20 de junio de 2014

Entretenimiento

Así me criaron y asi me toca criar

Antonio Sanint cree que así como lo criaron debe criar

Por: Antonio Sanint

Con el nuevo milenio llegaron eventos históricos sorprendentes que ni Nostradamus en heroína habría podido predecir: un papa alemán renuncia, y lo reemplaza un obispo argentino. Los creyentes aceptan este evento como un giro hacia una nueva Iglesia católica, mientras que los ignorantes del tema no podemos dejar de hacernos preguntas como a qué se puede dedicar un papa jubilado; si puede en sus últimos años montar y atender una pequeña panadería en su pueblo de origen y bautizarla El Pan de Cada Día o La Santa Mogolla, o si le dejaron llevarse la bata y las babuchas con el logo del Vaticano.

Con todos los cambios que estamos viviendo no solo es útil sino necesario revaluar la figura de padre que el mundo está pidiendo que seamos, y que comparemos lo más desinteresadamente nuestra labor de crianza con la de nuestros padres.

Las generaciones anteriores les teníamos tanto miedo a los papás que cuando sentíamos que la cerradura de la puerta de la casa giraba, uno salía corriendo y gritando con pánico: “¡Mi papá llegó! ¡Que no los vea sin hacer nada porque les pone oficio! ¡María, hágase la que está leyendo… apaguen el televisor y que solo las luces de donde estemos estén encendidas!”. Hoy en día es al revés: uno les tiene pavor a los hijos. Una vez vi a mi esposa corriendo por el apartamento histérica gritando: “¡Los niños están por llegar! Acabo de oír el bus del colegio y no hemos preparado las actividades de estimulación temprana! ¡Se nos van a frustrar los niños, van a llamar a Bienestar Familiar…! No… Ay, no, los niños van a entrar a universidades malas… Nooooooooo. Nos tiramos sus vidas!”.

¿Nos estaremos pasando? ¿Podrá ser que todo pasado fue mejor? ¿Nuestros padres vivían una paternidad mejor o más cómoda? ¿Hoy en día quién cría a quién? Veamos los puntos y esforcémonos por analizar objetivamente el asunto.



Porque yo soy su papá y punto

Con esa frase nos cerraban la boca y nos dejaban callados, punto. No había nada que refutar, argumentar o mucho menos preguntar. “Punto” era la última palabra que salía de la boca de un padre cuando él sentía que la conversación había llegado a su fin… y punto. Y si uno no la aceptaba, pues, digamos, nunca pasó porque uno siempre aceptaba… y punto.

Hoy en día, uno llega a decirle “y punto” a un hijo, y lo primero que hace es llevarse la mano a la boca para contener la carcajada.

“¿Qué? ¡Juaaaaaaaaa! ¡Maaaaaaa, por favor, explícale a mi papá que no está en el siglo XVIII y que las tiranías pasaron de moda. Jua, jua, jua, oigan a mi papá, que dizque ‘porque yo soy su papá y punto’… jua, jua jua!”.

Los papás de hoy en día debemos explicarles convincentemente a nuestros hijos las razones de todas las decisiones que tomamos como si estuviéramos defendiendo a un criminal de guerra. Ellos ya no tragan entero, pues a través de interminables fuentes de información como Wikipedia, Google y Discovery Channel absorben el mundo por ósmosis. El “y punto” hoy en día ya no es válido. El único punto que es relevante para ellos es el punto com.



Conclusión

Es bueno que nuestros hijos tengan la información a la mano y que ya no traguen entero, pero también es importante que sepan que la última palabra en una decisión la tienen los padres porque… pues por eso son padres.



¿Sí… qué?

La rutina siempre era la misma cuando a uno se le olvidaba referirse a su padre como “señor”:

—Antonio, ¿hiciste tareas?

—Sí.

—¿Sí, qué?

—Sí, señor.

—¡Ahhhhh, bueno!

Al papá había que decirle “señor”. Era tanto el respeto que debíamos tenerle que de milagro en nuestra infancia no le dijimos “amo y señor” mientras nos retirábamos caminando hacia atrás y con la mirada al piso.

Hoy en día para un hijo decir “señor” es tan anticuado como decir “a vuestra merced”, y si uno intenta preguntarles el “¿sí, qué?”, lo pueden tener tomándole el pelo media hora.

—Sí

—¿Sí, qué?

—Sí voy a ir.

—¿Sí voy a ir… qué?

—Sí voy a ir a la fiesta.

