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10 de septiembre de 2004

Un día como modelo

Una periodista aceptó entrenarse durante un mes y desfilar con las profesionales en la pasarela de Gef en Colombiamoda. Crónica sobre cómo son, qué las inspira y cuánto ganan las mujeres que nos quitan el sueño.

Por: Natalia Villegas

El Teatro Metropolitano de Medellín está a reventar. Las luces están apagadas y mil quinientas personas esperan sentadas a que suene la música, se prendan los reflectores y empiece uno de los eventos más concurridos de Colombiamoda: el desfile de Gef.
Detrás del escenario, estoy lista para salir. Última en la fila india que formamos las diez modelos de la primera salida, justo en el límite entre el camerino y la pasarela, los nervios me delatan. En los veinte días que tuve de preparación me di cuenta de que desfilar, además de ser realmente aculillador, es casi como una ecuación matemática: mientras cientos de miradas me examinan minuciosamente de arriba abajo, me tengo que concentrar en cómo muevo los pies, la cadera, la cola, los brazos, las manos, los hombros, la cara y cada centímetro de mi cuerpo, para que al combinar todos esos movimientos luzca mágicamente más alta, más flaca, más estilizada y más segura. Todo se trata de saberse vender y saber vender lo que se lleva puesto.
Sale la primera modelo. Mientras tanto, me tomo a pico de botella dos tragos largos del aguardiente que, debido a mi pulso tembloroso, termina resbalándose por la cara y mojando las chanclas. La fila se hace cada vez más pequeña y me seco rápidamente. Siento la mano del coreógrafo en mi hombro. Oigo la temida palabra: "Vaya". Las piernas me tiemblan mientras subo los cinco escalones hacia el escenario. Seis pasos directo al centro. Volteo a la derecha con el corazón a mil revoluciones por segundo y el mundo se me va. Tengo enfrente un espacio inmenso y oscuro, con un camino eterno en el centro que me espera.
Empiezo a caminar y busco dentro del público el lugar más negro, donde ni siquiera veo las siluetas de las personas. Ahora sí. "Soy la más hembra, soy la reina del universo y no hay nadie como yo". repito esa frase una y otra vez; la misma que todas las modelos llevan puesta como si fuera su ropa interior. Hay que creérselo mientras se desfila para poder cumplir uno de los objetivos: hacer vibrar a los espectadores con la actitud. Ese fue el consejo que recibí una y otra vez, y que también reciben las niñas de dieciséis años que se inician en este trote. El problema es que la mayoría termina por creérselo. No aprenden a dejar ese papel en la pasarela, como una actriz deja su papel en el escenario, y el anhelado mundo del modelaje se convierte en una competencia de egos.
Todo sucede en cámara lenta, como los sueños en los que uno corre huyendo de algo, pero no avanza ni un centímetro. La adrenalina se me sube a la cabeza. No sé si doy pasos largos. No sé si meto la cola. No sé si muevo los brazos por igual. Solo camino, insisto en la frase y trato de concentrarme en la música. Por fin llego al final de la pasarela y empiezan mis "cinco segundos de gloria". Las miradas aplastantes que sentía encima hace pocos segundos se me olvidan. Llevo el peso del cuerpo sobre mi pierna izquierda, volteo la cara a la derecha sin dejar de mirar los flash de las cámaras y subo el mentón. Los nervios todavía me hacen temblar la sonrisa, pero ya logro disfrutar el momento. Durante centésimas de segundo logro ser yo quien aplasta al público. Cuatro, cinco... doy la vuelta y se fue la primera salida.
