2 de febrero de 2007

yo soy ‘adolfo’ , a mí me violaron los curas

oímos sus denuncias contra los sacerdotes efraín rozo, germán pinilla y roberto ospina en la w. para protegerse, no dio su nombre real y algunos dijeron que no existía. 'adolfo' da su nombre y pone la cara, hace nuevas revelaciones y cuenta cómo ha recibido amenazas contra su vida.

Soy ‘Adolfo‘, la misma persona que hace unos meses contó en la emisora La W cómo el cura Efraín Rozo lo violó en el seminario Tihamer Toth y cómo fue testigo de los abusos sexuales del padre Germán Pinilla y del obispo Roberto Ospina a otros niños. Después de mi declaración a la opinión pública y pese a haber ocultado mi identidad para proteger a mi familia, empezaron a llegar amenazas a mi casa. Primero fue un sufragio, con mis nombres y apellidos escritos a mano, en el que le deseaban "sinceras condolencias" a mi familia por mi muerte. Luego me llamaron al celular a decirme que cerrara la boca si apreciaba mi vida. Han hurgado también entre la basura de mi casa buscando quién sabe qué, y ahora me he enterado de que afirman descaradamente que yo no existo, que soy un fantasma, un invento de los medios para fraguar un complot contra estos curas. ¿Si no existo, cómo fue que me llegaron esas amenazas? ¿Si no di mi nombre, cómo supieron que era yo el que hablaba tras el micrófono?.

Las amenazas solo sirvieron para acabar con mi miedo. Justo antes de terminar de escribir este testimonio, recibí otra llamada, esta vez al teléfono fijo de mi casa, amenazándome con "llenarme la jeta de moscas" si escribía algo sobre lo que viví en el Tihamer cuando no tenía más de trece años y era uno de tantos niños de escasos recursos que no tenían otra opción distinta a ser educados en ese seminario. Pero ya no me importa si algo malo me pasa, tan solo me interesa seguir luchando para que se sepa la verdad de lo que ocurrió en el Tihamer y para que otros que temen las represalias que puedan tomar en contra suya se atrevan a contar lo que ellos vivieron. Conozco a muchas víctimas de Rozo y Pinilla, pero no quiero ser yo el que diga sus nombres y los exponga sin su consentimiento. Los invito, eso sí, a que ellos también lo hagan. He decidido, por lo pronto, dar la cara aquí con foto y nombre propio y contar en detalle lo que me pasó para que no quede duda alguna de que existo y de que no miento.

Soy Félix Piñeros Barrios, sacerdote. Tengo dos hijos, una esposa y una ex esposa a la que perdí por las depresiones y desequilibrios que me dejaron como secuelas los abusos sexuales de Rozo y de Roberto Ospina. ¿Cómo un cura tiene hijos, esposa y ex esposa? Sencillo: gracias a Dios, pese a todo lo que viví en el Tihamer, no perdí mi fe, mi vocación sacerdotal ni mi orientación sexual. Busqué una alternativa y monseñor Rubén Isaza Restrepo, obispo católico romano, y monseñor Gennadios Krisolakys, de la Iglesia Ortodoxa griega, me ayudaron a ingresar a la Iglesia Ortodoxa, donde pude ordenarme sin necesidad de renunciar a tener una esposa y una familia. Hace poco tuve que contarles los horrores que viví de niño a mis hijos antes de que se enteraran por otro lado. Fue un alivio, pero también una historia muy dolorosa de narrarle a un hijo. Ellos confirmaron sus sospechas de que algo terrible me había ocurrido de niño y encontraron una explicación al fracaso de mi matrimonio con su madre cuando ellos apenas tenían nueve y once años y se quedaron sin la posibilidad de crecer al lado de su papá. Todavía me acuerdo de esa noche. Las palabras y las lágrimas me brotaban a borbotones. Les conté de esa primera vez, en que me di de frente con la realidad sexual de mis "guías espirituales" en el año 1962, cuando tenía solo trece años. Terminé de trabajar en la construcción de la ampliación del seminario, como nos tocaba a todos hacerlo en distintas jornadas. Me bañé, quedé libre y me fui al cuarto del cura Rozo para ver si me prestaba sus patines. Golpeé, estaba abierto, entré, oí la ducha y unas voces infantiles, me asomé y encontré a Rozo bañándose con Castro y otro niño de doce años, todos desnudos. Me dijeron: "Potecito, siga". Pero eso no me gustó y salí corriendo. Rozo me buscó a la hora de la comida. Me dijo: "No se vaya a asustar, esto es muy normal. El cuerpo no hay que esconderlo". ¿Pero entonces por qué nos exigía bañarnos en vestido de baño en las duchas comunales? Las señales eran contradictorias.