—¿Sí voy a ir a la fiesta, qué?

—Sí voy a ir a la fiesta a pasarla rico, pa.



Conclusión

En esta sí hay que evolucionar. Si bien el respeto es lo más importante, ya hay que empezar a dejar esos formalismos anticuados que pertenecen a la época de la Colonia, pero jalándole al respetico, ¿no? Tampoco es que ahora le respondan a uno con la boca desencajada llena de chicle un “¡Sí, ueón!”



Usted no me sale así a la calle

Cuando uno iba a salir a una fiesta, el papá lo llamaba a su habitación haciéndole pensar que quería despedirse, pero en realidad estaba intentando evitar que su hijo adolescente se vistiera como un payaso. Si uno tenía algo remotamente fuera de lo tradicional, lo hacía cambiar. Hoy en día se le da importancia a lo que llaman “el libre desarrollo de la personalidad”, y es sano, pues evita que el joven repita lo que hicimos en nuestra juventud: tener una muda afuera y cambiarnos apenas la puerta se cerraba. ¡El problema de hoy en día es que ahora son ellos los que lo hacen cambiar a uno! Uno va a salir a la calle, y un hijo lo empieza a mirar de arriba abajo encogiendo la nariz en señal de rechazo: “¿Te vas a poner eso? ¡Te ves ridículo! ¡Por favor, cámbiate, pa, y ponte algo más acorde a tu edad que mis amigas ya van a llegar y me muero del oso si te ven así!”.



Conclusión

Entendiendo “el libre desarrollo de la personalidad”, está bien que una persona joven busque su expresión, pero de la misma manera nosotros los “cuchos” también tenemos derecho a vestirnos como queramos.



Esto me va a doler más a mí que a ti

Cuando oía que de la boca de mi papá salía “Antonio, se va a ganar una pela”, o inmediatamente dejaba de hacer lo que había estado haciendo o mejor compraba un tiquete de bus Expreso Bolivariano con el destino más lejano que pudiera, porque lo que seguía era una “juetera” con cinturón. Hoy en día, afortunadamente, es impensable cualquier agresión física contra un niño.



Conclusión

Menos mal hemos aprendido que a los niños no se les castiga físicamente. Punto.

Te vas al cuarto sin comer

Uno de los castigos más clásicos del papá consistía en dejarlo a uno sin comida en el cuarto, meditando el acto malévolo que el criminal interior había cometido. Esto no solo era inoficioso porque la mamá siempre terminaba llevándole comida al cuarto, sino que de vez en cuando no tener que sentarse a comer con todos en la mesa era un alivio. Hoy en día no solo es un delito dejar a un niño sin comida, sino que todos comen a la hora que quieren y lo que sus corrientes de pensamiento deseen. Uno es vegano, el otro vegetariano, el otro no come gluten… ¿Cuándo habíamos oído nosotros que existía algo que se llamaba gluten?



Conclusión

Nooooo. Esa sí que no. Yo voto por que volvamos a la mesa donde toda la familia podía pelear en paz a la misma hora, comiendo lo mismo y totalmente DESCONECTADOS.



Los hombres no lloran

Tengo un recuerdo de haberme raspado la rodilla en la calle y entrar llorando a la casa a que mi madre me aliviara el dolor y el espíritu. Pero tan pronto mi padre se percató del acontecimiento, gritó desde su cuarto: “¡Los hombres no lloran… no sea nena. Salga a jugar que eso se le pasa! ¡Camila, no consienta tanto al niño que lo mariquea!”.

Hoy en día, los expertos no solo contradicen enfáticamente esa absurda creencia, sino que recomiendan que los sentimientos sean expresados libremente, pues no hacerlo puede generar niveles altos de estrés en nuestros cuerpos. Por eso hoy en día, cuando estoy con mi hijo viendo una película de final triste, los dos soltamos unos buenos lagrimones y al final nos reímos de lo mariquetas que somos.



Conclusión

Lloremos de vez en cuando, porque en el fondo hasta el más macho sabe que una buena berreada es sana y terapéutica y que no nos hace para nada menos hombres; por el contrario, expresar nuestras emociones es aceptar nuestras debilidades.

Las reglas en el mundo están cambiando y es válido evaluar si lo que hemos estado haciendo como papás en el pasado es lo correcto o no. Hoy en día estamos aprendiendo que a la autoridad es mejor llegar por medio del amor que por el miedo, y que el respeto a los hijos es el primer paso al aprendizaje de ejemplo y no de cátedra.

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