Para este momento ya tengo claro que ese toque de actuación, poder convertirse en una niña, en una mujer fatal o hasta en un machito mexicano, es la cara linda del modelaje. Pero mi obsesión desde el momento en que decidí ser "modelo por un día" fue entender cuál es el encanto que las niñas de Colombia le ven a esta ocupación. Por qué todas quieren ser modelos. Por qué, por ejemplo, a Mauricio Sabogal, dueño de La Agencia, le llegan entre 70 y 80 solicitudes semanales de niñas que quieren entrar en este mundo. Por qué el doce por ciento de las niñas de Medellín entre los diez y los diecinueve años están recibiendo clases de modelaje, como lo afirma un estudio de la Universidad de Antioquia y la Alcaldía de Medellín. O por qué mientras trabajaba en otro artículo, en un colegio de estrato dos de Bogotá, me encuentro con una niña que no tiene con qué pagar la pensión, pero que acaba de gastar un millón y medio de pesos en uno de esos cursos. Ser modelo por un día me tomó realmente veinte días de preparación. En ese tiempo traté de encontrar respuestas y entre tanto me fui metiendo en ese mundo.

Me inicio en el modelaje con el que se convierte, tal vez, en el peor día de este proceso. Es el casting en el que escogen a las modelos que van a participar en el desfile de Gef de Colombiamoda y yo no he tenido nada de preparación. Normalmente las niñas que quieren ser modelos hacen cursos de tres meses que pueden costar entre $800.000 y $1.500.000. Les enseñan pasarela, modelaje para fotos, maquillaje, glamour y etiqueta. Después, están listas para presentar castings y las más afortunadas empiezan a trabajar.
Las que lo hacen desde abajo trabajan en protocolo (eventos en los que por una noche o todo un día reparten cigarrillos, trago o muestran en un stand de cualquier feria el último carro del mercado). Pero esta no es una etapa obligada. Muchas entran directamente a desfilar y a hacer fotos. Mauricio Sabogal las divide en tres categorías: las new faces, que llevan menos de dos años y normalmente hacen desfiles y fotos para marcas pequeñas (hay excepciones, y algunas en solo dos meses ya están en las pasarelas de Colombiamoda); las main board, modelos con trayectoria que pueden no ser tan conocidas ante los ojos de un colombiano común y corriente, pero que se han hecho su nombre dentro del medio y participan en los eventos importantes del país, y, por último, las top (así no sean de la talla de las top models internacionales y tal vez no le den a los talones a Kate Moss y a Gisselle Bundchen, para el país, y dentro de él, Adriana Arboleda, Tala Restrepo y Norma Nivia son algunas de ellas).
A las tres de la tarde llego al casting. Solo Juan Fernando Vásquez, gerente de mercadeo de Gef, sabe que soy la periodista que va a salir en su desfile. Ya llegó "el cliente", avisa alguien a las personas que estamos en una sala de espera. Pasamos a cambiarnos a un cuarto contiguo. El casting es en vestido de baño. Con la puerta abierta y sin ningún problema las modelos se empiezan a quitar la ropa. Me da angustia. Hay gente pasando por enfrente del cuarto y me va a ver empelota. Ni modo. Me tocó cambiarme lo más rápido posible, utilizar mi chaqueta como una minicortina mientras me ponía la parte de abajo del bikini, usar la parte de arriba encima del brasier y, después, hacer maromas para quitármelo. Las gotas de sudor me empiezan a bajar por el cuello.
Una modelo entra a un salón donde se encuentran cinco personas de Gef. Camina de ida y vuelta sobre una pasarela. Cuando sale, uno de los clientes hace como si dibujara en el aire la silueta de una nevera. Entra otra y empieza a desfilar.
-¿Cuántos años tienes? -pregunta el cliente.
-Diecinueve -responde la modelo.
-Voltéate de medio lado... empínate.
Le están examinando la cola minuciosamente. Ahora es mi turno y estoy a punto de salir corriendo. Me paro en la pasarela y siento como si estuviera completamente desnuda. Además, vulnerable, indefensa y con rabia de estar ahí. Los pies se me enredan al caminar. Nunca me había visto tan gorda, celulítica y enana. Veo caras largas que me recorren de arriba abajo, con detenimiento, intimidantes. No me miran a mí. Miran unas piernas, un gordo en la cintura, unas tetas. El peor momento es cuando me volteo y camino de espaldas a ellos. Siento los ojos clavados en mi cola, los siento desde atrás recorriéndome las piernas y subiendo hasta el cuello. Me imagino que se hacen caras entre ellos, no hablan. Una feria de ganado se queda corta al lado de este escenario, pero ese es el trabajo del cliente: escoger el mejor ‘gancho‘ para colgar sus prendas.
