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1 de junio de 2016

Zona crónica

Visita a las monjas marihuaneras

SoHo visitó en California a las Hermanas del Valle, unas religiosas revolucionarias que, a pesar del acoso de las autoridades, cultivan marihuana y preparan con ella productos medicinales que venden como arroz.

Por: Álvaro Corzo

La idea es tan sencilla como subversiva: llenar cientos de pequeñas bolsas plásticas, del tamaño del dedo de un guante de cirugía, con una mezcla de tierra, fertilizantes orgánicos y semillas de marihuana medicinal, para luego sembrarlas en jardines públicos y regalarlas por el pueblo para que todos la puedan cultivar. En otras palabras, hacer jardinería a lo guerrillero.De eso hablaban, de expandir la palabra de su evangelio, cuando conocí por primera vez a las Hermanas del Valle, como se hacen llamar. Yo había viajado en carro hacia el norte, durante cinco horas, desde la ciudad de Los Ángeles, tras la pista de dos monjas marihuaneras, hostigadas por las autoridades debido a su mensaje. (Fumando marihuana por primera vez con mi papá)

“Nadie nos va a quitar el derecho a acceder a esta medicina natural —me dice la hermana Kate, quien desde que se dedicó a la yerba dejó de usar su verdadero nombre, Christine Meeusen—. Además de que no tiene los efectos secundarios de los fármacos, se puede cultivar en el patio de la casa. Quien evite que cultivemos marihuana es un criminal. ¡Punto! Ese es nuestro credo”.

Kate nació en Wisconsin, el mismo estado donde se graduó de Pedagogía y Negocios. Tras brillar en el mundo corporativo en los noventa, montó una consultora empresarial que la llenó de billete. Eso sí, luego de moler por más de diez años. Después consiguió un trabajo en Ámsterdam. Tenía la vida que hasta entonces creía perfecta: una casa preciosa de cuatro pisos, siete alcobas y una sala gigante para compartir con su esposo y sus tres hijos.

Sin embargo, un día cualquiera todo se fue a la mierda: descubrió que su marido, con quien se había casado hacía 17 años, llevaba meses robándole dinero y que, además, había decidido abandonarla con todos sus ahorros. “Regresé a Estados Unidos sin un peso y con mis tres hijos”, dice Kate, de 57 años, mientras se alista para envasar los primeros lotes de aceite de cannabis.

Precisamente por esa época estalló en Estados Unidos el movimiento Occupy Wall Street, una especie de Woodstock para los contrarrevolucionarios de esta generación, que nació en Nueva York y muy pronto se expandió por diferentes ciudades. En esas protestas contra el capitalismo salvaje e inequitativo, Christine se autoproclamó "la hermana Kate".

Comenzó a ponerse el clásico hábito de monja, el blanco y negro. Iba a las protestas y se dirigía a los manifestantes. Hablaba con la prensa, se paraba, confrontaba a la policía. “La gente se identificaba conmigo, comenzó a escucharme, el hábito me dio atención y respeto”. También por esos días descubrió que Jason, su sobrino, luchaba una dura batalla por su vida contra una adicción tremenda a la heroína.

Kate había conocido en Ámsterdam terapias para curar la adicción a drogas fuertes con marihuana, por lo que le prometió a su hermana que salvaría a Jason a punta de bareta. Y lo logró. “Se recuperó: hoy en día va a la escuela de Medicina”, cuenta Kate. Entonces se le prendió el bombillo y creó la hermandad. (¿Marihuana el viagra de las mujeres?)

Con 1,65 de estatura y envuelta en un hábito blanco que ella misma ajustó a mano, la monja me cuenta que no está en el negocio de la yerba por la plata: “Es el goce de empujar un movimiento que al cabo de unos años permitirá que personas en todo Estados Unidos puedan dejar de envenenarse con Advil, Aspirina y otras drogas para el dolor. Queremos que dejen de llenarles los bolsillos a las farmacéuticas y más bien se acerquen a la tierra”. Agrega que su único objetivo es liderar una hermandad feminista que luche por el uso medicinal del cannabis, mientras promueve la espiritualidad de la tierra.

Sin haber hecho ningún voto de pobreza, mucho menos de castidad, la hermana Kate siente que reencarnó: gracias al cannabis y a una que otra prueba del destino, se convirtió en la madre superiora de su propia congregación poscatólica. Todo un híbrido entre Juana de Arco y la Madre Teresa, es una monjita versada y dicharachera que habla sobre la bareta con un tono profético: “Esto no solo cura el cuerpo, sino que sintoniza el alma”, me dice, parada en medio de la sala de la casa de su granja en Merced, un condado californiano de 250.000 habitantes. La finca, que no pasa de media hectárea, es desde hace dos meses su lugar de trabajo y también su centro de retiro espiritual.

