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15 de junio de 2004

Lo mejor de un sándwich está en la mitad

Por: De Eduardo Cabas<br>Para Andrés

Irene Torrebiarte
aproximaciones
104 x 104 cm
Gelatina de plata
2002
www.latincollector.com

Hola, hijo: ¿recuerdas cuando me protestabas, con ojos espantados y bizcos (de ahí que me guste tanto tu nueva canción La declaración del bizco), porque te había tocado ser "el hijo de la mitad, el del sándwich"?
Ese clisé, que usamos los adultos, es porque los segundos hijos generalmente nos sorprenden, nos asustan. Son los más rebeldes, irreverentes, conchudos, los que más brega dan, los que rompen los esquemas familiares y los que tienen que soportar sobre su pecho la genialidad y ejemplaridad del hermano mayor y sobre su espalda el consentimiento, la frescura y la viveza del hermano menor.
Pues sí, te confieso que tenías razón.
Pero hoy que has logrado por tus propios esfuerzos -muy luchados, por cierto- entrar en el complicado camino del éxito con paso firme y has conseguido imponer asombrosamente rápido un estilo artístico original, que ya es icono en la nueva música de nuestra patria y del mundo, me pregunto: ¿Y si no hubieras sido el sándwich, sino la tapa o la contratapa, qué hubiera pasado?
¡Claro que cuesta mucho ser el sándwich! La tendencia de los padres en un alto porcentaje es asumir con preocupación, ante la diferente e inesperada personalidad del hijo de la mitad, que este no va a funcionar por el 'camino correcto', que tiene muchos problemas y conflictos emocionales, que salió 'defectuoso el pobrecito', que lo van a botar del colegio, que como va, no va a salir adelante y que "si no lo hacemos cambiar de actitud".
Entonces, llega la respuesta: más castigos, más cantaleta, más exigencias, más comparaciones, más sicólogos, y más y más de todas esas actitudes 'pastrenses' que finalmente no son otra cosa que el resultado de la angustia del amor y el deseo de felicidad, del cual todos los padres creemos tener la fórmula ideal, cuando se trata de los hijos. Tú, sin querer queriendo, convertiste todo eso en una catapulta para salir adelante.
La verdad, hijo, es que tu madre y yo aprendimos a golpes y con el tiempo a entender con tu actitud lo fundamental de la vida: no hay hijos iguales, por más gemelos que sean, y cada uno trae consigo su propio mundo.
Creemos que la gracia de la existencia consiste en poder sacar a flote ese mundo único que trae cada quien y pasearse con él por la vida, luchando por encontrar el punto de equilibrio ideal que le permita a uno ser, sin interferir con los demás, pero también lograr ser, sin que los demás interfieran con nosotros. Algo así como, 'brillar con luz propia'. Complicada la cosa, ¿no?
Pero no es para preocuparse mucho, porque suena más complicado de lo que realmente debe ser. La prueba está en que tú, como muchísimos sándwichs, lo has logrado, como también lo han conseguido tus hermanos con sus propios mundos. Ahora, viene el reto más grande, que no es otro que mantenerte en la autopista e ir girando ligeramente hacia un lado u otro de acuerdo con tu brújula y sin temor a equivocarte con seguridad.
Recuerdo con satisfacción tus sorpresivos logros: tus amigos, escogidos por ti y tú por ellos, 'cachas' envidiables en tu vida, como también recuerdo tus primeros amores, unas niñas fuera de serie que te enseñaron a encontrar el camino y ojalá tú les hayas enseñado lo mismo. Recuerdo ese amor impresionante de ustedes entre hermanos, Eduardo, Andrés y Juan, lleno de peleas, de competencias, de celos, de envidias, de desacuerdos, pero hoy, totalmente madurado, amor sólido como la roca y muy respetuoso de lo que cada uno es y quiere ser.
Y entre lo que más recuerdo, está ese primer momento en que tú, muy niño, decidiste sentarte al piano y empezar a darle golpes, "golpes negros", como dice hoy tu canción, hasta que casi destruyes sus teclas. Fue tan estrepitosa tu carcajada de satisfacción al sentir la música que brotaba de esos golpes, que no fuimos capaces de hacer ni decir nada. Reías y reías y no parabas de reír. Eran ya más de las 8 de la noche y seguramente los vecinos debían estar prestos a enloquecer, pero sentimos que había que preservar ese instante en el cual estaba "todo tu mundo apareciendo". Así que nos quedamos quietos y nos tapamos un poco los oídos (creo que los vecinos inteligentes también, porque nadie llamó a quejarse). Yo aproveché para tomarte una foto, porque para sorpresa mía al verte frente al piano voluntariamente, nunca había intentado arrastrarte de pequeño hacia la música, ni te había impuesto un profesor de piano, ni te cantaba al oído canciones de cuna para inducirte a la música, ni andaba contándoles a los amigos que tú llorabas con ritmo y melodía, y como dicen en mi tierra, "ni un carajo". Yo quería que tú fueras tú y no yo. (Te mando esa foto, que tu mamá escondió celosamente hasta hoy, porque ahora te pertenece).
Así que concluyo diciéndote: ¿Sándwich? ¿Quién ha dicho que eso es malo? ¿Acaso no está en la mitad lo más sabroso de un emparedado? Bien sé que hoy lo sabes: para que haya un buen sándwich se necesita un par de excelentes tapas del mejor pan. En el medio está esa hoy juiciosa y jugosa locura tuya, de la cual no quitaría ningún ingrediente.
Felicitaciones por ser tú mismo.
Con amor, papá.

P.D: Conversé con tu mamá sobre todo esto y concluimos, sonriendo, que si hoy tuviéramos el derecho de elegir para ti el lugar entre los tres hijos, escogeríamos el mismo: ¡el sándwich!