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20 de octubre de 2004

Veterana

Una cosa es tener una relación con una mujer mayor, sueño de todo adolescente. Otra muy diferente es que se convierta en algo serio. A mí me sucedió.

Por: Gustavo Gordillo

Eran mis épocas de músico, tocando con Poligamia. Cuando grabábamos nuestro segundo disco, una niña divina fue al estudio. Era Carolina Sabino. Pensé que era la mujer de mi vida. Intenté echarle los perros, pero ella la tenía clara desde el principio: iba por Juan Gabriel Turbay.
Mientras ellos vivían su noviazgo, yo seguía solo, en esa búsqueda de la mujer perfecta en la que permanecemos los hombres. Mis otros amigos preferían la rumba en las casas donde podíamos cantar hasta el amanecer. Fue ahí donde conocí a Myriam de Lourdes. Me sorprendió enterarme de que era la mamá de Carolina y mayor fue el impacto cuando supe que tenía otros dos hijos. Era tan joven, tan bacana... me daba unos consejos confiables, prácticos, actualizados.
Nos fuimos a Cartagena con Juan Gabriel y Carolina, que de pronto nos dejaron solos porque estaban peleando. Mimí -así le decía- y yo nos colamos por la puerta trasera de Pipeline y resultamos besándonos de manera deliciosa. Solo caí en la cuenta de con quién estaba cuando sentí un jalón que nos separó. Recuerdo, como si fuera ayer, la frase de Carolina: "¡Mamá, nos vamos ya!". Como si los papeles se hubieran invertido: ella era la nueva dueña del poder. No fui capaz de decir nada. Mimí arrancó despavorida. Juan Gabriel me quería matar. Al otro día ninguno nos habló, pero ellos se fueron a las islas del Rosario. Nosotros pasamos los mejores días de nuestra relación. Fuimos a Tierrabomba, nadamos desnudos y nos robaron toda la ropa. Cuando llegó el lanchero pasamos la vergüenza que ya se pueden imaginar. Ojalá todos los problemas hubieran sido de ese tamaño.
Lo complicado del asunto fue enfrentar a Carolina. ¿Qué se le puede decir a la mejor amiga cuando lo descubre a uno besándose con su mamá? Decidí demostrarle que no era un simple amor de verano y eso en gran parte influyó en que Mimí y yo viviéramos un romance inolvidable. Éramos ella y yo contra el mundo. De vuelta en Bogotá decidimos no ser obvios, pero era aburrido y difícil de manejar. Éramos una pareja señalada por la gente. Yo tenía 19 años; ella podía ser mi mamá. Me invitaba a salir, pagaba cuando yo no tenía con qué -o sea, casi siempre-. Mis regalos eran credenciales, los de ella eran viajes. Manejaba, me prestaba el carro, me recogía y me cuidaba. En el tema del sexo era toda una maestra y puedo asegurar que muchas veces la dejé insatisfecha. Me enseñó lo que hubiera tenido que aprender a lo largo de muchos años de experiencia.
Lo que más me gustaba de Mimí eran sus cartas. No como las que se reciben a menudo con frases como "nunca cambies. TQM. TQR.". Recuerdo que estaba escribiendo la telenovela Guajira, y muchas de las líneas eran diálogos nuestros. Myriam escribía de verdad, y guardo esas cartas como un tesoro, pues me recuerdan una época donde todo era nuevo y energizante. Gané muchísimo. Conocí a una mujer sin ataduras ni edad. Me dio coraje y me puso una armadura que me ha servido para afrontar los problemas. Además, me enseñó a cocinar esas delicias costeñas que prepara. También aprendí que las mujeres, sin importar su edad, tienen un corazón débil que se enamora, sufre y llora, y con esto no se juega.
Salíamos con Carolina y Juan Gabriel. Con sus otros dos hijos guardábamos mesura porque eran pequeños. Mi familia ni siquiera lo sospechaba. Jamás la llevé a una reunión familiar, pero cuando fue vox pópuli, algunos de mis tíos me veían como un berraquito -muy jarto-. Julio Sánchez Cristo empezó a llamarme. Contesté desprevenido y me pasaron al aire. Confesé la relación sin quererlo. La mayoría se fue en contra de Myriam. Decidimos afrontarlo.
Mi mamá nunca vio con buenos ojos la relación. Estaba muy afectada. Hasta mi papá, que es un poco más liberal, estaba nervioso. Por eso, Myriam y yo decidimos retractarnos y mostrarnos en una entrevista como los mejores amigos. Después, la cosa fue complicándose más, pues su ex esposo y yo tuvimos roces. Decidí acabar con la relación.
Es paradójico: uno cree que una mujer mayor puede darle tres vueltas, pero en este caso creo que fui yo quien le dio tres vueltas a Myriam, porque andaba relajado por la vida. Me entregó su corazón y yo no lo supe aprovechar. Todavía no sé si debí disfrazarme de jabón, para que todos los comentarios me resbalaran. Hoy en día somos grandes amigos, de esos que no necesitan verse para saber el espacio que ocupan en el corazón.Aprovecho la oportunidad para mostrarle todo mi respeto y para agradecerle profundamente, porque desde el primer momento se portó como todo un macho.