Dependiendo de las modelos que quiera para su desfile, varía la tarifa. A las de protocolo les pagan máximo $150.000 por toda una noche. Las new faces, en un mes en el que hacen desfiles de champús, medias veladas o pequeñas marcas de ropa, se pueden ganar $800.000. Pero las que dan la talla de Colombiamoda igualan la tarifa de las main board. Cuando se trata de esta clase de ferias, los desfiles se pagan más baratos porque se cuenta como todo un paquete. Normalmente la agencia pide por estas modelos alrededor de $300.000 por desfile y durante la feria pueden hacer entre ocho y doce. Teniendo en cuenta que las agencias siempre se quedan con el 25 por ciento de lo que el cliente paga por una modelo en cualquier trabajo, en esos tres días una de ellas se puede ganar entre $2.000.000 y $3.500.000. Sin contar con que algunas alcanzan a hacer quince desfiles y que cuando salen en ropa interior la tarifa se duplica. Eso quiere decir que algunas se pueden ganar más de $5.000.000 en tres días.
Por las top, también en tarifa de feria, se paga alrededor de $600.000 por desfile y el doble si es en ropa interior. Pero aquí la tarifa es mucho más variable y depende de la modelo: si se trata de la que está en su mejor momento y que todos quieren tener en su pasarela, puede superar los $3.000.000 por desfile.
Cuando es fuera de temporada la cosa cambia. En una semana las modelos tienen mínimo un compromiso. Por una main board la agencia cobra $350.000 por desfile y por un solo día de fotos la cifra varía entre $2.500.000 y $6.000.000. Aun así, ellas siguen envidiando a las top, que por el mismo desfile ganan, mínimo, $1.500.000 y, por día de trabajo en fotos, un mínimo de $10.000.000 y pueden llegar a los $25.000.000. Esta es una tarifa básica que parte de fotografías para revistas y catálogos, pero si las fotos aparecen en vallas, en empaques de almacenes y en cualquier cantidad de lugares, $5.000.000 pueden convertirse fácilmente en $15.000.000. Esta plata significa independencia. No por casualidad, así como muchas se pagan la universidad, otras se van de casa sin haber cumplido los veinte.
Después del casting, salí del lugar con el ego en el piso y con una clara conclusión: ya que estoy metida hasta el cuello en este cuento, necesito urgente clases de pasarela y una buena rutina de ejercicios.
De mis primeras clases me ‘vetaron‘. Como Gef trabaja con Stock Models, inicio el proceso de ser modelo en esa agencia. La experiencia no me dura más de una clase, pues a la siguiente llego veinte minutos tarde y la tercera la tengo que llamar a cancelar. ¿La lección? Mientras las modelos están en la universidad llevan dos vidas: corren de la universidad a un casting y de un desfile a la universidad. Pero en el momento de entrar a trabajar tienen que tomar una decisión y pocas se quedan con el trabajo en que les van a pagar un millón de pesos al mes. En todo este tiempo conocí muchas abogadas, ingenieras y arquitectas que olvidaron su profesión y ahora son actrices, presentadoras de televisión o relacionistas públicas.
Busco entonces a Mauricio para que sea el encargado de ‘volverme modelo‘. Como todas las niñas que quieren entrar en La Agencia, dejo dos fotos en la recepción y lleno un formulario. De las solicitudes que recibe, finalmente se vincula solo una. Es difícil saber cuántas modelos hay en Colombia, porque por hacer dos comerciales y salir en dos desfiles ya se otorgan el título. "Modelos profesionales en Colombia no hay más de cien", asegura Mauricio. "Son las que se toman el modelaje con la seriedad de una carrera y que realizan mínimo un trabajo a la semana".
