6 de junio de 2019
ENTRETENIMIENTO
Björn Kuipers: Pitar para ser feliz
Esta es la historia de un millonario que, por encima de todas las cosas, ama ser árbitro de fútbol.
Björn Kuipers fue un adolescente altivo que hasta los 16 años jugó al fútbol bajo la premisa lapidaria del escritor uruguayo Eduardo Galeano: “la única unanimidad que hay en el fútbol es el odio hacia el árbitro.”
Su padre, que era árbitro amateur en sus ratos libres, fue a verlo jugar un día y presenció los constantes, soberbios y groseros reclamos de su hijo a uno de sus colegas. Al final del partido, el padre lo puso en su lugar: “hazlo tú, a ver si es tan fácil”. El joven Kuipers, obediente, tomó el reto con seriedad.
Hoy, tres décadas después, el niño que quiso honrar a su padre merece un homenaje. No porque haya pitado más de 500 partidos oficiales, ni porque su nombre sea recurrente en los partidos y las finales de la Champions League en esta edición su último partido fue el Barcelona 3, Liverpool 0, que llenaba de confianza a los Catalanes. Tampoco por haber estado en dos Mundiales y una Eurocopa. Si este holandés de 45 años merece un homenaje, es porque todo lo anterior lo ha hecho movido por un irrestricto amor por el juego, amor por el arte de pitar. Sin preocuparse nunca por el dinero.
Björn, además de licenciarse como juez profesional y subir el empinado camino que exige la élite del arbitraje, estudió administración de empresas en la Radboud University de Nimega. Al salir, con el instinto de un ‘nueve de área’, se hizo dueño de tres sucursales de la cadena de supermercados C1000, una de las más importantes de Holanda.
La apuesta le salió redonda y hoy, tras haber vendido dos de ellas y convertido la restante en una tienda Jumbo otra supercadena holandesa de supermercados, ingresa cuatro millones de euros anuales en dividendos y su fortuna personal está a punto de superar los quince tacos. Además, junto con su esposa, es dueño de una exitosa cadena de peluquerías en Oldenzaal, su ciudad natal.
Los seis mil euros que cobra por un partido de Champions, más los jugosos bonos por haber pitado en las grandes competiciones (por ir a un Mundial el pago base llega hasta los 60.000 euros) no han sido más que dinero de bolsillo, para la caja menor y para la beneficencia.
En Rusia 2018, Kuipers salió en todos los telediarios cuando, después de anularle un penal a Neymar, ante la soberbia protesta del astro, el juez lo miró fulminante y le dijo fuerte y claro: “shut up!”. Al terminar el primer tiempo, el 10, salido de sí, fue a buscarlo al túnel. “¡Te vas a acordar de mí!”, le gritó insolente.
Las cámaras registraron cómo Kuipers se quedó callado, pasivo algunos pensaríamos que humillado. No sabía el mundo que ese tipo alto, atlético, aparentemente intimidado, al que aparentemente no le pasaba nada, lleva 17 años pitando porque sí. Es un adicto a la adrenalina de compartir espacio y tiempo con las superestrellas, jugando también, y mostrando que ser árbitro y ser feliz no es una contradicción en los términos; y que cuando nada pasa, todo puede pasar.