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15 de agosto de 2008

Lo que me irrita de SoHo

Una de las más fuertes contradictoras de SoHo tiene mucho que decir en nuestro número 100.

Por: Florence Thomas
| Foto: Florence Thomas

Me piden que diga lo que me irrita de SoHo y me imagino que los lectores ya deben suponerlo: la encuentro vulgar, estéticamente pobre, carente de imaginación (lo que puede parecer una paradoja pues los hombres creen que es una revista muy imaginativa), violenta, irrespetuosa y profundamente patriarcal. Pero eso, viniendo de una feminista, no tiene nada de extraño.

Eso lo sabe su director, Daniel Samper Ospìna. Y él espera que desarrolle con gracia y humor lo que es evidente: que SoHo irrita a las feministas. Lo que no sabe Daniel es que afortunadamente SoHo irrita también a hombres y mujeres que lograron acorralar la obscenidad en un país que, es de por sí obsceno.

SoHo espera que yo diga que me irrita profundamente tener que aguantar centenares de páginas llenas de mujeres bellas, siempre y cuando nos atenemos a esta belleza fría y estandarizada de cuerpos entregados y fragmentados, mujeres silenciosas, ofrecidas a la mirada del otro, tan falsamente perversas, mujeres que nos recuerdan dolorosamente que seguimos existiendo para los fantasmas masculinos y que fuera del énfasis sobre lo estético, poco interesamos a los hombres y, en ese caso, a los lectores. Y lo digo

Esta revista espera que yo diga que me parece peligroso seguir ese camino en estos tiempos de tanto malestar de las mujeres en relación con su cuerpo, de las múltiples incitaciones a la manipulación, operación y transformación del cuerpo femenino para poder acercarnos a las medidas de la última modelo de SoHo. Y lo digo.

SoHo espera que la tilde de revista peligrosa donde lo erótico, lo pornográfico y lo obsceno se entrecruzan a menudo de manera confusa. Donde la estética de lo aparentemente bello termina refundida en lo obvio o en el límite de lo vulgar o sea de lo que no se distingue en nada de lo común. Pues bien, lo digo: SoHo es una revista peligrosa.

SoHo espera que ataque a sus lectores. Pues lo hago de nuevo. Y retomo a Marcel Proust, que decía que las mujeres bellas son para los hombres sin imaginación y a mí, definitivamente, me gustan los hombres con imaginación y solidarios con mujeres, sujetos de deseos y de discursos, y no silenciosos objetos del deseo del otro.

Todo esto ya lo saben los lectores. Era obvio y lo dije. Pero también quisiera añadir que en estos últimos años he desarrollado alguna repulsión al ver que para vender modelos de categoría dudosa hay que poner textos de intelectuales y excelentes periodistas. Porque, y no se equivoquen, esta es la ecuación: vender precariedad siliconada y retocada en Photoshop gracias a textos de calidad. ¿Cómo lo logró Danielito

: convenciendo por ejemplo a Alfredo Molano de meterse en una cárcel para relatar una historia triste como la de un preso pobre de Colombia. Pidiéndole a Alberto Salcedo hablar de la vida de los reinsertados. Metiendo a Andrés Felipe Solano en la casa de su muchacha de servicio dos días completos. Y mientras escribo se me ocurre que, en realidad, tu propósito era mucho más perverso: querías montar una revista pornográfica en Colombia y no sabías cómo. Probablemente el grupo Semana no te dejó y tu padre tampoco vio con buenos ojos tu proyecto. Y se te ocurrió que la crónica y el juego de buenas plumas (yo también participé de este juego) podía salvar tu proyecto. Y lo salvó. La vulgaridad es legitimada desde el periodismo. Y no al contrario como tú nos lo quieres hacer creer. La obscenidad es celebrada gracias a los incautos buenos escritores y escritoras que invitas a menudo. Todo esto es triste. Porque Antonio Caballero o Eduardo Arias no merecen ser ofendidos por la mirada vaginal de Aura Cristina Geithner; las crónicas de Salud Hernández no merecen estar acompañadas por un decorado de prostíbulo.

Ahora bien, seguro me van a decir que con mis 65 años a cuestas, yo también me empeloté. Cierto, yo me empeloté con otras 10 mujeres todas de más de 50 años. Y lo hicimos justamente para tratar de agrietar los estereotipos de la belleza, un proyecto que nos parecía pertinente en esos tiempos de dictadura de una belleza estandardizada que enferma y a veces mata. Y sin embargo no fue fácil para ninguna de nosotras: las arrugas estaban ahí, los gorditos alrededor de la cintura y la piel ya no tan tersa nos recordaban a cada rato que desordenábamos los estándares de una belleza prescrita. Pero el deseo fue más fuerte que ese encuentro no siempre grato con el espejo. Por supuesto éramos todas mujeres libres y de alguna manera protagonistas de esta revolución que nos permitió romper con esa idea de que una mujer existe solo cuando existe para el deseo de un hombre. Esto nos salvó. Nuestros cuerpos, ya no tan perfectos pero llenos de experiencias vitales, tenían que existir sin referencia al otro, tenían que existir para nosotras; esto debía ser suficiente. Y es ahí donde uno toma conciencia del peso de lo prescrito culturalmente, de los miles de discursos que nos repiten sin cansancio que el cuerpo de las mujeres existen solo en la medida que entran en la mirada del otro masculino. Sí, en ese viejo teatro de la Candelaria, desnuda ante la fotógrafa y sus ayudantes, lo supe una vez más. Supe también que estábamos tratando de romper con esto. Un grano de arena en un inclemente mar. Pero por supuesto esto no es el propósito de las mujeres de SoHo; ellas están ahí para reforzar los estereotipos y los imaginarios colectivos sobre la belleza femenina que, lo repito, está enfermando tanto a las mujeres hoy día.

Podría además decir muchas otras cosas: que la publicidad de marcas de lujo refuerza el matiz de obscenidad de toda la revista. Que no has sabido cómo desnudar hombres y que cuando lo haces, te avergüenzas. Que tu proyecto de mostrar pobres en una revista de suscriptores ricos es insuficiente…

Y por supuesto Daniel, sé que nada es blanco o negro, ni siquiera tu revista. Habré disfrutado algunas crónicas. Habré gozado muchas de las columnas de Gustavo Gómez. Y hasta tú me caes muy bien. Pero jamás compraré una SoHo. Mi hijo Nicolás, quien es suscriptor, me la trae en un acto de sadismo con su madre… Y cuando la termino de leer, porque la leo, me entra una extraña tristeza ante el trabajo que aún me espera y espera a todas y a todos los que quieren seguir pensando que otros mundos son posibles.