En mi primer día de clase descubro algo que va a ser para mí determinante en el momento del desfile: "Esto sin mezclarle actuación no vale un peso", dice Viña Machado, una costeña que lleva siete años como modelo. Es la encargada de mejorar la actitud de las modelos y de enseñarme a caminar. Mientras transcurre la clase, lo que menos me importa es que si doy un paso largo me veo más alta o que si saco la pelvis me veo más modelo y menos reina. Lo que realmente quiero es lograr transmitir algo y poder variar de personalidad mientras camino. Eso lo tienen claro las modelos con experiencia y es lo que hace la diferencia entre una buena y una mala modelo. Finalmente los cuerpos terminan siendo casi copias idénticas.

 

Las niñas de dieciséis años, como una de las que está en la clase, apenas lo empiezan a entender. Son muchas las de esa edad que están en el medio. Dentro del mundo del modelaje la edad es un negocio. Mientras más pequeñas se vinculen, es más fácil lograr los diez años de productividad que una agencia aspira de una modelo. Los tres primeros años no ‘facturan‘ lo suficiente para dejarle ganancias a la agencia, entonces se toma como un tiempo de inversión. Si entran a los dieciséis años, es a los diecinueve cuando el balance empieza a dar positivo. Detrás hay mil estrategias de mercadeo que pretenden alargar la carrera, porque siempre que se le pregunta a una modelo sobre el final de su carrera, nombran esperanzadas a la canadiense Lynda Evangelista que con 42 años volvió a reaparecer en las pasarelas, o a Naomi Campbell que tiene 38 y, para no ir tan lejos, a Paula Andrea Betancur y Tala Restrepo, que ya pasaron los 30.
Se termina la clase y me dicen que debo ensayar en mi casa. Durante dos semanas Fashion TV se convierte en mi canal favorito y mi sala se convierte en pasarela. Hasta en piyama, con tacones y gafas para combatir la miopía y poder verme en el espejo, camino todos los días. Para mí es como un juego, pero para las modelos es su trabajo. Tienen que conocer ‘sus mejores ángulos‘ y su más mínimo defecto. Vivir así se vuelve un martirio. El cuerpo es el negocio y hay que cuidarlo. Tuve una dolorosa separación con el arequipe y una tortuosa amistad con la lechuga y el tomate. Hasta caminé de un lado a otro con una botella de agua en la mano. Obviamente no le dediqué las dos horas diarias que le dedican al gimnasio las modelos. Pero sí visité un centro de estética donde hacen toda clase de masajes y técnicas para adelgazar, moldear y tonificar. Casi todas acuden a estas ayudas y se pueden gastar $500.000 mensuales.
"De donde Tony Márquez llegan traumatizadas. Les dicen que están como unos marranos y que tienen que hacerse algo. Pero uno les va a hacer masajes y no les encuentra un solo gordo", me cuenta una de las masajistas. Las menores de veinte años son las que se dejan afectar. Dos días atrás había llegado una niña de dieciocho pidiendo que por favor le hicieran muy duro los masajes porque se había comido una lasaña el fin de semana y ya no le cabían los jeans. Niñas de catorce años visitan con frecuencia estos sitios y no es raro ver jóvenes de dieciocho con una lipoescultura encima.
Llega la semana de Colombiamoda y estoy en Medellín. Es lunes y tengo ensayo del desfile, donde me encuentro con Ana Betancur, modelo exclusiva de Gef, con la que había estado hace pocos días en una sesión de fotos para el catálogo de la marca. Trato de buscar a alguien más con quién hablar, pero es imposible. De vuelta recibo una mirada de una niña que tiene su hombro a menos de diez centímetros del mío. Lentamente me recorre de abajo arriba. Llega a mi cara y me sostiene la mirada. Yo, que me doy cuenta de todo el movimiento, mantengo la mirada al frente, altiva, para no dejarme intimidar. El descaro es tal que no aguanto seguirle el juego y con actitud retadora me volteo y le pregunto con la mirada ¿qué pasa? La niña, de dieciocho años, hace como si nada y sigue su camino. En este momento solo estaban en el lugar las modelos de Medellín y cuando llegaron las de la agencia de Bogotá entendí lo que estaba pasando. La rivalidad es casi a muerte. Las paisas sienten que las foráneas están llegando a su feria y les están quitando el trabajo. Todo tiene un explicación. Colombiamoda ya se considera la feria de moda más importante de Latinoamérica y por eso se ha ido internacionalizando. En los desfiles ya es más común ver modelos altas y estilizadas que el típico prototipo paisa, donde la estatura no es el fuerte y predomina la voluptuosidad.
