10 de noviembre de 2006
yo soy la dueña del... Bar Swinger beverly hills

Antes de conocer a Manfred, mi esposo, nunca había ido a un bar swinger. Manfred tiene 50 años y yo, 30. Él es canadiense y venía con frecuencia a San Andrés, siempre en plan de vacaciones, y allí nos conocimos. En esa época yo viajaba mucho a la isla porque mi negocio era vender ropa para mujeres. A finales de 2004 nos casamos y a comienzos de 2005 él se vino a vivir a Colombia. Cuando llegó me habló de montar un negocio de este tipo pero no encontramos el lugar ideal. Empezamos con una discoteca de música electrónica en Cedritos, en la 19 con 147, y aunque nos iba bien, Manfred seguía con la idea de crear un bar swinger. Él conoce muchos sitios swinger en el mundo y con su esposa anterior los frecuentaba. Aunque desde el comienzo hemos tenido un sexo espectacular, para mí no fue fácil entrar en la onda del intercambio de parejas, pues nunca lo había hecho. Fue un proceso lento, invitamos a unos amigos al apartamento y empezamos a experimentar. Así, cuando fui a visitar los bares swinger, no había razón para escandalizarme. Lo mismo les sucede a las parejas que vienen aquí. Muchas de ellas prueban primero con amigos y luego sí se aventuran con gente que conocen mientras conversan o toman un trago. Manfred encontró esta casa, subiendo a La Calera y en junio abrimos las puertas al público de jueves a sábados y también los domingos cuando el día siguiente es festivo. La afiliación tiene un costo de 25 mil pesos por pareja y hay un consumo mínimo de 80 mil pesos. La idea es tener un perfil alto y por eso vienen abogados, ejecutivos, libretistas, empresarios. Las mujeres son muy bonitas. Es gente que tiene entre 25 y 55 años. La página es www.swbeverlyhillsspa.com
Me encanta vestirme provocativa y eso es parte de mi papel como anfitriona. Me gusta que me miren y tratar de liderar la noche, animando a las parejas a que se integren y a que bailen. Yo voy de mesa en mesa hablando con todos, haciendo que se sientan cómodos, como en casa. Nosotros, aunque somos swingers, no nos metemos con los clientes. Muchas veces nos proponen intercambios, pero es un trabajo y siempre guardamos distancia. Ya en privado, en nuestro apartamento, es otra cosa; pero en el bar, no. Tenía claro, después de ver otros sitios en Bogotá (supuestamente hay más de 20), que quería comodidad, buen ambiente y muchas posibilidades: hay sauna, jacuzzi, sala de fantasías y todas las noches hay un show de kamasutra, de sexo en vivo, para que los asistentes se animen y hagan todo lo que quieren hacer. Aquí no le exigimos a nadie que se quite la ropa. La mayoría anda en ropa interior o con una toalla. Eso sí, el uso de pantuflas es obligatorio. El respeto es clave y damos una sugerencia clara: aquí los celos no existen.
Vvo con mi esposo y con mi hijo de dos años en un apartamento del noroccidente de Bogotá. Estamos felices con el negocio y nos dedicamos solo a esto. Estoy segura de que a mucha gente le gustaría venir a nuestro bar swinger, y yo les digo que es hora de probar. Es una experiencia única.
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