13 de abril de 2007

Un 31 de diciembre en Cartagena

Juan del Mar (que se debe llamar Juan Soto o Juan Martínez, no sé) es símbolo de una Cartagena liviana que cree que la ciudad cabe en 20 ó 30 cuadras

Por: Gustavo Gómez
| Foto: Gustavo Gómez



Nunca he pasado un 31 de diciembre en Cartagena. Nunca, porque jamás alguien que yo realmente ame ha estado allí en esa fecha maldita. Diciembre 31 es para mí un día que únicamente importa si me rodea la gente que quiero. Así las cosas, ¿con qué cara miraría yo a mi hijo a los ojos si alguien le revelara que un diciembre cualquiera pasé delicioso en compañía de Poncho, Lulita, Salvo, Florina y Chencho? Lo bueno del caso es que poco puede importarles a Poncho, Lulita, Salvo, Florina y Chencho que yo esté o no recibiendo el año nuevo en Cartagena. De todas maneras, haré un esfuerzo máximo de enumerar todo lo que me pierdo por mi voto de castidad decembrino.

Para empezar, quedo libre de ver torsidesnudo a Juan del Mar paseándose por el centro histórico como una especie de Casanova criollo. Juan, que ahora suma a su lista de logros personales la participación en un reality, es uno de esos especímenes sin los cuales la prensa cachaca no se puede imaginar que exista Cartagena. Porque Juan del Mar (que se debe llamar Juan Soto o Juan Martínez, no sé) es símbolo de una Cartagena liviana que cree que la ciudad cabe en 20 ó 30 cuadras privilegiadas, y que es más importante La Vitrola que la alcaldía (en cualquier momento Juan del Mar se nos desboca del todo y comienza a preferir un nombre artístico, dijéramos, más poético: Juan de la Mar o Juan de la Mer).

Pero Juan no es el único que se pasea en traje de Kapax por la Cartagena de fin de año. Un rápido paso de revista por la playa de Bocagrande en la mañana del último día del año puede revelar los abdómenes perfectos de uno de los muchos Cardonas que saltan de la televisión a la arena, alguna señora Trucco conteniendo las carnes que se le escapan por los flancos de una elegante manta de inspiración Guajira, Zajar repartiendo picos húmedos, Fanny con Ana Martha (¡muéstreme alguien una foto de Fanny sin Ana Martha en Cartagena!) y Salvo exhibiendo una impúdica barriga y recordando el cuento ya viejo de que sin viagra no hay dicha. Todos los demás están cubiertos con guayaberas de Lina Cantillo, la prenda oficial del diciembre cartagenero. Y de noviembre, porque, dicho sea de paso, si hay algo que le compita en intrascendencia al 31 en Cartagena es pasar allí noviembre de reinado, cuando Raimundo es gran mariscal de campo y Marlon Becerra sale a pescar futuras reinas de Vichada o Guainía.

Noche de 31 que se respete en Cartagena debe tener fiesta en casa de los Mattos. Y a la fiesta deben ir todas las mujeres que, haciéndoles el quite a los rollos de la igualdad femenina, persisten en usar el "de" antecediendo al apellido del marido, aunque el marido ya no sea el marido. El que no clasifica a Mattos o a fiesta en casa de una señora "de", tiene dos opciones: el Santa Clara o el Santa Teresa. Fórmulas todas perfectas para protagonizar las páginas sociales de la ediciónde enero de Jet-Set, y apropiarse de pies de foto tan magnéticos como "Fulanito, muy sonriente, junto a Peranito, no soltó en toda la noche el celular. ¿Con quién estaría charlando tan animadamente?". Fulanito es el ‘Banano‘ Pardo y Peranito, Luis Alejandro Reyes, si es que alguien quedó con la duda. Ahora, si usted no sabe quién es el ‘Banano‘ Pardo y quién es Luis Alejandro Reyes, deje la cosa de ese tamaño: usted es una persona feliz.

La película de la fiesta del 31 en la Cartagena de icopor tiene protagonistas fijos: cinco quinceañeras hijas de los maridos de las señoras "de", todas divinas, menos una, patito feo que se colincha al encanto de las otras… dos empresarios bogotanos que, a sangre y fuego, montaron un bar igualitico al que tienen en el parque de la 93, pero con los precios dobleteados… una pareja que tres días antes se casó en una playa cercana por el rito mahorí y que cree que la Polinesia es una mujer que se acostaba con todo el mundo… una actriz que dice en todas las revistas que no se entiende con los hombres, pero siempre anda divinamente ennoviada con caballeros "juandelmarescos"… un pintor del que nadie ha visto un cuadro, muy feliz con su hijo, joven de notables destrezas para el uso del turbante… y, repite, Raimundo de punta en blanco y zapatos brillados a punta de Griffin.

Noche de mearse en un baluarte donde canta cualquiera de los innumerables príncipes del tropipop, de cuadrar con alguien viaje de desenguayabe a una isla "privada" que en realidad es del Estado, de oír al director de SoHo quejándose del gen irlandés que le jode la piel en la playa, de mezclar Redbull hasta con jugo de corozo y de agradecer al cielo por no haber nacido en Italia pues, ah vaina, "estas calles de Cartagena están de un inseguro que ni para qué te digo, Olguita".

Repito: jamás he estado un 31 en Cartagena, lindo rincón Caribe colonial. Doy gracias al cielo que sea uno de los pocos en este país que no sueñan con estar allá, y poder, en cambio, disfrutar de Bogotá, que por esas fechas queda huérfana de gente cula. Perdón: de gente Lula.