Televisión

Breaking Bad

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Una extraña serie con un profesor de colegio que sufre cáncer haciendo lo posible por asegurarle el futuro a su familia.

Breaking Bad: Un día, cuando usted menos se lo espere, vendrá un amigo en el que confía a decirle: “Tiene que verse Breaking Bad”. Al principio le sonará muy extraño: la historia de un profesor de química de bachillerato que, cuando se entera de que sufre de cáncer de pulmón, se empeña en asegurarle el futuro a su familia metiéndose a fondo en la producción de metanfetamina. Después, cuando se acostumbre a su humor incómodo, la actuación descarnada de Bryan Cranston, su estética de gran película, sus inesperadas estrategias narrativas y su trama de larga pesadilla (y lo hará, se acostumbrará, al final del primer capítulo), no podrá dejar de verla. Y buscará a un amigo para entregarle aquella frase: “Tiene que verse Breaking Bad”. Ha durado cuatro temporadas cortas: temporadas de nueve a trece episodios. Queda una nada más. Está a tiempo de ponerse al tanto en el mundo tragicómico —mitad sórdido, mitad familiar— del profesor Walter White. Y de llegar con él hasta ese final que anunció desde la primera escena. The Hollywood Reporter la llamó “uno de los mejores dramas en la historia de la televisión”. Usted dirá lo mismo.



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TV ABIERTA: DEFENSOR DEL ESPECTADOR
Duro contra el mundo
Ha habido programas desconcertantes en Colombia, como aquel Telectrónico en el que los concursantes gritaban “pao”, pero tras leer que casi perdemos a Tulio Zuloaga porque siguió el título del show al pie de la letra, está claro que Duro contra el mundo ha ido un paso más allá en la historia de nuestro absurdo: el concurso de RCN en el que la farándula expone sus vertebras, el programa que les recuerda a los televidentes que las estrellas son personas comunes (es decir, que si se dan duro contra el mundo, entienden lo malo que es el servicio de su EPS), no parece un Telematch sino una serie de actividades lúdicas diseñadas para fomentar el espíritu corporativo que se tomó los canales privados. Allá usted. En los cincuenta lo tolerante era aceptar a los demás vinieran del partido político del que vinieran. Hoy lo sano es no juzgar a nadie por el canal de su preferencia. Sepa, solamente, lo extraño que resulta ser testigo de las dinámicas de una oficina.

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