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10 de febrero de 2012

Opinión

Consultorio sexual

Dos hombres que llevan casados 20 y 10 años con sus esposas tienen dos consultas muy diferentes con nuestro sexólogo, Marcelo Birmajer. ¿Qué pasa con la vida sexual entre dos cuando pasa tanto tiempo?

Por: Marcelo Birmajer

No se lo puedo decir de frente

Querido doctor: 
Pongamos que me llamo Felipe. Estoy casado hace veinte años con la misma mujer, tengo 47, y ella 43. Tenemos dos hijos. 
Mi esposa siempre ha sido una mujer sexualmente agradable: en lo físico y en lo actitudinal. También es sensual, a su manera. Es una buena madre y una buena compañera. Tras su cumpleaños número 41 comenzó a pensar en ponerse implantes mamarios. La desalenté. A mí me gustaba como era. Se lo demostraba en los hechos. Fornicábamos al menos una vez por semana, y era ella quien me rechazaba cuando yo quería repetir en los días subsiguientes. Le elogiaba y gozaba de sus pechos tal como eran. Y hubiera gozado de su cola más a menudo si me lo hubiera permitido. Pero ella se quejaba de que sus dos embarazos le habían provocado la caída de los senos. Le repetí que yo no veía el problema. Pero entre los 42 y los 43 desarrolló una verdadera obsesión por la operación. A tal punto que yo le di mi OK, e incluso el dinero para llevarla a cabo. Pero, desde entonces, me cuesta tocarla. No me imaginé que me daría semejante impresión. Hacemos el amor pero, cuando la veo de frente, pienso en las siliconas y me cuesta. He logrado, con la ayuda de la experiencia de años, y mi imaginación, sobrellevar la situación lo mejor que puedo. Pero sé que no duraré mucho tiempo. Mi organismo se resiste. Por supuesto, no me imagino comentarle el origen de mi desmotivación. Ni siquiera confesarle que estoy desmotivado. Pero no encuentro salida.
Querido Felipe atormentado:
Siempre me gratifica recibir carta de un hombre bueno, de un buen marido. Me hace sentir que puedo cumplir una función. Quizás pudiera usted pensar que cometió un error al darle el OK y el dinero a su mujer para que se opere. Pero no es el caso. Las mujeres, como los niños, y a diferencia de los hombres, tienen la capacidad de rogar ininterrumpidamente sin perder la dignidad. Los hombres no contamos con ese privilegio. Una mujer llorando puede convencernos. Un hombre llorando le genera solo desprecio a una mujer. A no ser que sea un criminal violento que finge el llanto para pedirle falsas disculpas. Si usted no le autorizaba la operación, ella lo hubiera vuelto loco. Pero, en cualquier caso, usted no me escribe para que le dé la razón, sino una solución. Y la solución, como en casi todos los matrimonios en crisis, es el sexo anal. Usted no la puede tomar de frente, tómela por atrás. Si ella pregunta por qué exclusivamente de ese modo, usted responda que, a su edad, siente exclusivamente esos deseos. Tiene el mismo derecho que ella a sentirse obsesionado por algún tema. Incluso puede agregar que siente que su pene es más grande de ese modo, y que con la edad desarrolló la necesidad de sentir su pene más grande. Una referencia indirecta a la operación. Coincido cien por cien con usted en que no debe sacar el tema de las siliconas a colación. Y si ella por casualidad lo menta, usted responda: “Ni me va ni me viene”. Estas cosas, como bien usted ya sabe, no se pueden hablar. O se resuelven o se separan. Pero confío en que usted es de los que sabrán resolverlo. 
El novio del más allá
Apreciado maestro:
Llevo diez años de casado con mi mujer, a quien amo. Tenemos los dos 37 años. No hemos querido hijos. Sin embargo, un extraño tercero ha venido a interponerse entre nosotros. Mi esposa hizo su primaria y secundaria en sendos colegios de monjas. Al graduarse, conoció a su único novio previo a mí, también un muchacho recién graduado de un colegio católico. Los dos eran muy creyentes. Concurrían juntos a la iglesia. Se comprometieron y llegaron a casarse. Pero el día de la luna de miel, previo a que se consumara el matrimonio, el novio murió de un aneurisma. Por eso mi esposa todavía se refiere a él como “mi novio”, ya que el matrimonio nunca se consumó. Mi historia es que hace un par de meses mi esposa comenzó a demostrar un comportamiento extraño. Salía y volvía a deshoras. No sabe mentir. Pero se negaba a decirme la verdad. La hice seguir y llegué a una conclusión escalofriante: está visitando a una espiritista, para conectarse con su novio muerto y darle, en el más allá, lo que no pudo en la Tierra. Nunca pudo superar la culpa. La noticia me ha superado por completo. ¿Debo impedírselo? ¿Debo poner las cosas blanco sobre negro y separarme? ¿Debo separarme sin decir nada?
 
Apreciado marido en duda:
Amar a una mujer con la que se lleva casado diez años no es cosa de todos los días. Haber convivido y querer seguir, sin la excusa de los hijos, es prácticamente un milagro. ¿Cuál sería el motivo para separarse? A no ser que la pitonisa se pase de lista y le haga creer a su esposa que su novio muerto reencarnó en un semental. Yo creo que usted debe gozar del privilegio de estar vivo, revelar a su esposa que descubrió su secreto, y pedirle que lo haga partícipe del momento cúlmine, en la sala de la espiritista. Si aparece un hombre real, haga como Houdini y descubra a los farsantes. Si todo se resuelve en el terreno metafísico, creo que para usted resultará incluso excitante. En el terreno de la fantasía, todo. En el de la realidad, solo usted y su esposa. ¿Si realidad y fantasía pueden llegar a intoxicarse? No cuando el tercero está muerto. De hecho, le puede servir a usted para reclamar en el futuro cercano una tercera viva. Tal vez una noviecita a la que no pudo cumplirle como era debido en su tiempo.

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