 En la piscina del Solnok, la finca en Barbosa del Tihamer donde vacacionábamos y a donde hoy Roberto Ospina organiza convivencias y excursiones, todos nos bañábamos con vestido de baño de día, pero de noche, a eso de las nueve, lo hacíamos "voluntariamente" desnudos frente a la mirada "vigilante" de Rozo y Pinilla e iluminados por cuatro lámparas de petróleo que ubicaban en cada esquina. Los padres a veces nos acompañaban, desnudos también, y no faltaban quienes se escapaban en pareja por los alrededores sombríos.

 Yo no había aún sufrido ningún abuso, pero a finales de 1962, un jueves, por desgracia me enfermé. Una fiebre y una tos que no paraba hicieron que me llevaran a la enfermería. Allá llegó Rozo, con la mejor de las mentiras fabricada, capaz de convencer hasta al más escurridizo de sus niños: a mí, quien hasta el momento había logrado evadir sus encerronas. Palabras más, palabras menos, me dijo que mi mamá se había muerto en un accidente. Recitó el libreto completito, me habló de las pruebas misteriosas del Señor, del amor del hombre, me consoló, lloró conmigo, me abrazó y me manoseó hasta que finalmente me violó. Tan pronto terminó, salió sin confesarme que todo había sido una vil mentira. Me dejó ahí, preso de miedo y de dolor por la muerte de mi madre, más que por la aberrante violación que en mi inocencia e ignorancia de niño aún no dimensionaba, pero que dos o tres años después me asqueó, cuando durante unas vacaciones sentí las manos y los labios de mi novia (la futura madre de mis hijos) y supe lo que era tener contacto con una mujer.  

En ese entonces lo único que sabíamos sobre el sexo venía de boca de nuestros "guías espirituales", quienes cada vez que nos iban a hablar de las mujeres, nos llevaban a la cripta, apagaban la luz y nos decían: "Pónganse en brazos de la Santísima Virgen y duerman en el regazo del Espíritu Santo. Vamos a hablar de un tema delicadísimo. Vamos a hablar de la mujer". Esa noche de la violación, solo me calmé un poco cuando el enfermero Jorge Cuervo me dijo que mi mamá estaba bien y pude oírla al teléfono.

 En ese entonces yo era un niño manipulable e ignoraba cómo debían ser las cosas. Por eso no le conté a nadie y, como los otros niños abusados, llevé solo mi dolor por dentro hasta que un día decidí confesarme. Al Tihamer iba un cura externo los jueves, Marco Tulio Cruz, rector del colegio del Rosario. En confesión le conté lo que me había pasado y me dijo: "Eso no le pare bolas que el pecado lo comete otro. Usted no". Rozo, por su parte, llegaba por las noches como un fantasma. Me susurraba al oído que lo que había pasado era normal, un gesto paternal, pero luego empezaba a masturbarme. Un día no aguanté más, escondí un palo de azadoneta bajo la cama y lo empecé a usar para defenderme cada vez que llegaba el cura a molestarme y la prueba es que una mañana amaneció con una buena zanja en el pómulo izquierdo, gracias a un certero golpe que le infligí, claro que él dijo que se lo había hecho al tropezar en la oscuridad, pues había llegado muy tarde.

 Pinilla no se metió conmigo, pero sí lo vi hacer bastantes cosas asquerosas. Una vez un compañero, Mauricio de la Espriella (q. e. p. d.) se enfermó de una muela, no se aguantó y se fue a buscar al padre Pinilla a su cuarto para que le diera algo para el dolor. Cuando llegó lo encontró teniendo sexo con otro niño. Gritó, todos nos despertamos y llegamos a la puerta del cuarto. Pinilla no sabía si ponerse la sotana o apagar la luz. Todo el mundo se murió de la risa y él de la ira nos sacó a todos afuera a trotar en piyama y chancletas mientras se vestía. Otra noche, creí haber oído la campanilla que señalaba la hora de subir a los dormitorios. Salí corriendo para no perder puntos en disciplina y, como para llegar al dormitorio debía pasar por el cuarto de Pinilla, lo encontré allí con un compañero, Juan Manuel, en una sesión privada de sexo oral. Pinilla tenía una fijación enfermiza por el sexo oral y, mientras que Rozo era más dado a someter a los niños a quienes violaba con el engaño o dándoles regalos para persuadirlos, Pinilla apelaba al miedo para ablandar a los más difíciles.

