin saber muy bien lo que hacía y sin mayores pretensiones por revolucionar el mercado musical, su obra de arte llegó a YouTube y clic, clic, clic… de un momento a otro, ocurrió el milagro: alcanzó más de 14 millones de visitas, y la Tigresa fue coronada, por los medios en coro, como la reina de YouTube.

Lo suyo fue, en principio, la cumbia amazónica, un género hasta ese entonces marginado a las ondas selváticas radiales. Sin embargo, su gusto por la experimentación la llevó a todo tipo de ritmos y canciones: Mi lindo Perú; Reggaetón del Suri; Trabaja, flojo, trabaja (himno feminista contra los mantenidos); Barata y techera (electrocumbia alucinada); una versión de No llores por mí, Argentina, que haría llorar a cualquiera, sobre todo si es argentino o peronista; Date placer con mi cuerpo, un sugestivo cover de Lady Gaga en el que Berta, una rubia rolliza, lame una baranda; y ese otro hit inolvidable, En tus tierras bailaré, que grabó en honor a Israel junto a otros dos fenómenos de YouTube, el ecuatoriano Delfín Quishpe (famoso por su canción Torres gemelas, homenaje rosa a las víctimas de S-11) y su compatriota Wendy Sulca (célebre por La tetita, oda infantil a la lactancia).

Entre gustos no hay disgustos, pero ¿cómo pudo una hija del profundo Amazonas convertirse en la reina de YouTube? La cuestión podría mantener bien ocupado a algún sociólogo interesado en emprender una disquisición sobre la sociedad del espectáculo en la era de la reproducción masiva en internet. Se ha especulado que todo pudo ser fruto de una broma social: a un fulano le pareció chistosísimo el video y lo compartió con otro fulano, que lo compartió con otro y otro y otro hasta sumar 14 millones de fulanos desocupados, dispuestos a contener la risa y jurar sobre la Biblia que una gran estrella había nacido en Perú. ¿Pero cómo comprobar que todo fue una broma colectiva? ¿Cómo saber por qué motivo misterioso la gente sigue haciendo clic, clic, clic…? ¿En qué radica ese poder hipnótico del clip más popular de la Tigresa y por qué otros de una calidad semejante, simplemente, no pegan?

Se ha dicho que Judith logró montarse en la ola de esa moda estética de lo kitsch, en la que se reivindica lo marginal, lo excesivo, lo exótico, lo empobrecido por una mala factura, y se lo exalta, no sin ironía, por encima de un arte más culto y refinado. Se trataría, según los tratadistas de lo cursi, de saciar el placer prohibido de lo doblemente malo. Interesante tesis, pero ninguna hipótesis o especulación puede realmente explicar a la Tigresa como fenómeno. Ella es inclasificable y resulta imposible saber si es ella la que se ríe, en el fondo, de todos nosotros.

Y es que la tal broma colectiva puede divertirnos, pero a ella la convirtió en la celebridad web de 2011 según MTV Latinoamérica, en actriz, en personaje de reality show, en ídolo de la comunidad gay, en artista de la Warner Music, en escritora, en diseñadora de modas, en invitada de honor a todo tipo de festivales musicales, en cantante de un exclusivo crucero que la llevó de su lindo Israel a El Cairo, en protagonista de una película sobre su vida, en símbolo antibullying, en defensora de los que se atreven a ser diferentes por encima del miedo al qué dirán y, muy pronto, en conductora de su nuevo show de entrevistas en YouTube: Sacando garra con la Tigresa del Oriente. Si alguien se ha sabido reír, en ese viaje alucinado de la selva a la fama, ha sido ella, y de qué manera. Superados los 70 años, solo le faltaba tomarse las páginas de SoHo y confirmar lo que un artículo de la BBC decía de sus atributos: “No cabe duda de que, pese al misterio de su edad, la Tigresa tiene un cuerpo escultural. Una cintura de avispa y unas curvas que tras sus apretados atuendos felinos la hacen aparecer más como un sex-symbol selvático que como una peluquera y maquilladora de estrellas”.

La han acusado de ingenua, pero basta ver con qué malicia capotea las preguntas malintencionadas sobre su edad. “Tengo la edad que tú ves, la Tigresa como personaje nació en el año 2002”, les dice a los de la BBC y se acaba el misterio: tiene solo 13 años, lo que podría significarle a SoHo problemas legales por publicar fotos de una niñita en cueros disfrazada de abuelita.

Desde que llegó Colón a nuestras selvas, el imaginario occidental dividió a los nativos entre caníbales irredimibles y buenos salvajes, incapaces de autogobernarse y de negarse a las peticiones de sus amos. La Tigresa sabe gobernarse, pero no sabe decir no y eso la ha embarcado en todo tipo de aventuras. Sin embargo, eso no significa que sea irredimiblemente ingenua e incapaz de diferenciar el éxito del ridículo. Ella no dice no porque le gusta lanzar los dados a ver qué le depara la suerte y porque no es de esas que se dejan morir de pena o fatiga. Al contrario, siempre quiere más y está dispuesta a todo tipo de provocaciones, como El cuerpo de Cristo, ese video que grabó, parodiando a Madonna, junto a una cantante travesti en una catedral en Argentina y en el que, además de rezar el padre nuestro, cantaba entre gemidos un estribillo que calentó al arzobispo de La Plata y, cómo no, encendió su cólera divina: “Siento mi cuerpo explotar y me arrodillo ante ti, quiero tu cuerpo yaaaa…”.

Quién sabe cuánto polvo se levante o cuántos se enciendan con esta nueva ocurrencia de posar desnuda en SoHo. Lo cierto es que escuchó la oferta y antes de comprobar si se trataba de una broma de mal gusto, ya un trino suyo había hecho el milagro y la chiva de las chivas daba vueltas por el ciberespacio: La Tigresa posaría desnuda para SoHo. Y no, no era en broma.

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