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3 de febrero de 2012

Videojuegos y novias son incompatibles

Videojuegos y novias son incompatibles

Las parejas, esposas o amantes tienden a dañar las jornadas de videojuegos con amigos, de una forma u otra. En cambio, el Playstation o el XBox nunca le dañarían un polvo.

Por: Iván Bernal Marín

La visita de una novia me ha dañado incontables jornadas de videojuegos con amigos. En cambio, el Playstation nunca me ha dañado un polvo.


No importa que sea de Nintendo Wii o Xbox 360. Es razonable presumir que las mujeres ven el control de la consola como uno miraría un vibrador: como un maldito pedazo de plástico entrometido, una amenaza electrónica, un rival inanimado. Las novias, amantes o parejas suelen terminar boicoteando la jugada, voluntaria o inadvertidamente.


Una sesión de videojuegos ofrece una dosis de ocio justa para despejar la mente. Desde las épocas del Fútbol Excitante (¡Horrible oye!) al PES 2011 y 2012 (donde aparece Junior). El entretenimiento virtual ayuda a darle una pausa al flujo de ideas, guardar el cerebro un rato en la nevera y sumergirse en universos ficticios donde nada importa: puedes alinear al Real Madrid como Mourinho debería hacerlo, con Benzema, Higuaín, Kaká, Ozil, Cristiano, Di Maria y Xabi Alonso hacia adelante, y golear 6 a 1 al Barcelona manejado por un incauto vecino.

 

O partirles la cara a raperos y cantantes de reggae; exterminar docenas de mafiosos en cámara lenta; explotar carros y armar la guerra en medio de una ciudad de polígonos.

 

Además de pacífico, es un plan amable con el bolsillo. Tan solo hay que pedir unas cervezas, llamar a los compinches de siempre, y listo. Tendrás garantizada una jornada de emoción y adrenalina. Siempre hay un vicioso dispuesto y desprogramado. Y si no, que se agarre la CPU.


Los juegos son el acompañamiento idóneo para una tarde de "raskin-ball", cuando hay poco que hacer, o poco dinero para hacer lo que sea. Por eso las novias deberían verlos como aliados, que ayudan a que su pareja se desestrese y tenga mejor movilidad de espermatozoides en los testículos.

 

Pero todo transcurre de otra manera. Tu amigo logra empatarte 1-1 el partido siguiente a la goleada. Empatar así es triunfar un poco, por lo que se regodea, ríe a carcajadas y te desafía. Entonces llega ella. Le pides que espere 2 minutos, que ya casi terminan. El partido se va a extra-tiempo. Ella se levanta y va al baño. El condenado amigo te gana por un autogol, un penalti, o un cabezazo en tiro de esquina. La serie no puede quedar así. Hay que legitimar la goleada. Ella vuelve y nota que ha empezado otro partido. Deja de creer el “ya va amor, espera”. Se hace a un lado con un gesto de decepción que rocía sal sobre tus jugadores.

 

Terminas perdiendo, por estar monitoreando sus malas caras, y llamándola o pidiéndole que te haga fuerza. La moral de tu equipo decae cuando te dispara interrogantes como “¿Qué harías si llegaras a mi casa y yo me estuviera haciendo las uñas?”. Te golea en el partido psicológico. Pierdes el partido tridimensional, y la serie debe seguir hasta que vuelvas a ganar por goleada, aún a costa de su amargura.


Eso es quizá lo mejor que puede pasar. Otra posibilidad es que intente demostrar que no le aburre tu plan, aunque lo considere absurdo. Mientras el desgraciado oportunista mal amigo ataca, ella te distraerá preguntando “¿Cuál eres tú? ¿Para dónde tienes que correr? ¿Cuántos goles has hecho?”.


Con un renovado espíritu de porrista, te apoyará haciéndote barra con gritos mal ubicados. Sus “¡DALE DALE!” o “¡PATEA!” interrumpirán la concentración necesaria para presionar los botones con la sutileza justa para enganchar al último defensa, o lograr que un “sombrerito” termine en la red y no en la tribuna. Luego te preguntará, como burlándose: “¿Ay amor, porqué la botaste?”, o se reirá y te dará una palmadita haciéndose a un lado con algo como “ayyy no amor”.


En el colmo del cinismo, será capaz de besarte cuando tu odiado amigo te marque el tercer gol con un Rooney que has pateado hasta la saciedad pero que no has logrado lesionar. “No importa, yo te quiero”, mientras ese que disfruta del entretenimiento gratuito en tu casa alza los brazos y se despide bañado de autocomplacencia. Por sus comentarios sarcásticos, sospechas que se pusieron de acuerdo para joderte el día.


Los videojuegos estuvieron primero que las mujeres en la vida de muchos hombres; antes incluso que la masturbación. Por eso tienen reservado un lugar inamovible en nuestros corazones. Hacen parte de la esfera del entretenimiento individual. La mayoría de mujeres lo tiene claro, y no disimula su disgusto, sus celos, ante ese amor a la vez ridículo y prioritario. Otras, en cambio, se le miden a matar nazis y participar en enfrentamientos de guerra virtual, para impresionar. Hasta se arriesgan y prueban los de fútbol. Un gesto de compasión para que sus parejas crean que les interesan sus planes. Este es el peor escenario.


