16 de febrero de 2007

Viaje al infierno (Exclusivo online)

La Divina Comedia (del siglo XXI)

(Exclusivo online)

Por: CARLOS LLERAS DE LA FUENTE
| Foto: CARLOS LLERAS DE LA FUENTE

Dante Alighieri nació en 1256 en Florencia y murió en 1321 en Ravena, a los 52 años de edad, habiendo dejado numerosas obras de las cuales este cronista sólo ha leído dos: La Vita Nuova (título que utilizó Pamuk) y La Divina comedia.

De esta última tenía mi padre una bella edición (que se llevó algún pariente) y con ella aprendió italiano recurriendo al diccionario cada vez que no entendía alguna palabra; y, por cierto, aprendió, lo practicó luego durante más de un año que vivió en Roma (en medio de numerosas visitas a diversos países) cuando, ya salido de la presidencia, preparó para la FAO un importante estudio sobre reforma agraria en el mundo.

Yo leí a Dante en español y no sé italiano, dos factores que me privan de hacer eruditas citas en lengua original, solamente por descrestar calentanos.

De todos modos, un poco más allá de la mitad de mi vida me encontré en una selva oscura (Colombia para mí, exilio político para Dante) con SoHo que me convenció sin mucha dificulta de que escribiera sobre el tema que sirve de título a estas cuartillas, que coinciden con los 700 años de haberse terminado El Infierno.

¡Cáspita! Me dije después, en qué me he metido; el florentino era un hombre de avasalladora cultura que abarcaba desde los escritos latinos de Horacio y Ovidio hasta los de sus contemporáneos; en teología, era tomista y en política “blanco”, agrupación que estuvo siempre enfrentada a los “negros” a quienes protegía y ayudada el papado y cuyo triunfo le costó a uno de los más grandes poetas de la humanidad vivir en el exilio hasta su muerte, después de que en Florencia él y su hijo fueron condenados a la pena capital.

Qué vida agitada la de Dante: guerrero, político, prolífico escritor, esposo infiel al menos de corazón, y amante eterno de Beatrice, fallecida en 1290, bella mujer que le sirvió de inspiración para su obra maestra. Recordemos que en uno de los tres cantos de la Divina Comedia (Infierno, Purgatorio, Paraíso) encuentra a su amada y sube con ella al Paraíso.

Dante había sido muy influenciado por La Eneida (yo la leí sin mayores consecuencias en el desarrollo burgués de mi existencia) y por ello Dante recurre a Virgilio, quien lo guía por esa extensa peregrinación maravillosa.

He de confesar que si se me hubiese propuesto escribir sobre el Paraíso, estaría en problemas primero, porque no estoy bien seguro de que existe, segundo, porque tampoco lo estaría sobre sus moradores ya que pienso que buena parte de la humanidad debe estar en el infierno, si existe.

Ahora bien, en el siglo XIII no se le había ocurrido a la Iglesia Católica, tan prolífera en la creación de mitos y falacias que nacen en el seno del Concilio de Nicea convocado por Constantino, eliminar el Purgatorio, como sí lo hizo hace pocos años, junto con el limbo, dos lugares más contrarios a los derechos humanos que Guantánamo.

En estas circunstancias he de suponer que se eliminaron todas aquellas oraciones por las benditas almas del purgatorio (?) que si fueran benditas en verdad tendrían que estar en el cielo. Agreguemos que nunca nadie rezó por las almas que se suponían estaban en el limbo, comenzando con la del primer homus erectus y nutriéndose indefinidamente de paganos sin bautizar.

La realidad de estos cambios es que para los creyentes con fe ciega, es decir, para los irracionales, no quedaron sino dos lugares donde podrían estar sus seres queridos: el paraíso y el infierno.

Esta verdad de a puño golpea sin duda la gran obra maestra que ahora nos inspira y elimina de un tajo la tercera parte pues cada uno de los tres grandes temas está dividido en 33 cantos, cada uno con número casi igual de versos a los otros dos.

