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22 de julio de 2022

Historias

El secreto de ganarse la lotería

¿Quién no ha soñado con sacarse el número ganador en un juego de azar? Uno de los sueños más comunes de cualquier persona es ser millonario. SoHo habló con un colombiano que se le cumplió el deseo y nos contó cómo se puede vivir con mucho dinero sin que esto sea de dominio público.

Por: Johanna Prieto
Lotería
Pennies from heaven | Foto: Getty Images

Corría el año 1983 en un pequeño pueblo de Colombia que llamaremos Macondo; allí Felipe González* era un humilde trabajador que se desempeñaba como mensajero. En ese entonces tenía 20 años y su mayor sueño era ser el dueño de un taxi, algo que veía lejano pero no imposible.

A González se le empezó a escapar su sueño, aún más, cuando lo despidieron de su trabajo y se convirtió en uno más de los desempleados del país. Sin embargo, él siguió en la lucha de los sueños para no dejar que se le durmieran. Un día cuando pasaba por una de las calles más concurridas de su barrio, vio un letrero en un restaurante que decía “se necesitan meseros”; sin dudarlo, pidió trabajo. Allí comenzó a ver en este establecimiento el negocio de su vida. Eso sí, sin dejar de pensar en su carrito amarillo, ahora quería tener dos cosas.

En varias ocasiones le pidió al dueño del restaurante que le vendiera aquel negocio y cuando esto pasaba, su jefe lo miraba y se le burlaba de frente “usted con qué plata me va a comprar esto”, cuenta Felipe al recordar aquellos años.

“Mi papá siempre estuvo metido en el negocio del chance y gracias a esto yo le empecé a poner el ojo a este tema y a soñar despierto con que algún día yo me iba a ganar el premio mayor”, recuerda Felipe y así comenzó a comprar la lotería todos los sábados. Pasaron días, meses y hasta años, cuatro para ser exactos, cuando por fin ocurrió lo que él soñaba.

Ese día lo tiene marcado como una huella indeleble que le cambió la vida. “Yo estaba trapeando el restaurante cuando llegó la señora que solía venderme la lotería y me llama: ‘Felipe, venga que le tengo que decir una cosa’. La miré y le respondí: ‘ahora no, estoy ocupado y mi patrón me regaña’. ‘Venga, Felipe, que le conviene’. ‘Que no puedo, además hoy no es sábado, hoy no compro la lotería’”, explica González sobre cómo se enteró que había ganado el premio mayor.

Fue tanta la insistencia de la mujer que finalmente accedió a hablar con ella. Cuando Felipe se acercó, ella le susurró con picardía para preguntarle si tenía a la mano el billete que le había comprado, el respondió que sí y se lo mostró. “Quiero que sepa que se ganó la lotería, ese es el número ganador”, fueron las palabras mágicas de la lotera, que con mucho sigilo le informaba a González que era un nuevo millonario en Colombia.

En ese momento una corriente recorrió todo el cuerpo de Felipe, quien no sabía si gritarlo a los cuatro vientos o guardar silencio, en todo caso no había comprobado si tanta dicha era cierta y en este país de realismo mágico cualquier cosa podía pasarle, como celebrar sin haberse ganado nada. Así que como pudo le pidió permiso a su jefe y se fue con aquella mujer a la casa de la lotería para averiguar por su premio.

La dicha fue confirmado en un bonito día de 1987, para ese entonces el premio mayor era de 100 millones de pesos, algo así como 2 000 millones de pesos de pesos de hoy, teniendo en cuenta la inflación acumulada de un 2 166%.

Felipe aclara que esa plata no le llegó completa, pues le hicieron un descuento del 37 % que fue dividido en el 17 % en impuesto de beneficencia y un 20 % en ganancia ocasional, un total de 37 millones de pesos, lo que viene siendo hoy por hoy 740 millones, esto quiere decir que le quedaron libres 63 millones de pesos, uno 1 260 millones en la actualidad .

¿Un nuevo millonario grita que lo es?

González dice que la plata no se la entregaron de contado, sino que dividieron el monto en varias partes, esto por seguridad, pero además le dieron una charla para no ser víctima de robo ni secuestro, pues en la violenta década del ochenta, los secuestros ya hacían parte de la terrorífica cotidianidad de los colombianos.