Aquí se fabrican los ungüentos, las tinturas, los aceites y los bálsamos medicinales a base de marihuana que tienen a sus más de 17.000 seguidores en las redes sociales comprando sin parar. Me está contando sobre el negocio, cuando la interrumpe una monja más joven:

—Demasiado evangelio. ¡Llegó la hora!

Darcy, quien conoció a la hermana Kate por una amiga en común, es la novicia rebelde de esta congregación new age. Tiene 26 años, empezó a cultivar marihuana en su casa de Vancouver, en el estado de Washington, hace más de cinco, y acá se encarga de la jardinera.

“Satanizar el potencial de la yerba es un pecado”, asegura Darcy, con voz tenue, mientras se acomoda el velo y se pone los guantes quirúrgicos en medio del comedor. Ella y Kate se alistan para extraer los cannabinoides, la mismísima medicina del corazón de la planta de marihuana. (Qué tanta marihuana se fuma en Colombia)

Hoy es luna llena. Es el último día del ciclo lunar, que solo se repite dos veces durante cada cosecha. Llegó el momento preciso para que las Hermanas del Valle preparen su medicina. “Por ser luna llena, durante todo el día se despliegan al máximo sus fuerzas —dice la hermana Kate, en referencia a la tradición de muchas culturas que todavía usan los ciclos lunares para cultivar—. Es el mejor momento para sembrar o recoger. La savia, el ADN de la planta, está a flor de piel, así que la fuerza lunar la excita y la hace salir”.

Las baldosas blancas rechinan el piso y llenan de luz todo el salón, que está dispuesto con un buen número de ollas, contenedores, pinzas, cubetas y coladores. Un ramillete de plantas encendido llena de humo el lugar, mientras las dos hermanas, a manera de ritual, lo recorren y limpian el espacio de malas energías. “No es cuestión de creer o no. La intención es la mayor fuerza curadora que existe. Si se le agrega intención al valor medicinal del cannabis, su potencial es infinito”, añade la mayor de las dos hermanas, quien se fumó su primer bareto a los 17 años, cuando era porrista del equipo de fútbol americano de su colegio.

Las monjas llenan cada olla con cinco galones de aceite de coco orgánico y aproximadamente 6 onzas de kief o picadura de cannabis. Luego, ponen la mezcla al baño de maría y la dejan en una cocción lenta a 250 grados centígrados. Revolver la solución mágica cada par de minutos es parte vital del proceso. (A qué sabe la cerveza de marihuana)

Hace mucho calor y los velos de estas dos ‘cirujanas’ impiden que el sudor caiga sobre el menjurje, que revuelven acompasadamente, como si repitieran un mantra. Concentradas en el amasijo y en los olores dulzones provenientes de las ollas con hierba, Darcy dice que no tiene miedo de que las autoridades le cierren el negocio: “Este es un servicio a la comunidad. Nosotras ayudamos a pacientes con cáncer, artritis, párkinson… Personas que no se pueden mover toman la tintura de cannabis y ya está: media hora después, están de pie y siguen con su vida. Estamos protegidas”.

Las Hermanas del Valle están convencidas de que sus productos son efectivos para tratar, además, el dolor de espalda, las migrañas, el asma y la dermatitis. No en vano, ya son más de 60 organizaciones en el mundo las que reconocen los beneficios medicinales de la marihuana. Sin embargo, de eso todavía no se convence la poderosa Asociación Americana de Medicina, que, según estas monjas, sigue bajo el redil de las grandes farmacéuticas. “Necesitan un exorcismo. ¿Cómo van a ser legales las quimioterapias y las metanfetaminas que siguen matando a la gente, y no las terapias alternativas para el dolor provenientes de la yerba?”, preguntan en voz alta.

Órdenes de India, Australia, Japón, Canadá, México y de todos los rincones de Estados Unidos hacen parte de la operación de la hermandad. A principios de este año, luego de llevar un par de meses vendiendo sus productos medicinales en Etsy.com (una tienda virtual dedicada a productos vintage, artesanales o de fabricación única), les cerraron las puertas. Para muchos, este tipo de hechos parten de una vendetta orquestada por la FDA (Administración de Drogas y Alimentos de Estados Unidos) y ordenada por las farmacéuticas, para criminalizar a los fabricantes de ungüentos y aceites medicinales de cannabis. Pero, a pesar de las restricciones, ese tipo de artículos sigue en auge: solo el año pasado se vendieron más de 600 millones de dólares en productos medicinales relacionados con la yerba.

