11 de diciembre de 2015

Cine

Lo bueno de ser un fan (vieja guardia) de Star Wars

Como buen amante de la saga, el periodista Andrés Ríos está ansioso por el ver la próxima entrega de Star Wars: El despertar de la fuerza. Si como él, usted es uno de esos fanáticos que vio los primeros episodios en los 70, seguro se sentirá identificado con este texto.

Por: Andrés Ríos

@poterios

Si el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar quiere tener éxito en una campaña publicitaria su directora, Cristina Plazas, debería pensar en Darth Vader. La razón es simple: Nunca se ha visto un tipo más popular que asuma su paternidad, sin tapujos y con insistencia, ante millones de espectadores diciendo: “Yo soy tu padre”. No se ha visto un papá que en lugar de una cuota mensual alimentaria le ofrezca a su vástago conquistar una galaxia. No hay un padre más villano y al mismo tiempo más encantador. He ahí el legado de la familia Skywalker, gran protagonista de “La Guerra de las Galaxias” (los fans “vieja guardia” así le decimos y así la conocimos de niños). Porque vivir la pasión de Star Wars es siempre estar al filo de la decisión de hacia cuál bando hay que estar ¿Del bien o del mal? ¿De La Fuerza o del Lado Oscuro de La Fuerza? ¿Obi Wan Kenobi es un tipazo pero Darth Vader enamora con su encanto? ¿Han Solo es un irreverente que no usa La Fuerza y gana o Luke Skywalker es un bonachón, un tanto insípido, que vive solo de La Fuerza? ¿Cuánto será que C3PO le da una gran paliza a Jar Jar Binks (sin duda y por unanimidad el personaje más idiota de toda la saga)? Son miles de sentimientos adobados por más de 30 años al son de la magia que nos dio George Lucas y que ahora vuelve con toda su potencia.

Me considero fan de Star Wars pero soy de esos que sienten amor puro. No necesito saberme el nombre de todos los personajes, leerme los comics, verme los dibujos animados, conocer cada planeta, definir con precisión el modelo de cada nave, de cada arma, o recitar de memoria, como si fuera el Corán, todo el legado Jedi. No, yo soy vieja guardia. Soy de esos cuarentones a los que al final de la década del setenta sus padres llevaron al cine, hicieron una larga fila, ya sea en los teatros Astor Plaza o Royal Plaza, y que en la primera imagen, esa donde aparecen en letras amarillas el STAR WARS y luego más letras amarillas se pierden en el horizonte galáctico en un sinfín al son de las inmortales notas musicales de John Williams, para quedar en un estado lelo y de estupefacción, en un momento imborrable para la vida.

Era algo único y jamás visto. La infancia y sus juegos cambiaron. La respiración de Darth Vader se convirtió en una letra más del abecedario, el sonido de las armas bláster de los Stormtrooper se imitaban con salpicón de babas, y se trataba de cortar el viento con un sonido nuevo: ese que trataba de semejar al imantado y metálico de los sables láser. Repito: era amor puro.

Y parte de ese amor puro (a su estilo) lo tiene el clan Skywalker. Esta familia marca el norte de Star Wars. Son oriundos del árido planeta de Tatooine, es decir: Tatooinenses, si de gentilicios se trata. Ojo, pedimos el favor de no pensar que Tatooine es el planeta de Tatú, el de La Isla de la Fantasía. No hay que ser hereje, ni mezclar peras con manzanas.

El punto es que Luke y Leia no nacieron en Tatooine. Ellos nacieron en ese planeta de lava en donde su padre, Anakin, quedó muy maltrecho tras pelear con Obi Wan. De igual forma, la bella Padme perdió la vida. Nada pudo hacer la tecnología de la época por salvarla, no en vano, ante el mal de amor no hay cura que valga.

Sobre la familia Skywalker se han escrito muchas cosas. Cada fan tiene el derecho de adaptar su historia y ha sucedido. Pero el sensei de todos los Jedis, el señor George Lucas, ha advertido que él prefiere alejarse de tanta especulación y pasión. Pero hay un punto claro y el mismo Lucas lo fijó en su libreto: Padme conoció a Anakin cuando él era un niño y ella era una “teennager”. Luego Anakin es “teenager” y Padme es casi una “milf” y ahí fue que La Fuerza consumó el asunto. Veterana con pelao, Marbelle con sus mil chicuelos o Lady Noriega de cacería, llámelo como quiera, pero gracias a eso existen Luke y Leia, ah, y Vader.

