Si usted es extranjero y quiere venir a Colombia, necesita toda la orientación que puedan darle. Las compras son un tema particularmente complejo en nuestro país. Aquí hay algunas recomendaciones a la hora de comprar:
El colombiano se precia de tener “malicia indígena”. Esto significa que colombiano que se respete es un avión. O sea que siempre querrá cobrarle más de lo que vale todo, desde los hoteles hasta las comidas, pasando por cualquier lugar donde quiera tomarse una gaseosa o comprar una mochila.
Evite los centros comerciales. En ellos venden más o menos lo mismo que en Miami, pero a precios de Suiza. Y le añaden el 16% de IVA.
Los ‘agáchese’ son almacenes por departamentos con dos características: la primera es que todo está exhibido en el piso y la segunda es que todo está sucio y le enciman una pulga por cualquier producto que lleve.
Sin embargo, en este tipo de lugares puede encontrar desde un radio de pilas hasta un precolombino falso, pasando por aretes, pulseras, cinturones, libros, discos piratas, imitaciones de esculturas de Botero, estampillas viejas y hasta palitos con bolitas para hacerse un masaje en la espalda.
Similar función cumplen los mercados de las pulgas, pero estos, en lugar de ser en el piso, son en unas carpas igualmente roñosas. La ventaja es que por lo menos dicen abiertamente que uno lo que va a comprar allá son pulgas. A diferencia del ‘agáchese’, los mercados de las pulgas venden las mismas pendejadas, pero son más caros.
En ambos mercados los precios son siempre SM, o sea, según el marrano. Mientras más mono sea y más azules tenga los ojos, el precio será mayor.
Siempre hay que ejercer el derecho al regateo, que es inalienable y está protegido por la Constitución. Si le piden 10.000 pesos, seguramente no vale más de 200. Tenga en cuenta el alquiler de la carpa, el precio por invadir el espacio público y la evidente necesidad que tienen los vendedores de un baño y pague 2000.
Cuando camine por la calle y le ofrezcan un reloj Rolex o unas gafas Cartier, no se detenga. Siga mirando al frente. Hacer contacto visual con el vendedor significa que está remotamente interesado en lo que él tiene y llegará hasta lo que en países más civilizados se consideraría acoso para obligarlo a comprar.
No se deje engañar. El vendedor le ofrece un Roles (en lugar de un Rolex) y usted piensa que habla así porque no tiene buena pronunciación. Mentira. En realidad lo que le vende es un Roles. Y una cartera Luis Vuitrón. Y unas gafas marca Fuchi. Eso sí, al precio de los originales.
Los peores lugares para comprar son Bogotá y Cartagena. Los precios son tan absurdos que uno pensaría que llegó de vacaciones a Islandia. En el caso de Bogotá, el clima contribuye a acrecentar este engaño.
En Colombia —como en casi todo el mundo— no hay nada gratis, en especial cuando no tiene precio. Tenga cuidado con los vendedores que no anuncian tarifas, que dicen que hay que negociar, que sonríen demasiado o que alaban su español. Siempre quieren cobrar más.
A la hora de ir a la playa, siga las instrucciones concernientes al vendedor de gafas ya dichas anteriormente. Negocie por adelantado el precio de la carpa, no por horas sino por día y por nada del mundo coma las ostras que llegan a venderle, no por caras sino porque se puede morir.
Las mujeres que le ofrecen masajes en la playa, ni son masajistas ni son prostitutas. Si quiere pagar para que le destrocen la espalda o para que lo hagan feliz, vaya mejor a Tailandia.
Si tiene fascinación por las trencitas que hacen en la playa, tenga en cuenta que va a invertir una fortuna por un peinado que solo se le ve bien a Beyoncé (cuando tenía 15 años), y que, al llegar a su casa, se va a dar cuenta de lo ridícula que se ve, con el pelo grasoso y lleno de chaquiras de colores.
En Colombia, aparte de unas pocas artesanías, tampoco
hay mucho que comprar, así que más bien dedíquese a mirar el paisaje y a las colombianas, que por eso casi nunca cobran.