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28 de febrero de 2022

Historias

La historia de la webcamer que no pudo con este oficio

Para nadie es un secreto que las mujeres colombianas son apetecidas en este mercado que ha venido creciendo en los últimos meses

Por: Johanna Prieto
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Hermosa mujer bronceada asiática sexy en pijama blanco mira películas en línea desde una computadora portátil en un dormitorio moderno. Chica relajarse en la cama en la mañana del fin de semana. modelo web webcam | Foto: Getty Images/iStockphoto

Tiene los ojos grandes, unas curvas de infarto y en su mirada se ve que quiere devorarse al mundo. Es de esas mujeres empoderadas con su sexualidad y no le da pena gritarlo a los cuatro vientos.

Tal vez el hecho de sentirse una mujer muy sensual y amante del buen sexo, la hizo pensar que ser modelo webcamer sería una tarea fácil. Ganar dinero, mientras disfrutaba de su sexualidad le sonó interesante, pero tampoco se atrevió a pensar que sería su trabajo soñado.

La llamaremos Andrea, una joven que, como muchas colombianas, se cansó de mandar hojas de vida y no recibir respuesta. Desanimada por no lograr conseguir ingresos económicos y con la experiencia de una amiga muy cercana que ganaba altas sumas de dinero siendo webcamer, decidió probar suerte en este negocio.

Con el apoyo de su pareja, ingresó en esta industria que desde hace un par de años ha venido creciendo de manera vertiginosa, tanto así, que ya hay organizaciones que se encargan de preparar a las mujeres que se dedican a esto y la DIAN está pensando en comenzar a cobrarles impuestos.

Cuando se lanzó al mundo de las modelos webcamer, Andrea decidió que no trabajaría para nadie, lo haría por sí misma, por eso abrió cuentas en Chaturbate y Jasmin, sitios que prestan salas virtuales para este servicio. En su casa montó un pequeño escenario, allí recibiría las videollamadas y atendería a sus clientes.

Con diferentes atuendos y juguetes, Andrea se sintió preparada para comenzar a recibir a sus clientes. Recuerda que su primera vez fue una mezcla entre nervios y risas: “el primero que tuve fue bastante raro, porque me pidió que me pusiera ganchos de ropa en mis senos y que me los halara”, cuenta tímidamente. Relata que en ese momento quedó fría, pero decidió no negarse a la petición de su cliente.

En medio de ese show, Andrea reconoció que tanto él como ella lo disfrutaron. “Gracias a esta experiencia puedo decir que no tengo un recuerdo amargo de esa primera vez, porque admito que me gustó”.

Del placer al cansancio…

Para ser su primera vez no estuvo nada mal, resalta Andrea, mientras sigue recordando sus pinitos como webcamer. Además, en sus primeros días logró ganar buen dinero y eso la siguió motivando.

Sin embargo, la llegada de nuevos clientes con extrañas peticiones y el hecho de estar todo el tiempo encerrada hicieron que el trabajo dejara de ser placentero .

Para Andrea no solo el hecho de recibir órdenes la hastió, sino también algunas peticiones de los clientes: “Muchos me decían que hiciera mis necesidades frente a la cámara. Ofrecían buen dinero, pero nunca lo acepté”.

A ella siempre le ha gustado experimentar con el sexo y dice ser muy abierta a todo tipo de propuestas. Sin embargo, había peticiones que le incomodaban, recuerda una en especial que la perturbó mucho, fue aquella vez que le pidieron, en uno de sus shows, cortarse alguna parte de su cuerpo para así ver salir sangre de este.

Dice, entre risas, que la mayoría de cosas que le pedían le parecían chistosas y terminaba haciéndolas. “Tenía un cliente VIP con el que duraba entre dos y tres horas. Me pedía por ejemplo que me masturbara con crucifijos”.

Sin embargo, recordó que tuvo un cliente italiano que se conectaba todos los días a hablar con ella:

“Quería que le contara sobre mi vida y también me hablaba sobre la suya”. No es la primera vez que las modelos webcam o las mismas prepago relatan que hombres las buscan para este tipo de servicios.

Andrea reconoce que no es un oficio fácil, como muchos piensan, y que a las mujeres que se arriesgan a trabajar en esto les debe gustar complacer a las personas y ser serviciales. Asegura que es una mujer muy lujuriosa pero ni siquiera eso fue suficiente para seguir. “Es que hay que estar todos los días en la misma tónica”. Y recuerda que todo se volvía muy mecánico: ‘bueno, abra las piernas’, ‘muestre el culo’, ‘tóquese los senos’, ‘métase esto, sáquese lo otro’. “Me fui cansando, aunque no voy a decir que me sentía abusada”, concluye.

Por todas esas situaciones empezó a perder el interés por el oficio, se comenzó a sentir muy encerrada por complacer la voluntad de otras personas y el hecho de saber que tenía que cumplir con esto le chocaba. Además, en ocasiones su dinero no llegaba completo pues le descontaban puntos por supuestamente no tener una buena cámara.

Dice que se sentía estafada pues ella siempre le preguntaba a sus clientes qué tan buena era la imagen y todos le decían que se veía super nítido. Nunca entendió porque su cheque llegaba con esos descuentos. Sumado a la rutina, este hecho la llevó a cerrar su página como modelo webcamer para siempre o eso cree firmemente ella.

Ahora Andrea trabaja en una fundación que busca ayudar a las comunidades menos favorecidas y dice que de esta experiencia tiene buenos recuerdos, pues logró juguetear con su sexualidad y descubrió que este oficio no es para todo el mundo, que la lujuria no garantiza el éxito para una webcam.

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