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22 de febrero de 2016

Zona crónica

La historia del creador de YouPorn, el Mark Zuckerberg del porno

SoHo Visitó en Bélgica al multimillonario creador de YouPorn, RedTube y PornHub, responsable de que hoy existan 12 videos pornográficos por cada habitante del planeta.

Por: Irene Larraz
| Foto: ID Photo Agency / Jonas Roosens

Ese de tenis rojos y gafas de marco grueso que está sentado detrás de una larga mesa de reuniones con una taza de té es Fabian Thylmann, el hombre que patrocina 16.000 millones de orgasmos gratis cada mes. Puede que su nombre no sea muy conocido, pero es probable que usted haya pasado un buen rato gracias a sus páginas PornHub, YouPorn, RedTube, Brazzer y Playboy Plus. Esos son, al menos, los portales más conocidos de Manwin, la compañía con la que llegó a facturar 100 millones de dólares (336.000 millones de pesos) en 2012. (Erika Lust, la mujer que hace el porno más deseado del planeta)

Thylmann tuvo la gran idea de ofrecer porno gratis y de forma muy sencilla: copió el modelo de los tubes (agregadores de videos, como YouTube) y lo aplicó a una de las industrias más exitosas del mundo. El resultado fue increíble. Hoy, PornHub, su página más visitada, es el paraíso del porno: alberga más de 87.000 millones de videos, unos doce por cada persona que habita el planeta. Solo el año pasado, la gente vio más de 4300 millones de horas de porno en esta plataforma, dos veces y media más del tiempo que el Homo sapiens lleva en la Tierra. Resulta lógico que con estos antecedentes Thylmann se haya coronado como el rey del porno.

Pero lejos de las obscenas cifras que decoran su hoja de vida, en este momento está en Tervuren, un barrio residencial a las afueras de Bruselas, en Bélgica, instalando muebles y sillas de colores, al estilo Google, en una nueva oficina de 1000 metros cuadrados. Y ya no ve porno. Al menos no tanto, dice. Sé que hace tres años se apartó de la industria, pero mientras una empleada me ofrece un café, imagino en qué categorías pornográficas me habrá clasificado Thylmann con solo decirle “hola”: ¿“Rubia”? ¿“Tetas pequeñas”? ¿Tal vez “Fetiche de pies”?

Y, mientras me pierdo en esas preguntas y usted lee esta crónica, PornHub está recibiendo 6700 visitas por segundo. Es decir, hay doce veces más gente masturbándose que subiendo fotos a Instagram. (No se crea actor porno)

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Lo espero en el lobby de su compañía de inversión, STATSnet BVBA, sobre una alfombra con decenas de conejitos de Playboy y frente a un retrato de Picasso hecho con imágenes pequeñísimas de chicas masturbándose, penetraciones y un montón de tetas. Esos son los únicos restos de su imperio pornográfico que hay en el despacho. Ahora tiene 37 años y, después de haberse hecho multimillonario, lleva una vida muy normal: es divorciado, tiene dos hijos e invierte en empresas emergentes, como una de bebidas energéticas y otra de dispositivos para componer planos esféricos.

Thylmann no encajaba bien en ese mundo de orgías, penes kilométricos y maduritas asiáticas que disfrutan del sexo anal. Él es un geek; está más cerca de ser “el Mark Zuckerberg del porno” que “el jefe del reino de la lujuria”, como lo llamaron algunas revistas. Atrás quedaron los dandis y donjuanes de la industria, como Hugh Hefner o Larry Flynt. El universo del porno, tal y como funciona hoy, es el resultado del trabajo de un programador gordito y en saco de lana que logró transformar una industria añeja, limitada a la compraventa de DVD, en una mina de más de 1892 petabytes de videos eróticos gratuitos y fácilmente accesibles; una cantidad con la que podría llenar el almacenamiento interno de todos los iPhone vendidos el año pasado en el mundo. (La vida real de un actor porno colombiano)

Las oficinas de Thylmann no eran como la Mansión Playboy ni lo atendían secretarias rubias en ropa interior; trabajaba en un enorme edificio de cristal en Luxemburgo. Era igual a cualquier otra empresa de tecnología de la información o IT. “Salvo si entrabas y mirabas las pantallas de los computadores”, dice y se ríe. “Yo nunca fui alguien así (como Hefner o Flynt). Los conocí a todos ellos, y esa fue una de las razones por las que pude hacer todo lo que hice. La clave estaba en que yo era muy diferente y podía dirigir el negocio puramente como un negocio, nada más”.

