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11 de diciembre de 2019

Lucian Freud El pintor que amaba lo feo

Ocho años después de su muerte, el artista que le rindió culto a lo grotesco y brilló como uno de los grandes del siglo XX protagoniza una ola de reconocimientos, biografías y exposiciones.

Por: Revista SoHo
Era nieto de Sigmund Freud, donjuán y derrochador impenitente, así como amigo por igual de lo más granado de la alta sociedad y lo más tétrico del bajo mundo. | Foto: GETTY IMAGES

Como si hubiera sido necesario esperar un tiempo prudente después de su fallecimiento y superar el purgatorio, Lucian Freud parece revivir para confirmar la vigencia de su espíritu intrigante y transgresor. Lo corroboran, entre otras novedades, las dos biografías que se han publicado este año, The lives of Lucian Freud y Lucian Freud: a life, más el testimonio que sobre su relación con él escribió Celia Paul, una de sus muchas parejas. Estas son tres miradas a la reservada vida del artista que escandalizó con sus desnudos rayanos en lo repugnante. Así mismo, la exposición de sus célebres autorretratos, en la Royal Academy of Arts de Londres, se destaca como uno de los sucesos artísticos del momento, al tiempo que el Museo Thyssen-Bornemisza prepara en Madrid una gran muestra para el 2023.

Nieto de Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, y de prósperos industriales alemanes, Lucian tuvo una infancia privilegiada en Berlín, donde vivió hasta que el ascenso del nazismo obligó a la familia a huir a Inglaterra en 1933.

Dedicó sus primeros años al surrealismo, pero de las cebras de franjas rojas y amarillas pasó al estudio del cuerpo humano. Cuando lo abstracto capturaba la atención de la crítica y era el eje de la actividad artística, se opuso a la corriente, se aferró a la figuración e hizo parte de un movimiento que luego se catalogaría como la Escuela de Londres, a la que también pertenecieron dos de sus grandes amigos: Francis Bacon y Frank Auerbach.

Su propósito fue guiar los instintos humanos al intensificar la realidad tal y como la percibía. Sus retratos exaltan los defectos humanos y hacen del cuerpo un conjunto de carnes y de pliegues que no pueden escabullirse del tiempo ni del deterioro. El resultado es una estética de lo grotesco que resulta incómoda pero con un poder de seducción al que no han podido resistirse las chequeras de los coleccionistas más derrochadores del mundo. En 2008, Christie’s subastó su Benefits supervisor sleeping por 33,6 millones de dólares, lo que marcó en ese momento un récord como la obra de arte más costosa de un artista vivo.

El cuadro es parte de una serie de retratos hechos a Sue Tilley, una ilustradora que posó para Freud tres o cuatro veces por semana durante años, tiempo en el que no podía reducir sus más de 120 kilos de peso, pintarse el pelo o broncearse. Las sesiones podían transcurrir sin una sola palabra entre artista y modelo, o bien estar acompañadas de charlas sobre actualidad, farándula o la gente que Freud había conocido. Al final, la relación se deterioró, pero Big Sue, como la llamaba Freud, no se lo tomó personal, a sabiendas de que, a la larga, él se peleaba con todo el mundo.

Así fue Lucian desde su juventud, cuando llevó una agitada vida de riñas a puños, actividad sexual inagotable y apuestas excesivas en carreras de caballos y juegos de azar. En una ocasión llegó a ser amenazado por los gemelos Kray, amos del crimen en el East End de Londres, a quienes les llegó a deber 1.500 libras, por lo que casi termina en la tumba.

Su atracción por el bajo mundo lo hizo un asiduo visitante de los barrios menos recomendables de la capital británica. Fue amigo de ladrones y pandilleros de Paddington,

una suerte de gueto, de donde sus autos de lujo salían intactos. Aunque no duraban mucho así, porque él mismo se encargaba de destruirlos con sus pésimas habilidades al volante, ante las cuales todas las aseguradoras se negaban a prestarle sus servicios.

Pero el encanto por la vida vulgar y viciosa no le impedía codearse con la alta nobleza de su ciudad. En las noches, siempre al acecho de herederas o jóvenes debutantes, salía a fiestas en las que compartía mesa con la princesa Margarita o Greta Garbo. Jornadas que podían terminar en irrupciones al Palace Theatre, uno de los grandes escenarios del West End, en la celda de una cárcel o en cualquier cama.

Este ritmo trepidante se disolvía ante el lienzo, pues ninguna prisa impulsaba sus pinceladas al óleo. Freud se tomaba todo el tiempo que fuera necesario para terminar un cuadro, a pesar de que al cabo de los meses las arqueadas posturas enviaran a algunos de sus modelos al ortopedista.

A lo largo de sus 88 años, tuvo por lo menos catorce hijos con seis mujeres, aunque se cree que la cifra real puede ser incalculable. A ninguno de ellos les legó su casa y último estudio, que testó a favor de David Dawson, su asistente durante el último tramo de su existencia, como una compensación por el tiempo que estuvo a su servicio desatendiendo su propia carrera artística. .