Pues bien, además de este atentado literario debemos mencionar el pictórico pues desaparece la existencia de tanta obra de arte donde esas tristes almas, que como los sindicados colombianos tienen que esperar años para el juicio final, ya no están donde los pintores los pusieron.

Y, he aquí, que de paso se acabó el juicio final y el Apocalipsis de San Juan: si al morir un ser humano, y en el preciso momento de su muerte el alma va al cielo o al infierno, y de ninguno de los dos lugares es permitido salir, ¿a quién iría ese Dios vengador que parece más Jehová que Jesucristo, a juzgar? Cuando no hay sindicados, no hay juicios y el Dios en el cual yo podría creer no necesita tener almas en el purgatorio, sin definirles su situación jurídica, pues de antemano sabe adonde irá cada cual. El show que montó San Juan, se vino al suelo.

Pero simultáneamente se vinieron al suelo las misas de difuntos, los nueve días de rosarios y otros actos paganos que los curas han cultivado con esmero.

En efecto, si en el momento de la muerte el alma va derecho al lugar que le corresponde, cielo o infierno, el mismo Réquiem, o sobra, porque el difunto (o su alma) ya está en el cielo donde no lo van a mejorar de nube, o no sirve para nada pues el miserable ya se encuentra en alguno de los nueve círculos que imaginó Dante y dibujó preciosamente Doré y macabramente Hyeronimus Bosch a final del siglo XV y comienzos del XVI.

Bosch pintó, precisamente, el Paraíso y el Infierno; en el primero, las almas jubilosas atraviesan un túnel (¡ojo!) que al final está iluminado por la luz eterna, mientras que en el descenso al infierno, las almas van empujadas por los demonios, lentamente, hacia el abismo sin fondo.

Es curioso, pues, que en este momento de la historia no haya habido purgatorio, porque Bosch lo habría pintado; de hecho el flamenco pintó el paraíso terrestre donde las almas viven en compañía de los ángeles.

En el magnifico Jardín de las Delicias, delante del cual he pasado horas en el Museo de El Prado, Bosch ocupa un panel del tríptico con el Paraíso Terrestre después de la creación y, no lo sabemos con certeza antes del pecado original; el otro panel está dedicado a los placeres de la carne, en todas sus formas y variedades y el tercero representa el infierno, de la manera más aterradora.

Por último, El Juicio Final que también admiré largamente en el museo de la Academia, en Viena, muestra horribles tormentos pero contiene una contradicción que ya hemos señalado y que se excusa por la época: ¿a quién se está juzgando si el pintor sólo ha concebido un Paraíso Terrestre, uno Celeste y el Infierno?

Charles de Tolnay, que publicó un magnifico libro ilustrado sobre Bosch, al comentar sus pinturas del Paraíso y el Infierno habla del ”sentido universal de esta ‘Divina Comedia’ que Bosch termina con el más hermoso incendio que se haya pintado”, de manera que esta comunión del pintor flamenco y el poeta florentino no es un invento forzado por este cronista, como no lo es la descripción de los tres grandes temas de Dante (Purgatorio, Infierno y Paraíso) y los únicos dos que Bosch recoge: infierno y paraíso.

Pero llegando a este punto y previo análisis de la Colombia actual, no deja de venir a mi mente el constante trabajo de Lucifer y de sus capataces para mejorar y ampliar los lugares de reclusión de alta seguridad, para lo cual debe tener un capataz de obras públicas mejor que el Ministro Gallego pues de estar éste dirigiendo las obras, el demonio andaría buscando lugares en arrendamiento temporal para atormentar a sus inquilinos, hipótesis inimaginable.