Así que con esos consejos y los que su padre le dio, Felipe decidió llevar una vida tranquila y evitar que la gente supiera sobre su buena suerte. Por eso no renunció a su trabajo, como muchos dicen que harían si ganan la lotería. Este hombre fue paciente y se quedó trabajando un par de días más, pero luego sorprendió al dueño del negocio cuando le ofreció nuevamente comprarle aquel restaurante.

“El que era mi patrón me volvió a dar la negativa y me argumentó que yo no tenía los medios para pagarle por el restaurante. La verdad no me aguanté las ganas y le dije que me había ganado la lotería; eso sí, no le conté cuánto había recibido, pero sí le expliqué que era lo suficiente para comprarle el negocio. Ante mi petición, no tuvo cómo negarse y yo terminé siendo el dueño”, dice Felipe que además sintió un fresquito cuando pudo decirle que sí tenía cómo pagarle el dinero que pedía por el negocio.

¿Quiénes saben que es millonario?

Felipe solo le contó a sus padres, hermanos y sobrinos. Por cosas del destino no tuvo hijos con ninguna mujer y por eso decidió que ayudaría a sus sobrinos con los estudios profesionales.

Diana González cuenta que su tío le pagó gran parte de la carrera en una universidad de Comunicación Social y Periodismo. A sus hermanas y primos también les ayudó con su educación superior. “Mi tío nos reunió un día y nos dijo: ‘el que quiera estudiar medicina, cuente conmigo, a ese le pago toda la carrera y hasta maestría’. Sin embargo, ninguno de nosotros quería ser doctor, esa fue como su frustración, él quería un doctor en la familia”.

Felipe González no cuenta cuántas propiedades tiene, evadió decirlo con una sonrisa y solo apunta a aseguras que son muchas. Pero no solo su fortuna la invirtió comprando varias casas y locales, también ha gastado buena parte de su dinero ayudando a los más desprotegidos, los perritos que en su pueblo son abandonados.

González recorre las calles de su amado pueblo y cada vez que ve un angelito de cuatro patas que necesita auxilio, no duda en recogerlo y llevarlo a algún albergue de esos a los que les dona dinero y lleva comida sin falta alguna. Su sobrina dice que seguramente el día que ya no esté, en su testamento gran parte de su fortuna le va a corresponder a alguna de estas fundaciones, que no tienen ni la menor idea que su mayor benefactor es un viejo millonario.

Felipe González tiene 64 años, pasa sus días tranquilo en una casa poco ostentosa en la compañía de su madre y vive como el señor Barriga, de la renta.

De vez en cuando viaja, aunque asegura que no le gusta hacerlo fuera del país porque le tiene pavor a los aviones y le saca excusa a ese miedo diciendo además que le gusta conducir por carretera.

Hay un dato que Felipe guarda con recelo, no lo quiso decir: los número que lo hicieron millonario, pues asegura que siguen siendo los dígitos de su suerte y por eso a nadie se los ha revelado. Enfatiza que lo mejor que le pudo pasar fue haberse ganado la lotería y no por lo que muchos creen, sino porque se dio cuenta de que tiene amigos de verdad, porque ninguno sabe que él tiene tanto dinero y así le ofrecieron su amistad.

Si usted sagradamente compra la lotería esperando algún día pegarle al número ganador, no pierda las esperanzas. Y si se llega a ganar el premio mayor, tal vez una de las mejores cosas que puede hacer es tratar de llevar la vida de Felipe, lejos de las pretensiones y las extravagancias.

Recuerde que existen casos en el mundo donde las personas han contado que haberse ganado la lotería les arruinó la vida. Uno de los casos más conocidos en el mundo fue el de Margaret Loughrey, la irlandesa que se ganó 37 millones de dólares, quien en el 2019 sorprendió cuando afirmó que haber ganado la lotería la había enviado a un viaje “de ida y vuelta al infierno”. Además, aseguró que los millones que recibió solo le generaron mucho dolor. “Ha destruido mi vida”.

Esta mujer confesó que su salud mental se vio muy afectada y tuvo, inclusive, que recibir ayuda en un centro para la salud mental. En septiembre de 2019 su cuerpo fue hallado sin vida, a la edad de 56 años en una casa, donde vivía sola.

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