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14 de julio de 2004

Que nunca me falte esta máquina

Hace trece años que mis riñones dejaron de funcionar por culpa de una glomerulonefritis; y desde ahí dependo de la diálisis para seguir con vida.

Por: Margarita Henao

Hace trece años que mis riñones dejaron de funcionar por culpa de una glomerulonefritis; y desde ahí dependo de la diálisis para seguir con vida. Cuando mi médico me explicó de qué se trataba mi enfermedad yo empecé a estudiar y a averiguar exactamente qué me pasaba; me pareció espantoso... me parecía que mi vida ya se había acabado. Yo era profesora de primaria, y mis hijos estaban muy pequeños para entender lo que le estaba pasando a su mamá. Entonces pensé que, si moría, ellos debían aprender a defenderse, a ser solidarios, a quererse mucho. Así que a mi enfermedad le debo la educación de mis hijos, y la relación que hay entre ellos y yo.
La primera vez que me hicieron la diálisis fue uno de los días más terribles de mi vida. Me pusieron una fístula en el brazo pero no pudieron conectarme a la máquina; yo lloré desde el primer instante hasta el momento en que me fui para mi casa. Al principio la diálisis es muy agresiva, porque el organismo se ha adaptado a vivir con el problema, así que se sienten mareos todo el tiempo; ya después el cuerpo se acostumbra al tratamiento.
Los riñones son como un laboratorio cuya función principal es limpiar la sangre de impurezas y el exceso de líquidos; la máquina de la hemodiálisis cumple con esta tarea. A uno lo conectan a través de un catéter o de una fístula en el brazo; la sangre impura pasa a un filtro, ahí se elimina el exceso de líquidos y todos los tóxicos, y vuelve al organismo ya totalmente purificada. Cada sesión dura cuatro horas, y se hacen tres a la semana; pero el catéter se queda siempre puesto, dura más o menos unos tres años. La diálisis no molesta si uno se ha cuidado, en cambio, si llega con tres kilos de líquido encima siente malestar, porque perder tanto peso en tan poco tiempo descompensa. Esto es peor si uno ha faltado a una diálisis: puede ser un lunes festivo, puede ser el 24, el 31, el primero de enero, pero uno no puede faltar a diálisis. A mí me produce mucha angustia, no lo hago jamás porque la sangre se llena de tóxicos y exceso de líquidos. Ya si uno deja de ir completamente, el peligro es morirse intoxicado por su propia sangre.
Como los riñones tienen tantas funciones, muchos otros problemas vienen relacionados con su falla. Afortunadamente, mi EPS me cubre todos los gastos, no solo la diálisis sino también las drogas para la hipertensión y para las deficiencias de calcio y de hierro y de fósforo, además todos los exámenes, operaciones y hospitalizaciones. Estoy llena de cicatrices: de las fístulas en las muñecas, de las cirugías y de los cambios de catéter.
Que nunca me falte mi máquina de diálisis, ni el amor que me rodea de mis hijos, familiares y amigos. Al principio tuve unas depresiones fuertes, y estoy convencida de que uno puede morirse de depresión. Ahora agradezco mucho estar viva. Acepto toda clase de invitaciones, no me limito absolutamente en nada. Para viajar, por ejemplo, mando una carta pidiendo el cupo en la unidad renal de la ciudad a la que quiero ir, y me dializo allá. Para un paseo a una finca tengo que salir el viernes después de la diálisis y volver el domingo por la noche para llegar a la sesión del lunes por la mañana. Además, sigo una dieta especial baja en líquidos, y baja en sodio y en potasio. Pero al final, para mí, llevo una vida normal.