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Antes de levantar “el mayor holding erótico del mundo”, como lo proclamó la desaparecida edición alemana del periódico económico Financial Times, Thylmann se dedicaba a programar. Viene de una familia del noroeste de Alemania —de Düsseldorf, más exactamente—, y aún recuerda la factura que sus padres tuvieron que pagar cuando conoció internet. Tenía unos 17 años y su primer proyecto fue meter troyanos en el computador de un profesor para acceder a su sistema. Funcionó. (Así se hizo el video porno de Alejandra Omaña)

En esa época, la red era todavía un universo poco explorado y empezar un negocio en línea fuera de Estados Unidos resultaba complicado. Pero después de haber hecho “programación extrema” con una buena cantidad de tráfico y de ruido, quería algo más desafiante, y pensó que la industria del entretenimiento para adultos podía traerle muchos clientes en Europa.

Pasaron más de diez años hasta que vendió su primer programa, Nats (Next-generation Affiliate Tracking System), un sistema que conectaba los principales sitios de porno y permitía a la gente seleccionar los videos según sus preferencias. Con el dinero que ganó con Nats, Thylmann compró en 2007, un año después, su primera empresa. Desde ese momento, comprar compañías “se volvió mucho más divertido que programar”, cuenta.

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El negocio del porno estaba dando tantos resultados que necesitaba una inversión que se equiparara a sus ambiciones. Con apenas 30 años, se plantó delante de los inversores de Wall Street y les pidió un crédito de 350 millones de dólares. “Los bancos negocian con vendedores de armas, pero el porno les parece poco ético”, dijo irónico Thylmann en una ocasión.

Al final le concedieron el préstamo, y en menos de dos años se convirtió en un depredador del porno cibernético, con oficinas en cinco países, más de 1200 empleados y alrededor de 65 millones de visitantes únicos al día. Mientras él y su nueva compañía, Manwin, apostaban por agregar la mayor cantidad de contenido gratuito posible, los antiguos empresarios del gremio guardaban recelosos sus producciones. Algunos, incluso, lo llegaron a denunciar por piratear sus videos. Alec Helmy, fundador de la publicación para adultos XBiz, contó al semanario The Economist que el número de estudios tradicionales de porno que quedaban en Estados Unidos cayó por esos días de unos 200 a apenas 20. (Cómo hacer su propia peli porno en casa de manera segura)

Con Manwin al poder, la forma de ver el negocio cambió: ya no interesaba tanto el contenido; ahora parecían importar más el tráfico, los videos más demandados y los comentarios de los usuarios. La compañía también revolucionó la industria con nuevas modalidades, como el porno gonzo (videos basados únicamente en sexo implícito, sin trama alguna) o el camming (personas que se masturban o tienen sexo frente a una cámara web mientras otras las incitan a través del computador). La pornografía se convirtió en un bien de dominio público: lo podía hacer cualquiera y consumir cualquiera. Por eso a Thylmann lo han llegado a llamar “el democratizador del porno”. Para él, es una simple evolución natural: “El porno se volvió más obvio y más gente ahora acepta que existe”, dice.

Según Helmy, antes de que los tubes conquistaran el mundo de la pornografía, los ingresos mundiales de la industria giraban en torno a los 50.000 millones de dólares, y han caído al menos tres cuartas partes desde entonces. Así las cosas, los enemigos de Manwin —los viejos patrones del negocio— se multiplicaban, pero sus seguidores también.

“La industria ha funcionado así siempre: hay que dar algunas cosas gratis para hacer que la gente compre otras”, comenta Thylmann. “Siempre lo digo, sin mí habría sido peor. Hice todo lo que estuvo en mis manos para que este fuera un buen trabajo, por eso mucha gente trabaja hoy con estas páginas, porque son una buena fuente de tráfico y de ingresos. Sí, muchos dicen que lo hacen porque no hay otra opción, pero yo creo que no es así”.

