2 de febrero de 2007
mi abuelo se murió de la risa

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Si hay algo que puedo desear heredar de mi abuelo es su muerte. Se murió de la risa, absolutamente feliz. El buen viejo era un rolo muy rolo, de chaleco, pantalón negro y paraguas. Su afición eran las "sanas" cartas, en especial el bridge. Fue así: estaba el viejo trabajando, siente un dolor y llama a mi abuela: "Chinita, me siento como mal, ven por mí". Mi abuela lo recoge y salen corriendo al hospital. Los médicos van y vienen... Le acaba de dar un infarto, pero no ha sido fulminante: el viejo no estaba destinado a morir en una cama, sino sentado con su impecable chaleco de paño negro. Le recomiendan absoluta quietud y tranquilidad, nada de emociones fuertes. Lleva ya varios días tranquilo, en su casa, y se le ocurre invitar a un par de amigos a jugarse "una partidita de bridge". Mi prudente abuela llama al médico para comentarle la ocurrencia, este no le ve problema. Tal vez porque nunca ha jugado cartas con él, tal vez porque nunca ha jugado bridge, tal vez porque no calcula la fuerza de una emoción.
El juego no es tan simple: una pareja se propone hacer una jugada particular y la otra debe impedir que la cumplan. Mi abuelo lleva la batuta, su fiel compañera le sigue los pasos. Una ronda, dos, tres. Mi abuela no lo cree, es muy rápido, sus ojos se encuentran con una mirada de absoluta satisfacción. De pronto el viejo ríe, ríe mucho, suelta las cartas, se toma el pecho y grita: "Dios mío". La mirada se le pone tan blanca como las cartas. Mi abuela y sus amigos tratan de llevarlo al cuarto, pero ya es demasiado tarde, el jugador se ha "muerto de la emoción". Las "sanas" cartas quedan sobre la mesa de paño verde, uno de los amigos se acerca y las descubre: "Carajo, un doble squiss, ganó hasta el último juego". Así fue como mi abuelo "se murió de la risa", porque le salió "un juego de infarto".