Pero hay películas que gustan y otras que se llevan tatuadas en el alma. Star Wars marcó por siempre pero el puritanismo lo llevamos quiénes vimos las versiones originales de los episodios IV,V,VI. Luego llegaron las remasterizadas y la precuela con los episodios I,II y III. Pero es tan grande el poder de esta saga que la historia cautiva, envuelve y marca sin necesidad de conocer el antes. Sin saber, por ejemplo, antecedentes del por qué Vader es tan Vader sabiendo que era tan Skywalker. Uno a sus 8, 9, 10 o 12 años, le hacía barra a Luke para que conquistara a Leia, sin saber después que eran hermanos ¡De qué menudo incesto nos salvó el gran Han Solo! Con Star Wars no era necesario saber el antes para llegar al después. En cada escena La Fuerza enamoraba, el Lado Oscuro cautivaba. Sí, uno iba por los rebeldes pero en el fondo quería que ese tipo con pinta de samurai, que vestía todo de negro, tuviera el chance de ganar. Hablo de Vader.

En La Nueva Esperanza (Episodio IV) estuvimos en el abrazador calor de Tatooine, el Imperio Contraataca nos recibió con el frío de Hoth y el Retorno del Jedi nos puso como Robin Hood en bosques, no de Sherwood, sino dela luna de Endor.

La Millenium Falcon, la nave de Han Solo que solo él y Chewbacca consideran la “más veloz de la galaxia”, le parece fea a la Princesa Leia, a Obi Wan y a Luke. Pero para nosotros, esa figura plana, que luce como arepa con un corte en la mitad, es la joya de la corona. No hay un aparato volador más famoso en Star Wars que “El Halcón Milenario”.

Todo lo anterior nació en un cerebro en mayo de 1973 cuando George Lucas empezó a escribir el sueño de La Guerra de las Galaxias en un cuaderno amarillo. Hasta ahora el cine de ciencia ficción tenía a Godzilla, la Guerra de los Mundos de Orson Welles y 2001, Odisea del Espacio y el panorama era parecido: terrícolas vs aliens. Pero el gran George Lucas fue un innovador y como todo innovador fue rechazado. Le cerraron las puertas en Universal y United Artist, y fue en la 20th Century Fox donde encontró apoyo. Nada fue fácil, superaron obstáculos, la premier se pospuso por seis meses, Lucas tuvo que estar al frente de cada detalle, tuvo un equipo ingenioso y, para la época, la cuestión a nivel de efectos especiales estaba cruda. Incluso, varios efectos de la película están patentados y se inventaron exclusivamente para la saga. Las naves se construyeron en miniatura y otras en tamaño real, la Estrella de la Muerte realmente existió en un estudio en Londres. Todo ese coctel hace grande esta película. Y me refiero a las tres primeras, porque las precuelas, que llegaron 16 años después, emocionaron a cualquier fanático pero ya con cabeza fría, uno dice: “No, nada qué hacer, no dan la talla”.

Episodio I es una especie de colcha de retazos que trata de explicar cosas. Hay ciertos halos de nostalgia, las naves son insípidas, y, salvo Darth Maul (que muere rápido), la presencia de la bella Natalie Portman (siempre es un plus) y ver a Anakin de niño, la cosa no pasa de ahí.

Luego llega El Ataque de los Clones y la cosa se puso peor: simplemente es floja. Uno la ve por amor a Star Wars. Ha sido el descache de los descaches: cero mística, malos realmente malos y no por maldad sino por flojera, diálogos tontos, efectos mediocres, trama superpuesta. Casi que la película se pudo llamar: A los fans les va a dar un ataque.

Pero la cosa mejoró con Revenge of the Sith. La historia retomó el norte y el final, los últimos 40 minutos de la batalla de Obi Wan Kenobi y Anakin, y el por qué y el cómo Darth Vader termina convirtiéndose en Vader, es: épico.

Ahora llega el Episodio VII y La Fuerza y El Lado Oscuro indican que se viene algo espectacular. Bajo la administración de Disney y la conducción de J. J. Abrams, lo que se ha visto: trailers, el mercadeo, las hipótesis, ver a Han Solo, Leia y Chewie de nuevo, en fin, todo, todo pinta hacia una epopeya “starwaresca”.

El 17 de diciembre es navidad, no es el 24. Ese día hay que ir disfrazado al cine, hay que llorar cuando retumbe la música de John Williams, hay que volver a ser niño. Esa es la magia de Star Wars, su principal virtud: una saga que jamás nos hace olvidar que somos niños. Los dejo, me voy a jugar con mis muñecos de Luke, R2D2, Han Solo y demás personajes y naves ¡Que La Fuerza siempre esté con ustedes!

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