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24 de abril de 2015

Opinión

El “papi” de su hija

Relato de un hombre que no se soporta al novio de su hija, quien, para colmo, tiene la misma edad que él.

Por: Marcelo Birmajer
Por Marcelo Birmajer | Foto: JORGE RESTREPO

Mi amigo Fabián llegó atribulado a mi oficina: “Pido asilo”, gimió. “El papi de mi hija me está volviendo loco. Duermo en el baño, si querés. En la cocina. Excepto sexo, te doy lo que quieras. Te cebo mate. No hablo. No puedo volver a mi casa”.

Su hija Macarena tiene 18 años, y llevaba un año de novia, clandestinamente, con un hombre de 42, un año mayor que el propio Fabián.

Rodolfo, el novio cuarentón, había intentando en repetidas ocasiones poner punto final a la relación, por la diferencia de edad. Pero con el mismo tesón, Macarena había insistido. Lo amaba.

“Lo ama, ¿entendés?”, me explicaba Fabián. “Macarena a mí no me saluda por las mañanas. Se niega a desayunar conmigo. ¡Y soy un año más joven que su novio! Se desvive por ese vagabundo. ¡No le alcanza para mantenerse! Es… músico vocacional. Como se llama Rodolfo, cree que es Fito Páez. ¡Canta a la gorra en las plazas y apenas si le dejan una moneda! ¡Eso es el novio de mi hija! Y es ella la que insiste para que se quede, lo invita a dormir a casa, le pone la mesa, le tiende la cama. Cuando yo le pedía que ordenara un poco el cuarto, me llamaba fascista. Yo escucho a este ganapán hablar como si fuera modesto:

—No, Maca. Hoy prefiero volver a la pensión. Ya estoy abusando. Tus viejos se pueden sentir usados.

—Pero no, mi amor —le contesta Maca—. Si quieren que viva acá, me tienen que aceptar como soy.

“Si quieren que viva acá”, remeda Fabián a su hija. “¿Y dónde va a vivir?”.

“Pero lo que me destroza, lo que me saca de quicio, lo que me expulsó de mi casa es que Rodolfo, cuando me ve, me dice ‘Papi’. ‘¿Cómo estás, Papi?’. Él, que me lleva un año, me dice ‘Papi’ a mí. Viene de hacerle no sé qué cosas a mi hija, y con esa misma boca me dice ‘Papi’. No tiene un centavo, pero yo me levanto y lo veo con la cabeza dentro de MI heladera, y cuando escucha mis pasos, la retira, como un canguro que hubiera estado comiendo las provisiones de mi picnic, y me dice con tono cómplice: ‘¿Nos hacemos un omelette, Papi?’. ¿Nos hacemos? ¡Son mis huevos, la concha de tu madre! ¡Mi manteca! En manteca no quiero ni pensar, porque de inmediato me lo imagino con Macarena, la reputísima madre que lo parió. ¡Mi queso, hijo de puta! ¡No ‘nos hacemos’ un omelette, delincuente! Vos te hacés un omelette, con mi dinero. Entro al baño, y el hijo de puta se está bañando, ¡en MI baño! ¡En MI ‘bañadera’! ¡Se le cae más pelo que a mí! ¡Me tapa la cañería! ¿Y qué me dice, qué me dice? ‘¿Me alcanzás el champú, Papi?’. ¿Sabés lo que hice? Le alcancé un pomo de lavandina. No lo llegó a usar el pelotudo, se dio cuenta. No se da cuenta de nada, excepto de la diferencia entre el champú y la lavandina. Pero imagínate si lograba engañarlo, por ahí se quedaba ciego, y pelado. Igual, Macarena no lo iba a dejar: seguro le hacía de lazarillo, comprándole el bastón blanco y pagándole el tratamiento contra la calvicie. La tiene completamente hipnotizada. Yo apostaría que la narcotiza. Pero para colmo, el cretino es completamente sano. No fuma, no bebe, no se droga. Hacen yoga juntos. De pronto entro en el living, y están los dos en la posición de loto, él detrás de ella, con un pantaloncito delgado de tela blanca que le marca todo, y el Mahatma pedófilo me invita: ‘Sumate, Papi. Meditá con nosotros’.