Es el día del desfile. Todo ocurre como me lo había imaginado. Llego a las cuatro de la tarde y me empiezan a maquillar y peinar. Mientras tanto, los ocho vestuaristas se dedican a colgar la ropa en los stands, debajo del nombre de cada modelo. El tiempo transcurre sin novedades. Las modelos van llegando y tan solo a veinte minutos de que empiece el desfile llegan las últimas. Los de Gef ya estaban a punto de tener un colapso nervioso, pero es que el corre corre de las modelos en estos tres días es imparable: desde las siete de la mañana están en pruebas de vestuario y tienen maratones de cuatro desfiles diarios. La jornada más larga les dura hasta las once de la noche, pero eso no impide que se vayan de rumba. Hay que aprovechar el ambiente que se vive en Medellín en esos días de Colombiamoda.
A las ocho y veinte el público empieza a ver a las modelos en la pasarela. Me ven a mí también. Mientras tanto, en el camerino siguen caminando de un lado a otro las más de 90 personas que trabajan para que el evento salga perfecto, entre modelos, artistas del ballet, vestuaristas, maquilladores, sonidistas, escenógrafos, coreógrafos, personas de Gef y de la agencia de modelos. Termino mi primera salida y me quedan otras dos. Las modelos se cambian. Unas se quitan la blusa y el brasier sin rodeos. Las más pudorosas intentan taparse con los brazos, aunque no se logra mucho en medio del afán. En este momento pienso que cualquier hombre daría la vida por estar en mi lugar y ver a Paula Andrea Betancur en topless. Pero no. No caminan desnudas por todo el camerino. Cada una está concentrada en lo suyo y en medio del movimiento nadie mira a nadie, ni siquiera los modelos hombres, que todo el rato han parecido estar en lo suyo. Las que terminan de vestirse se miran en el espejo y hacen los típicos comentarios que todavía no sé si hacen quedar mal a todo el gremio o lo representan: "Qué trauma. quiero silicona". El coreógrafo coordina desde adentro con la ayuda de un monitor que le muestra la pasarela. Mientras tanto, yo corro angustiada buscando unas chanclas con las que pueda caminar mejor. Finalmente las consigo. Hago mi segunda salida. Corro. Me cambio. Salgo por tercera vez, salgo en el cierre del desfile y se acabó.
El mundo del modelaje no se queda solo en las agencias y los desfiles. Hay temas oscuros en los que en veinte días es difícil entrar, pero que su presencia es indiscutible. "La que diga que nunca se lo han pedido a cambio de plata es una mentirosa", dice una modelo. Presentándose de frente y entregando una tarjeta para que los llamen es una forma de hacerlo. O también con una llamada al celular: "Una amiga tuya me dio tus datos. Tengo esta noche una fiesta con uno amigos y quiero que vayas". Las prepago son un hecho y no solo se dice bajo cuerda cuáles lo hacen sino también quiénes las manejan. "Son personas que están dentro del medio. Es la única forma de conseguir los datos de todas la modelos", asegura otra modelo.
Es también un mundo manejado por pocos personajes. Con cabezas visibles y otras no tanto que juegan al ajedrez: mueven fichas, se reacomodan. Unos ganan y otros pierden. Después de veinte días quedé exhausta. Nunca antes había disfrutado tanto la bandeja paisa que me comí en el almuerzo del jueves y la tranquilidad de mi escritorio. El mundo del modelaje se lo dejo a quienes lo hacen por plata, por reconocimiento y por aceptación en un país en que las modelos se convierten en ídolos para muchas niñas. También se lo dejo a las más experimentadas que han sabido llevarlo y a las que aprendí a respetar por su profesionalismo. Vale decir que no son muchas.