Hoy, con su tienda online, y gracias al furor que han desatado, las hermanitas pasaron de vender cerca de 300 dólares diarios a 2500; un incremento del 800 %. El hecho, sin embargo, les resulta insignificante a estas dos religiosas, que no sueñan con vacaciones en las Islas Canarias ni mucho menos con tomar mojitos en un casino en Las Vegas. Su sueño, afirman, es tener una congregación robusta, una especie de claustro aquí mismo, en esta propiedad queestán pagando a plazos con las ganancias de las ventas.

Su idea es, en últimas, concentrar un ejército de mujeres dedicado a cultivar y producir medicina y construir una diócesis con principios que hagan reverencia a la espiritualidad y al enfoque holístico del bienestar. Todo, claro, a través del amor por la ganja.Pero eso sigue siendo una ilusión: las monjitas se han convertido en la imagen del movimiento procannabis en Merced y, al día de hoy, el alguacil del condado las tiene entre ojos. Y no solo por llamar públicamente al alcalde “payaso” y “tirano”, o por promover una campaña que pide la renuncia de Chuck Rosenberg, el nuevo director de la DEA, sino porque lograron algo único: luego de pelear legalmente por más de un año, les autorizaron fabricar ungüentos medicinales de marihuana. Eso sí, deben comprobar que todas sus medicinas tienen un nivel inferior a 3 % de THC o tetrahydrocannabinol, el elemento psicoactivo de la marihuana. Es decir, el que lo deja a uno trabado. Además, únicamente pueden hacer productos con altos niveles de CBD, el agente activo para tratar el dolor.

“Es un error —dice la hermana Kate—. En la planta hay más de 133 tipos de cannabinoides: CBD, THC, CBN… Al permitir solo el CBD, se están disminuyendo las propiedades neuroprotectoras, antiisquémicas, inmunosupresoras y antiinflamatorias de la marihuana”. Según Kate, estas han sido la salvación para pacientes con padecimientos tan severos como epilepsia, esclerosis múltiple, cáncer o VIH.

En la finca no se oye música ni se come carne; la congregación es vegana y respeta la tranquilidad. Recorro el lugar con la mirada mientras las observo trabajar. Las monjas exprimen, en filtros de papel, hasta la última gota del aceite de cannabis que quedó luego del baño de maría. (Marihuana para no marihuaneros)

Abro la nevera y veo cerca de 14 bolsas de marihuana, cada una con una libra de diferentes variedades de yerba. Por fuera, sobre la mesa, tarros de vitamina E, aceite de caléndula y lavanda, cera de abejas; los ingredientes están listos para hacer los ungüentos y bálsamos, una vez los aceites de cannabis hayan reposado.

Salgo al patio trasero. Veo una cabaña verde, más pequeña que la casa principal, que sirve de oficina y de claustro. De allá salen otras tres mujeres, todas muy jóvenes. “Son las novicias o hermanas temporales, nos ayudan durante la cosecha y la fabricación”, dice Darcy.

Las monjas se reúnen en una pequeña cúpula de madera y se toman de las manos: “Vamos a pedir por aquellos que ayudamos con nuestra medicina —dicen, en una cadena de oración—. Que su salud y su espíritu sea cada vez más fuerte y lleno de energía”.

Voy con Darcy al granero, donde tienen el invernadero con las plantas de marihuana. Por ley, solo pueden tener sembradas doce. “Es mi lugar preferido, aquí·me quedo horas revisando las matas, cortándolas, dejándolas perfectas. Hasta les hablo, esta es mi vocación”, me dice, luego de revelarme su secreto para hacer crecer la mejor marihuana del mundo: “Hay que sembrarle al lado matas de albahaca y diente de león”.

No me cabe duda de que las Hermanas del Valle tienen un halo de rockstars. Tal vez por eso, cada vez que llegan a una de las convenciones de marihuana organizadas por toda California, el lugar se alborota. Los fans las reconocen de sus videos en YouTube, donde enseñan a hacer sus medicinas. Se les acercan, les cuentan sobre sus dolores, les piden milagros.

“Todos vienen a hablar de marihuana, pero lo que realmente quieren es invitar a salir a Darcy... hasta los curas, de verdad”, dice, entre carcajadas, la hermana superiora, mientras da una pitada a un porro, que se alista a compartir con el resto de la orden.

—¡Vamos, chicas, hay que volver al trabajo! —dice

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