Si quieres a tu novia, no la invites a jugar Playstation 3. La mayoría juegan torpemente a propósito, para que nosotros también lo terminemos aborreciendo. Se levantan en cualquier momento y dejan todo tirado, si las llaman al celular o alguien les habla. Insisten en sacudirse violentamente en la dirección que desean que el personaje se mueva, y tropezarnos o jalonear cables. Sin duda, los sensores de movimiento del Wii y Kinect son obra de mujeres.

 

Esos, que sí pueden jugar ellas, no cuentan como videojuegos. Son más como aeróbics. Con los verdaderos es imposible su participación. Lo he intentado con de carreras, con algunos de lucha como Def Jam, incluso con el caos divertido de Grand Theft Auto San Andreas. Ese juego que es responsable de la delincuencia juvenil, como Charlie Sheen es responsable del consumo de drogas y prostitutas.


Nos sentamos y comienzan las preguntas y los quejidos y las bromas fuera de lugar y los besos y abrazos en medio de la acción. A toda hora es “ven, démonos un beso con L2”. Qué ay que lindo. Qué por qué corre para allá, que no me dispares, que como hago, que por qué hace esto, que espérame, que ahhh, que jaja. No las imagino con Modern Warfare 2, teniendo que explicarles la película de la invasión rusa a EU. El problema es que no se toman en serio el juego, lo sabotean. Disimulan entre sonrisas su misión: acabarlo.


Es una gran mentira eso que canta en Videogames Lana Del Rey (la Dido de 2012). Es falso que su idea de diversión sea jugar con nosotros, y que “Heaven is a place in earth with you”, así sea con controles de Play. Una utopía; no se alcanza ni con los Mario Party.


Ni siquiera un videojuego pornográfico sería buena idea para jugarlo en pareja. El sexo en los juegos siempre ha sido un morbo inocente, un hallazgo íntimo e individual; un chiste más que otra cosa, y un poco vergonzante. Desde las muñecas de Leisure Suit Larry o las bailarinas de Duke Nukem, pasando por las travesuras de Kratos con Afrodita en God of War, hasta las minifornicadas poligonales de San Andreas. Una tradición que comenzó con el propio Mario Bros ¿O qué creen que iba a hacer un plomero pasado de hongos con una princesita?


La pantomima de condescendencia molesta. Lo que suelen buscar ellas en el fondo es imponerse, y lo logran. Siempre que se enfrentan con los videojuegos, las novias ganan la partida. Es una pugna de poderes que comienza perdida. El sexo le gana el pulso al ocio un 99% de las veces (en el otro 1%, el tipo se acababa de hacer la paja).


Así, ejecutan sigilosamente un golpe de estado. El objetivo subversivo de muchas es trasladar la partida a la cama. O chantajearnos con su poderosa arma, para arrancarnos de los brazos del entretenimiento electrónico y tenernos a su merced.

 

Saben que, como ellas, nuestro juego predilecto es el combate horizontal cuerpo a cuerpo; uno contra uno. Es la mejor opción de multijugador en el mercado.

 

Si cogen el control es para atacar furtivamente, desde adentro, porque ven que el meneo de nuestros dedos se sigue desperdiciando: podríamos estar acariciando los botones de ellas. Reclaman para sí nuestros esfuerzos digitales, y la táctica de la amargura no surte efecto.

 

Nuestro Joystick siente el llamado en su mirada lasciva; sus susurros lanzan la palanca de mando hacia arriba. Cualquiera deja de presionar botones de plástico por irse detrás de uno de carne. Que los imbéciles se queden con la X, la bolita y el cuadrado: un verdadero triangulo caliente espera por nosotros. Y no solo vibra, aprieta.


Con la amenaza de estimularnos el gusto, el tacto, el olfato, nos ganan. Nos convertimos en autómatas. El pene pasa al mando, y seguimos sus órdenes como si fueramos personajes de videojuegos, sin voluntad. Esclavos de un contolador sujeto a la manipulación de ellas.


 

(Nada mejor que llevar al plano real lo que ensayábamos en Grand Theft Auto) El problema es que empleen sus métodos de provocación como engaño, para después salir con cosas como "acompáñame a comprar unos zapatos", "vamos a ver la nueva de Almodóvar" o algo parecido.

 

Por eso, al final, no es una derrota que una partida de videojuegos acabe en un motel. Es la victoria suprema, aunque hayamos salido humillados en ProEvolution. Es momento de cobrar venganza. En la cama, se pueden marcar todos los goles que uno quiera... golearlas hasta el cansancio, cabalgar montañas, nadar, conquistar Venus. Como lo resumió un colaborador de Vergonymous en una frase cruda pero real: “Culo mata juego. El que pierda una por jueguitos, está en nada”.

 


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