Dicho sea de paso, ahora que estamos en el terreno de la comunicación galáctica, aún no entiendo cómo Spock y Kirk hablan fluidamente con cientos de civilizaciones sin usar traductor (civilizaciones que eligieron al peladero que es la Tierra nada más y nada menos que como sede de la Federación Unida de Planetas).
En Star Trek se viaja muy rápido, y he hecho un colosal esfuerzo que me permite aceptar naves impulsadas más allá de la luz, encerradas en burbujas que distorsionan el espacio-tiempo… pero, ¿cómo carajos frenan, ¿cómo va uno doce días en la Enterprise a 39.767.468 kilómetros por segundo y frena en seco, cual Berlina del Fonce, frente a Próxima Centauri, sin que dentro de la nave se derrame siquiera un tinto?
De la ciencia ficción poco es lo que, sinceramente, me cuadra. ¿Por qué los extraterrestres contemporáneos son tan parecidos a una mezcla de E.T. y Mumm-Ra de los Thundercats? ¿Por qué no hay caballeros Jedi con horribles amputaciones producto del aprendizaje de esa guadaña lumínica que es el sable láser? ¿Por qué los transformers ajustan perfectamente en la pantalla, pero no así en los juguetes de Hasbro? ¿Por qué la explosión nuclear de Cosmos 1999 no mató al comandante Koening y a la gente de la estación Alfa y, en cambio, convirtió a la Luna en un satélite sin problemas de movilidad (que era como antes llamábamos al tráfico)? ¿Por qué Alien se comió a la tripulación del Nostromo a cuenta gotas, cual prestamista de la Jiménez, y no en siete minutos, que era el tiempo que realmente necesitaba? ¿Por qué Gil Gerard caracterizaba a Buck Rogers enfundado en una trusa apretada que dejaba escapar su portentosa panza?
La culpa es de Hollywood, que contrata asesores científicos con el compromiso de que mientan, de que avalen explosiones sonoras en el espacio (donde no hay aire que permita oírlas), de que nos convenzan de que Peter Parker puede hacer lo que hace comiendo churrasco y no las toneladas de alimento energético que requeriría para trepar un edificio a mano limpia y de que nos hagan creer que Will Smith y Jeff Goldblum son capaces de acabar con la tecnología de una raza con eones de adelanto clavándole un virus que cualquiera en el Centro Comercial El Lago bloquearía para después de almuerzo.
La ciencia ficción, sobre todo la made in USA, nos trata como una subespecie tan poco avanzada como para asentir frente a un replicador que crea un plato de comida sin materias primas o una nave protegida por escudos invisibles. Solo en la ciencia ficción de las películas, un viajero temporal va al pasado sin robar obras de arte y títulos de propiedad para traer al presente; solo allí, del aborto de un protoanófeles atrapado en ámbar se recrea un dinosaurio tan colosal como Enrique Gómez Hurtado. Es en las películas que nos tragamos el cuento de que, cuando se enoja, David Banner pierde toda la ropa menos la que le cubre el pene, o de que nadie se da cuenta cómo Clark Kent y Supermán son igualiticos, o de que uno puede pasearse por el centro de la Tierra sin terminar más quemado que Dionisio Araújo.
No es, en resumidas cuentas, lo que no entiendo de la ciencia ficción, sino lo que entiendo: nada. La ciencia ficción está hecha para que no entendamos, para que aceptemos como probable lo imposible y disfrutemos de una fantasía vestida de rigor científico. Y es que nuestra vida es un escenario constante de ciencia ficción. Voy a demostrarlo: olvídese de plasma, warp, terraformaciones y esas cosas, llame a su hijo de 6 años y explíquele realmente cómo funciona el microondas, la televisión y el BlackBerry. ¿Vio? Corrijo: el microondas y la televisión. No pierda tiempo con el BlackBerry: no funciona bien ni en las películas de ciencia ficción.