Cuando alguien se descubre gay tiene dos opciones: amargarse la vida o gozársela. Pero, aclaremos las ideas antes de tocar el tema. Primero que todo, es bueno saber que esto de ser gay es para toda la vida, y eso ya es demasiado; segundo, una vez se asume, no hay manera de echar reversa, es decir, eso de que hoy sí pero el año entrante quizás no, nada que ver: esa historia no es más que un cuento chino de otro más que se cagó cuando comprobó que ser gay es un asunto de machos; es cierto que lo 'bi' está de moda, y que cuando somos adolescentes nos morimos por probarlo todo.
Con todo este maquillaje por fuera del neceser, ahora sí hablemos de lo que pasa con descubrirse gay. Lo primero que se nos revela, de niño, es que los grandes lo llaman 'eso', así, con desdén, sin atreverse a decir un nombre concreto; y si la dicen, esa palabra queda proscrita por 'mala', pues en este país a nadie le gusta llamar las cosas por su nombre. De manera que uno sabe que uno es 'eso' sin saber qué es eso; lo segundo que suele suceder, es que uno se cree solo en el mundo, un platelminto único en la barriga de Dios, pues siempre se oye hablar de Gaviota y Sebastián y de Betty y Armando, pero nunca de David y Jonatán, o de Fernando, Carlos, Mario y José; como el único referente es el rechazo social, al principio tendrás ideas banales (y te preocuparás tanto, que el acné se va a ensañar contigo más que con el resto de adolescentes), como negarte lo que tu cuerpo pide a gritos, doblegarte ante pendejadas como la culpa o convencerte que la única salida es el suicido, y hasta podrías volverte adicto a las pepas antes de tiempo, pero al Valium y al Triptanol para poder dormir. Es más, conozco casos extremos de a quienes se les da por tener novia o entrar al ejército buscando 'corregir' lo inevitable; otra cosa es que, muy posiblemente, no vas a poder ser amigo de tus papás, sino hasta que ellos entiendan que no son portadores del mal ni que el diablo se metió en sus cuerpos para engendrarte a ti, ¡Oh, réprobo de los demonios!, y, bueno, te dejarán de hablar un tiempo, y hasta es probable que tu papá no quiera volver a saber de ti (conozco anécdotas en que padre/hijo se han dado duro en la jeta), pero el amor materno siempre se impone, y es ella la primera en entender que tú también tienes derecho a ser feliz a pesar de que natura no te dio gustos gregarios; y al final, hasta puede que pierdas a tus amigos straigths porque creen que los vas a contagiar, o les aterra que si los ven contigo se sepa que a ellos les gusta lo mismo o, en el mejor de los eventos, porque creen que les vas a caer y les mortifica que les quede gustando.
Pero, no te preocupes: muchos se han ido, solos, al exilio y la han pasado ¡del putas!
Porque también es bueno que pienses, al descubrirte gay, que la vida no es tan dura como la pintan. Por ejemplo, cuando se pierde la reputación ?al igual que la virginidad? eres completamente libre para ser quien quieras; y hay más gabelas: absolutamente ninguna mujer te va a joder la vida, ni a montarte cantaletas, ni sirirís, ni sanbenitos, ni barullos que se le parezcan; es más, el barullo te lo armas tú mismo, porque puedes rumbear hasta la hora que se te antoje a la edad que se te antoje; no tienes que gastarle plata a nadie: tu dinero te pertenece solo a ti; y del sexo, del sexo mejor ni hablemos porque corremos el riesgo de que si algún heterosexual está leyendo este artículo, termine también convencido.