La realidad es que hay numerosos capataces que con el “cat o’nine tailes” que llamaban los marinos ingleses a estos látigos de nueve puntas en metal, y tratándose de mano de obra barata, despreciable e inmortal, debe sacar trabajadores del seno de cada uno de los nueve círculos para que trabajen estimulados por el dolor en la ampliación que implica la no existencia del purgatorio ni del limbo. ¿Dónde estará Petronio, el árbitro de la elegancia, dónde Sócrates, dónde los sofistas, dónde los suicidas que incluyen a los llamados “mártires” católicos de los primeros siglos que iban a donde los romanos a pedirles que los crucificaran (San Pedro) o que tuvieran la bondad de dejar que se los comieran las fieras traídas de África para ese efecto? (Esa frase muy colombiana de que “se lo comió el tigre” tiene sus profundas raíces en el Coliseo Romano).

Pero bien, no hay duda de que mucho español que por aquí anduvo – con o sin descendientes – está en los infiernos (plural que nace de los nueve círculos que imaginó Dante) y que durante la colonia, la independencia y la República, sobre todo en los últimos 35 años, el numero se ha incrementado exponencialmente.

Aquí me detengo: ¿Qué hago yo inspeccionando el infierno, sin Virgilio de guía, como lo tuvo Dante, y sin el aliciente de encontrar a Beatrice? No deseo atravesar la laguna en la barca de Caronte ni enfrentarme al cancerbero pues mis relaciones con las mascotas se interrumpieron hace por lo menos veinticinco años.

La imaginación tratará de sortear sola los obstáculos e iniciamos un breve recorrido sin final feliz, sin vita nuova y reconstruyendo de memoria apartes de la Divina Comedia después de casi cincuenta años de haberla leído.

Me sumí entonces en lo que ahora se llama meditación profunda pero, a diferencia de los discípulos de yoga, no pude concentrarme en cosa alguna pues perdería la visión de conjunto del recinto infernal.

Dante nos cuenta cómo se oían los más tristes gemidos, los alaridos de dolor, los tardíos arrepentimientos de esas almas impías; yo agregaría que la visión celestial de sus familiares a quienes maltrataron, de sus enemigos a quienes calumniaron, torturaron o asesinaron (moral o físicamente), de los inocentes a quienes engañaron, de los pobres que pasaron hambre pues los pocos dineros destinados a su sustento fueron escamoteados en medio de la corrupción general, de los desplazados cuyas tierras robaron y que aun están en manos de los descendientes de esos malhechores que más pronto que tarde vendrán a hacer compañía a sus progenitores, y la de muchos otros bienaventurados que los observan con indiferencia (pues en la otra vida no existe el rencor) agranda y hace irresistibles los castigos que se ganaron por sus vidas licenciosas y perversas.

No pude seguir orden alguno; miraba un círculo, otro y otro más, sin parar mientes en el numero de cada cual; sin embargo, en la medida en que reconocí algunas cosas me calmé un poco y ante la enormidad del tema que me había impuesto, hice un esfuerzo metódico y resolví, además, no ocuparme de gente de otras nacionalidades porque resulta superfluo contar que Hitler, Goebbels y los demás asesinos nazis entraban y salían sin cesar de un horno crematorio y resucitaban de sus cenizas para ser cremados de nuevo. Pero, en fin, esto todos lo saben. He de aclarar aquí que Dante tuvo una gran ventaja: al no estar claramente tipificados los delitos de injuria y calumnia, se dio el gusto de poner en los varios círculos a personas que aun estaban vivas, respecto de las cuales tenia, en todas buena fe, la certeza de que al infierno llegarían.

En este grupo incluyó a uno de los papas, a políticos, usureros y gente de igual o peor laya. No podía yo darme este gusto aun cuando, regresando al tema, me parece que declarar que alguien acabará en el infierno y que no hay confesión ni indulgencia que valga, no sería calumnioso ni tampoco injurioso.