En una de las pocas entrevistas suyas que pueden encontrarse en la red, Fabian le contesta a su hermano Oliver, también empresario, que hay dos cifras curiosas cuando se mira el comportamiento en las páginas porno. La primera tiene que ver con la celebración islámica del Ramadán: “En esa época hay una gran bajada de visitas. Días y días con muchas menos conexiones. Pero apenas termina, hay una sobrecarga en el sistema”. La otra tiene que ver con fútbol: “En un España-Alemania, por ejemplo, a la hora del partido, el tráfico en esos países baja, lógicamente. Pero cuando termina, el que gana es el que tiene el pico de tráfico más alto. Es como ‘¡ganamos!’”. La conclusión: “Hay millones de visitas diarias pero nadie ve porno, lo saben, ¿no?”. (Descubra si usted es adicto al porno y cómo curarse)

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Cuando ya lo había revolucionado todo en el mundo del porno, Fabian decidió que ya no era divertido seguir haciendo crecer el negocio. Y lo vendió. “Se volvió aburrido”, resume. “Disfrutaba mucho en los primeros años, cuando pasábamos de tener 50 a 1200 empleados, pero hay un límite, y 2012 fue ese límite. Ya no podía seguir creciendo mucho. Tuve una buena oportunidad de salir y eso es algo realmente difícil en esta industria”.

Me resulta complicado de creer que el porno pueda volverse aburrido, y se lo hago saber. Me dice que tal vez “aburrido” no es la palabra: “Al final, para mí era todo lo mismo”. Por eso, asegura sin titubear que no se arrepiente de haber salido de ese negocio millonario que representaba Manwin.

La venta se produjo pocos meses después de que una decena de policías e investigadores del fisco alemán lo detuvieron en Tervuren, el mismo barrio donde estamos ahora. Fue extraditado a Colonia, en su natal Alemania. Los 25 abogados que trabajaban con él a tiempo completo para evitar que se colara pornografía infantil o algún otro contenido delictivo en sus páginas no pudieron evitar que pasara 17 días en prisión, acusado de evasión fiscal. Los indicios apuntaban a que los pagos a los actores porno se realizaban de forma ilegal, a través de una compañía subsidiaria con sede en Chipre. Nunca se demostró nada. Y ahora Thylmann no puede hablar sobre eso, dice. (Porno para Dummies)

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Al verlo hoy, parece increíble que aquel chico tímido y de pelo graso que mecía la pierna nervioso en el Internext Expo 2012 de Las Vegas (la convención de negocios que reúne a los ‘duros’ de la pornografía en internet) sea el mismo que está aquí sentado; hoy pesa 20 kilos menos, no tiene un negocio de nueve cifras entre manos y en su oficina no hay rastro de las 10.400 modelos que se conectan cada día a YouPorn para ofrecer sus servicios de videochat sexual.

Thylmann llama a lo que hace ahora “inversiones sin un foco real”. Lo dice mientras mira el bosque que está al otro lado de la ventana. “Recibo propuestas de gente cada semana, me llegan nuevas ideas que supuestamente van a cambiarlo todo”.

Le ha dado un giro muy brusco a su vida; un giro hardcore, como lo clasificarían en las webs que fundó y que lo hicieron rico. Hoy tiene un proyecto de drones en Croacia; pasa sin problema del negocio de la moda al de los bienes raíces; cuenta con un desarrollador de aplicaciones móviles; invierte al mismo tiempo en diez empresas, y estudia otras 80 para saber dónde poner su dinero. “No quiero limitarme al IT —explica—. Me gusta ayudar a la gente y contribuir a la energía que tienen algunas personas que están creando proyectos”. (Cuánto duran los colombianos masturbándose con porno)

Le pregunto qué se siente, después de haber tenido tanto poder, haberlo perdido. Pero él se aleja de eso del “poder”. Me dice que nunca lo vio así; que, al menos, nunca lo utilizó como tal. Eso sí: “Fue divertido la primera vez que me llamaron el rey del porno”.

Aparte del título, acepta que saber que personas de todo el mundo —350 millones al mes— pasaban un buen rato gracias a él sí le levanta el ego. Todavía hay gente que, al saber quién es y qué hacía, le agradece por tanto. “Sobre todo son jóvenes que tienen ahora alrededor de 25 años y me dicen: ‘Oh, hiciste mi día mientras estudiaba, muchísimas gracias’… Eso reconforta”.

—Y tantas horas monitoreando porno… ¿nunca se sintió tentado de hacer algún cameo? —le pregunto antes de irme de su oficina.

—No, para nada. Estuve en tres rodajes, pero para hablar con el equipo y ver cómo trabajaba, nada más. Fue divertido de ver, pero no me tentó…

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