25 de julio de 2014

Probando/Probando

¿Sirve el audífono mágico?

Eduardo Arias probó el audífono Bell & Howell para chismosear las conversaciones ajenas. ¿Qué logró escuchar?

Por: Eduardo Arias

Cuando recibí el audífono Bell & Howell pensé que iba a funcionar y me dispuse a tratar de escuchar conversaciones ajenas. Tenía que funcionar. Con semejante marca… Al fin y al cabo, Bell & Howell es una firma muy prestigiosa de proyectores de diapositivas que reconocemos quienes ya pasamos de los 40 o 50 años de edad. Supuse que la empresa había diversificado sus servicios y comencé a utilizarlo. Sin embargo, el audífono para espiar conversaciones ajenas no estuvo a la altura de mis expectativas. Extrañado, entré a internet para ver si se trataba de la misma compañía, y me enteré de que dejó de fabricar proyectores y cámaras de cine en los años setenta y que ahora empresas de venta por televisión distribuyen un sinnúmero de productos para consumidores licenciados bajo el nombre de Bell & Howell.

Entendí entonces que decir audífonos Bell & Howell es como decir computadores Kellogg’s, motosierras Adidas o detergentes Hewlett Packard. Y también entendí por qué el aparato en cuestión era cualquier cosa menos un accesorio útil para escuchar conversaciones ajenas. Como quien dice, María del Pilar Hurtado se habría muerto de hambre con un audífono de estos.

El aparato, en efecto, amplifica sonidos. No demasiado, si vamos a ser sinceros. Pero amplifica. Lo que sucede es que amplifica de manera indiscriminada. Cuenta con un selector para frecuencias altas y otro para frecuencias bajas (hi y low), que vaya uno a saber qué tan altas y qué tan bajas son, pues no se sabe a cuántos hercios o kilohercios corresponden hi y low.

En una notaría de la carrera 13 con calle 28 intenté oír la conversación de unas personas que esperaban a unos cuatro metros de distancia y fue imposible. Los pitos y el sonido de los motores de los carros, buses y busetas se oían de manera muy estridente por el aparato. Cuando no había tráfico, un ruido de fondo producido por el amplificador del audífono hacía imposible entender las conversaciones cercanas. Salía mejor hacerlo sin él. Con este aparato, además, el sonido se empastela, se apelmaza, se metaliza, se robotiza.

Es probable que le sirva a alguien que sea un poco duro de un oído para escuchar de manera indiscriminada los sonidos que lo rodean. Pero si usted planea fisgonear lo que cuchichean sus vecinos de oficina o una conversación que se desarrolla detrás de una pared, no pierda su tiempo con este aparato.

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