”Sí, me voy a sumar: voy a rezar día y noche para que te mueras. Todos los días invoco a Shiva, a Vishnu, a Kali, para que se quede impotente, para que hieda, para que sufra parálisis cerebral. Pero sé que nada serviría, aunque los dioses me obedecieran. Macarena no lo abandonaría. Y si lo mato, que lo pensé muchas veces, no haría más que crear un mártir. Es cierto, gastaría menos dinero en su manutención. Pero perdería a mi hija para siempre. Tengo la ilusión de que muera de muerte natural, ya es un hombre en la edad provecta; ¡si es más grande que yo!

”Mi esposa no ayuda para nada. Por el contrario, ahora le agarró el hábito de decirme ‘Papi’. Nunca me había dicho ‘gordo’, ni ‘Papi’, ni ‘viejito’, hasta que llegó este infeliz a mi casa. ¿Hay algo más denigratorio, un atentado peor a tu virilidad, que una mujer te diga ‘Papi’ sin que la estés penetrando? Ahora soy ‘Papi’ para todos. Te soy sincero: Luisa, mi propia esposa, mira cada vez con más cariño a Rodolfo. El retrasado se pasea en calzoncillos por mi casa, y ella le sigue el andar. Que Dios me perdone, pero un día se me ocurrió que quizá Luisa cayera en la tentación… y yo podría contarle todo a Macarena. Como esa película con Jeremy Irons y Juliette Binoche, que el suegro y la nuera se acuestan, y el novio, el hijo de Irons, los ve y se suicida. Pero mi idea sería que Macarena lo eche. De inmediato me imaginé la escena: todos se pedirían perdón los unos a los otros, y ‘Papi’ seguiría viviendo en mi casa como si nada. Ponete un pantalón, te lo pido por favor, le exigí”.

”¿Te avergüenza tu propio cuerpo, Papi?

”¡Hijo de puta! ¡Me avergüenza tu cuerpo, no el mío! ¡Es mi casa! ¡Yo puedo andar en calzoncillos, vos ni siquiera tendrías que estar acá! Pero lo único que pude hacer fue tirarle uno de mis pantalones a la cara, para que se los pusiera, porque los suyos estaban todos en mi lavarropas. Mi jean le quedaba mejor que a mí.

”Pero hoy a la mañana, querido amigo. Hoy a la mañana…”.

Un sollozo ahogado escapó de la garganta de Fabián.

“Entro a mi habitación, a mi habitación… ¡y los encuentro! No te voy a detallar. Me caí. Me caí hacia atrás, como Condorito. Fue como una explosión, un efecto expansivo. Como esos testimonios de gente que está en el lugar de un atentado. Mi hija, mi chiquita… la niña que crie con mi sangre y corazón… Dios mío”.

Lamentablemente, no pude refugiar a Fabián en mi estudio. Yo tengo mis propios problemas. Mi infelicidad es vasta y mi oficina pequeña: no hay lugar para más desdicha en mi bohardilla.

—¿Qué puedo hacer? —suplicó, destrozado, antes de marcharse.

—Esperar que se casen —dije—. Que tengan hijos. Tarde o temprano él le resultará tan estúpido como vos le resultás ahora. Tenés que hacer como los rusos con los alemanes: dejarlos entrar y que después se los coma el general invierno. No te resistas, no intentes vencerlo. Dejá que el tiempo y la vida se encarguen de él.

—Y mientras tanto, ¿cómo sobrevivo?

—Creo que Rodolfo, tu esposa y tu hija te dieron la respuesta: búscate una chica joven hasta que pase el desastre, Papi.


Ilustración: Jorge Restrepo

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