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22 de junio de 2012

Mi peor guayabo moral

Amanecí con un extraño

Me despierto por la mañana con el dolor de cabeza más espantoso. La boca pastosa, todo está a oscuras. Me miro y estoy en traje de Eva. ¡Qué vergüenza! ¿Dónde estoy? Miro a la persona que está a mi lado y me sobresalto.

Por: Fanny Kertzman

Me despierto por la mañana con el dolor de cabeza más espantoso. La boca pastosa, todo está a oscuras. Me miro y estoy en traje de Eva. ¡Qué vergüenza! ¿Dónde estoy? Miro a la persona que está a mi lado y me sobresalto. El suizo. La cabeza me retumba y empiezo en voz alta a decir “I am an idiot, I am an idiot!”, soy una idiota, una completa idiota. Me acuerdo de la noche anterior hasta las doce. De ahí en adelante, laguna total.
Estamos en Canadá. Los embajadores no tenemos nada que hacer. Hay recepciones dos o tres veces por semana, todas iguales. El banquetero es el mismo, el vino es el mismo, los asistentes son los mismos sin las mismas. Los embajadores sin sus esposas. La mayoría son hombres. Del grupo diplomático somos solo siete mujeres, cinco casadas, la otra bien gorda y yo. Entre tanta fealdad me destaco un poco.
De todas las regiones me acosan. Perú está perdidamente enamorado, Argentina quiere pasarlo bien. Zimbabwe y Túnez me coquetean, Túnez más abiertamente, pero demasiado agresivo. Zimbabwe es negro, feo, simpático, somos amigos, pero cuando lo veo no puedo separarlo de la imagen de Mugabe. No, gracias. A Austria se le chorrea la baba, pero el tipo es un tonto. Basta decir que se llama Wendelin.
Y hay un embajadorcito de un país del Pacífico que ya no me acuerdo cuál es. Es morenito pero con pecas. Es un enano, más bajito que yo, para más referencias. Tiene los dientes de adelante separados y la lengua se le adivina entre la apertura de arriba. No habla bien inglés, pero igual se las arregla para pedírmelo. Me río y gozo. En este mundo vacío y con escasas mujeres tengo mucho éxito. La latina.
Todos los años, la Cancillería canadiense organiza un seminario para los embajadores en el lugar más remoto que se les puede ocurrir. Hemos ido a morirnos de frío a Regina, Saskatchewan, y ahora llueve todos los días en Victoria, British Columbia. El tal seminario es una serie de conferencias en la cual los funcionarios canadienses nos venden las bondades de su sistema de gobierno, de su geografía, de su nieve eterna.
Por las noches, a beber. En el bus de ida a la primera cena se me sienta al lado un hombrecillo atractivo, de pelo algo canoso, ojos azules y personalidad arrolladora. No parece suizo, pero lo es. Vivió en Argentina y habla perfecto español. Conversamos todo el camino. Llegamos a la recepción a la casa de la gobernadora. Una mansión espléndida, parece un museo.
La comida, exquisita; trago, a más no poder. Suiza se me acerca y bebemos juntos. Vodka tonic primero, vino después. La comida deliciosa, pero ¿quién se va a tirar el trago? Además Suiza y Colombia están teniendo una conversación muy interesante, ya no me acuerdo sobre qué. No quiero ser cansona y me alejo por momentos, me refugio en mis colegas latinoamericanos, pero Suiza me persigue. Yo no sospecho nada.
A la salida, Suiza me invita a seguir rumbeando. Vamos a un bar donde recuerdo que nos pasamos otra vez al vodka, pero esta vez sin tónica. Nos echamos shots y brindamos por la amistad de los dos países. La bulla no deja oír nada, pero estamos muertos de la risa. Y hasta ahí me acuerdo. Después, laguna total.
Miro a mi lado y Suiza está oyendo mi lamento. Soy una idiota. ¿Cómo llegué acá? Agarro mi ropa y me visto a mil. Son las ocho de la mañana y ya casi tenemos que partir a un paseo en barco. En mi habitación, me baño y me arreglo. Corro a desayunar y allí está Suiza con Alemania. Me siento al lado de mi compañero de parranda y este me ignora.
Estamos en el barco. Hace frío y viento. La cabeza se me estalla, las náuseas son incontrolables. Me tiemblan las manos. Estoy sudando frío y a duras penas me puedo tener en pie. Cerveza, lo mejor para el guayabo. Al segundo sorbo se va la tembladera, pero me sigo sintiendo pésimo. No dormí nada y encima este guayabo físico y moral. Suiza me huye cual la peste. Encuentro una banca y ahí me quedo todo el viaje, tiritando de frío, con arcadas y la cabeza que se revienta.
Suiza solo estaba interesado en pasar una noche de placer. La humillación se une al guayabo y no se cuál es peor. ¡No lo vuelvo a hacer! Pero en ese momento, ¿cómo diablos voy a saber que al año siguiente el turno es para Dinamarca?

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