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14 de febrero de 2017

Testimonio

Así es una noche en el hotel más extremo del mundo

¿Se imagina dormir al borde de un abismo a 450 metros del piso? Pues eso es lo que ofrece un hotel ubicado cerca de Cusco, en Perú, que ha sido descrito como uno de los alojamientos más extremos del mundo. Un viajero estuvo allí y esto fue lo que vivió.

Por: Leonardo Segura Fotografía: Grosbygroup
| Foto: Grosbygroup

Todo comenzó cuando lo vi por televisión, en un documental. ¿Un hotel anclado a una roca? ¿Una habitación en pleno abismo, a 450 metros del piso? Imposible. No lo podía creer. “Tenemos que ir”, le dije a mi novia. No podíamos dejar de visitar ese lugar que en el documental describían como “uno de los alojamientos más extremos del mundo”. Y así fue como decidimos que la siguiente Semana Santa nos íbamos para el Sky Lodge, ubicado en el valle sagrado de Ollantaytambo, a unas horas de Cusco, en Perú.

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Pensamos que luego de visitar una maravilla conocida por muchos, Machu Picchu, era el momento perfecto para conocer otra impresionante creación del hombre, pero conocida por pocos. Al final, para sorpresa de muchos, fue lo que más me gustó del viaje.

Hoy en día, conseguir una habitación en el Sky Lodge es fácil, pues muchas agencias y portales de viajes lo ofrecen como uno de sus destinos turisticos exóticos. Pero para nosotros, que fuimos hace tres años, reservar no lo fue tanto. Nos tocó buscar a una de las dueñas por Skype y, después de cuadrar las fechas con ella, transferirle a su cuenta los 375 dólares (casi 1.200.000 pesos a cambio de hoy) que costaba la noche. Ella resultó ser una escaladora colombiana que se asoció hace siete años con un peruano, también escalador, para hacer realidad una idea innovadora: construir un hotel en el lugar donde a ellos les encantaba pasar el tiempo: en plena montaña.

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Luego de pasar toda la mañana en el antiguo poblado inca, mi novia y yo cogimos el tren en Aguascalientes y, después de una hora y media de viaje, nos bajamos en la estación de Ollantaytambo. Ahí nos esperaba un conductor para llevarnos al campamento base del Sky Lodge. La idea era dejar la mayoría del equipaje allí y empezar la travesía con apenas una muda para cambiarnos arriba.

Eran las 3:30 de la tarde cuando empezamos a escalar la pared de roca por una pequeña vía ferrata compuesta por grapas que subían por la montaña. Asegurados por un arnés y mosquetones que iban atados directo a dos cuerdas o líneas de vida que no lo dejaban a uno caer al vacío, empezamos a subir por los pequeños escalones metálicos, muy bien anclados a la pared de roca. Cuando habíamos subido aproximadamente 200 metros, nos encontramos con un obstáculo: dos tensores templados, uno encima de otro, que colgaban en el vacío. Esa era la prueba que teníamos que superar para llegar al tan anhelado hotel.

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Después de escalar por aproximadamente dos horas, ya eran más o menos las 6:00 de la tarde. Con el atardecer de fondo, el paisaje era espectacular: todo el valle sagrado se iba oscureciendo mientras pasaban los minutos y nosotros colgábamos de la roca. Estábamos a unos 150 metros de distancia de las tres cápsulas transparentes salidas de la roca que hacen las veces de habitaciones. Después de la escalada, nos acomodaron en una de ellas y encontramos algo que jamás imaginamos: las camas, dos sencillas y una doble, parecían de un hotel 5 estrellas.

Luego de acomodarnos, el plan era ir a comer en la cápsula de los dos guías que nos habían llevado hasta arriba. El menú fue una sopa de tomate y un vino tinto, que sirvió para amenizar la noche estrellada. Nos tomamos dos botellas entre los seis que estábamos allá arriba. El verdadero reto después de terminarlas fue devolvernos medio prendidos a nuestra cápsula sin morir en el intento. En realidad, es muy seguro, ya que uno siempre está sujetado a dos líneas de vida y protegido con casco de escalar.

La noche fue muy tranquila: el ruido del viento nos arrullaba mientras dormíamos y la sensación de estar suspendidos a tantos metros del piso, aunque podría parecer miedosa, al final resultó muy agradable. Sobre todo porque uno siempre está bajo la luz de la luna y las estrellas y, gracias a que absolutamente toda la capsula es transparente, se tiene un panorama de 360 grados de todo el valle. Es espectacular.

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A la mañana siguiente, uno de los guías llegó a nuestra cápsula a eso de las 6:00 con un termo lleno de mate de coca, una buena entrada para el desayuno que venía, y nos dijo que nos esperaba en 15 minutos afuera de la cápsula. Y si la comida de la noche anterior había sido increíble, el desayuno estuvo simplemente inolvidable: nos sentaron al aire libre, en un deck de madera adornado con un mantel típico peruano, lleno de colores. Mientras disfrutábamos de un banquete de jamones, quesos, huevos, cereal y jugo de naranja, al mejor estilo de un hotel todo incluido o all inclusive, seguíamos apreciando la vista inolvidable sobre el valle sagrado.

Cuando alguna persona se entera de que estuve allá, generalmente me pregunta cómo es el tema de la entrada al baño. Bueno, lo primero que debo decir es que lo recomendable es solo hacer pipí allá arriba, pues lo segundo puede ser incómodo. Vamos por partes. El baño es básicamente un baño normal, con inodoro y lavamanos. Y queda dentro de la cápsula. Para hacer pipí, uno simplemente apunta en un tubo y el líquido cae al vacío. Fácil. El problema si uno quiere hacer “número dos” es que le dan unas bolsas de basura que debe meter en el inodoro. Ahí, en la bolsa, hay un polvo, parecido al que se pone en las cajas de arena de los gatos, que se va comiendo el olor de todo. Esa parte, la verdad, no es tan agradable. Cuando uno termina, esa bolsa se bota como por un shut de basura entre la montaña y cae abajo, en unas canecas enormes.

Pero lo que venía iba a ser más emocionante aún. La mejor manera de bajar del hotel era colgados de cinco zip lines —también conocidas como tirolesas— que atravesaban las montañas Ollantaytambo. Así que después de recoger nuestro equipaje en la cápsula, nos disponíamos a bajar a más de 50 kilómetros por hora por los cinco cables que llevan hasta el valle. Las primeras dos eran las más largas, tenían casi 200 metros.

La adrenalina del paseo es total, y también la tristeza cuando llega el momento de dejar atrás semejante aventura. En el fondo, uno sabe que es muy probable que no vuelva a dormir anclado a una pared a más de 400 metros de altura.

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