 Por las noches, después de que apagaban las luces de los dormitorios, surgían de la penumbra unos personajes "siniestros" conocidos como los presididores o cuidanderos. Su función era vigilar que nos durmiéramos sin armar jaleo. Uno de estos personajes era José Roberto Ospina, por esa época un muchacho de unos quince años. Al que sorprendía hablando, comiendo o leyendo con la linterna debajo de las cobijas, lo enviaba a donde el cura Pinilla y este le imponía uno de los siguientes castigos: 1.Trotar en piyama, bata y chancletas, por media hora en el patio a oscuras y haciendo sonar sus pies. 2. Ponerse botas de caucho tipo Machita y un morral con dos ladrillos adentro, uniforme de gala y una escoba para cuidar a oscuras una puerta en el sótano o en los garajes. A ese castigo todos le teníamos pánico y lo llamaba Pinilla "La guardia suiza". 3. Si el niño era uno de aquellos a los que le habían echado el ojo, lo sometía, mientras todos dormíamos, a una sesión de sexo oral en su dormitorio.

 En junio de 1965, en la tanda de retiros espirituales predicados por el padre Casas, jesuita, una tarde después de almuerzo, estaba durmiendo la siesta, en mi cuarto, y cuando me desperté, encontré a Roberto Ospina con sus manos entre mis pantalones, jugando con mis genitales. Al hacerle el reclamo, solo me pidió perdón por haberme despertado. Al terminar los retiros, en el tren de regreso a Bogotá, al encontrarnos varados en la estación de Lenguazaque, esa noche Roberto se me metió al baño del vagón, que estaba a oscuras y me pidió tener sexo oral con él, a lo que, por supuesto, me negué. Reto a Roberto a que me desmienta en mi cara.

 ¿Por qué denuncié a Rozo y a Pinilla? Fue el mismo hermano de Pinilla, Jaime Pinilla Monroy, quien, poco después de ordenarse, me llevó a poner la queja de los abusos ante monseñor Rubén Isaza. El cura Jaime nunca fue homosexual, pedófilo y mucho menos encubridor. Preocupado por el beso que me había dado con mi nueva novia me fui a consultarle a él si eso estaba mal o no. Me dijo que esa era la atracción normal entre el hombre y la mujer. Extrañado de oír algo así, le pregunté: ¿Por qué me está hablando así si yo soy seminarista? Empezó a hacerme preguntas: "¿Usted es volteado? ¿Ha tenido algún problema en el Tihamer? ¿Con Rozo? ¿Con elpadre Germán? ¿qué ha visto?". Le conté todo lo que sabía y el cura Jaime me dijo que pusiera la queja. Eso hice. Fui a donde monseñor Isaza y él me hizo escribir mi denuncia en dos cartas iguales. Con una de ellas se quedó monseñor Isaza y gracias a ella se inició una investigación, pues se la entregó a monseñor Luis Concha Córdoba, pero esta solo terminó con la salida del país de Pinilla y Rozo, mientras se olvidaban "los molestos hechos" que yo había denunciado junto con mis compañeros Otto Xavier Rodríguez y Eduardo Barragán, otras dos víctimas de los abusos en el Tihamer que ya murieron. La segunda carta fue la copia con la que yo me quedé y es la misma que publico con este artículo como otra prueba de que no miento.

 Con este testimonio no busco una sanción penal para Rozo, Pinilla o para Ospina, a quienes solo les tengo lástima, tampoco dinero ni que me reparen los traumas que me quedaron (son irreparables). Si bien es cierto que ya declaré ante la Corte de los Estados Unidos, no quiere decir eso que estoy de acuerdo con la actitud de los abogados de KBL (Kiesel, Boucher and Larson), que tan solo van por el dinero que les va a pagar la Arquidiócesis de Los Ángeles, California. Solo espero que estos sean retirados del Ministerio Sacerdotal para que no sigan haciendo más daño y que, para que se sepa la verdad, otras de sus víctimas se animen a contar lo que les ocurrió. No dejemos que horrores como los del Tihamer se repitan ni que debamos esperarnos 500 años a que algún Papa del futuro pida un perdón colectivo por todo lo que ocurrió cuando ya no viva nadie a quien le importe lo que pasó. Adolfo existe, soy yo, Félix María Piñeros Barrios. ?