Fijé pues mi mirada en el noveno círculo y he de confesar que me engolosiné en su visión; se notaba que había sido objeto de obras de ampliación y, para mi sorpresa, tenía una placa (como la que ponen nuestros presidentes especialmente en las obras inconclusas) que identifica al que he de llamar sub-círculo. En efecto, del centro y en metal al rojo vivo, se leía “Justicia y Paz”.

He de reconocer que me sobresalté pues no creí que Satanás estaba realmente actualizado. En ese mar de llamas y perseguidos por monstruos que ni siquiera había concebido el mismísimo Hyeronimus Bosch, nadaban desaforadamente y sin poder esquivar los afilados dientes de sus verdugos, los Castaños, Mancusos, Mellizos, Jorges 40 y todos los demás paramilitares y narcotraficantes que tanto daño habían hecho a Colombia y a su gente, que nunca habían hecho una verdadera confesión de boca y muchos menos la satisfacción de obra respectiva.

No sé si será falta de caridad pero sentí una enorme alegría sólo empañada por el paso fugas de Luis Carlos Restrepo que gritaba sin cansancio “el que inocentemente peca, inocentemente se condena”. Casi sobra agregar que los diablos auxiliares, con enormes motosierras cortaban grandes pedazos a estos condenados en la medida en que pasaban en frente de cada una de ellas; el castigado tenía que perseguir el pedazo desprendido y colocarlo en su lugar en medio de mayores dolores.

Cerca de este sub-círculo vi otro, sin letrero alguno, de cuyo centro salía algo parecido a una pequeña escultura de Ramírez Villamizar, que simulaba una toalla agitada por el viento. No vi a nadie en la superficie y ello me produjo inquietud, pero pronto descubrí que, en ocasiones, algunas cabezas asomaban y eran ensartadas en puntiagudos tridentes que las consumían dentro del fuego, plagado según lo comprobé después, de alimañas selváticas y de bacterias infecciones que podrían a los condenados quienes luego se recomponían, todo ello en ese abismo sin fondo que no les permitía regocijarse de ver sufrir a otros. Distinguí en este grupo a los criminales de la FARC cuyo delito peor, el secuestro, los sometía a permanecer en el fondo del sub-círculo.

Agregaré que en el primer sub-círculo distinguí a varios miembros de la Fuerza Pública que habían colaborado con los principales condenados y, en el segundo, a esa misma categoría de almas que se habían ganado el castigo a punta de falsos positivos.

Numerosos miembros del Congreso de Colombia en los últimos treinta años compartían ambos círculos y los diablos jocosos, con todo el sentido del humor del que carecen los colombianos, los pasaban ensartados en sus tridentes del uno al otro.

El círculo octavo era un mar de sustancias fétidas que cubría a los condenados hasta los ojos de manera que por boca y nariz tenían que absorber ese atroz elemento. Miles de funcionarios del Estado, asesores en la sombra, intermediarios en negocios ilícitos y licitaciones amañadas, contralores deshonestos, fiscales incapaces o secretos cómplices de la corrupción, jueces que dejaron precluir los procesos, lobistas que ayudaron a estafar al pueblo, todos ellos y muchos más se confundían en ese enorme depósito de aguas negras. Justo es, pensé para mis adentros, puesto que la falta de Virgilio no me permitía hacer comentarios en voz alta.

Recordemos que Dante sí hablaba con los condenados que le contaban las tristes historias que los habían llevado a la eterna condenación; recuerdo mucho a la hermosa Francesca da Rimini que Tchaikovsky ayudó a inmortalizar en tristes melodías. No quise iniciar yo diálogo alguno porque, primero, conocía de memoria a los condenados, y, segundo, tratarían sin duda de echarle la culpa unos a otros, e inclusive a los bienaventurados, con lo cual estarían renegando una vez más de la justicia divina.

Y ésta, que no puede perdonar a quien no se arrepiente desde lo más profundo de su alma, había enviado al séptimo círculo a los curas pederastas, simoníacos y a los maltratadores de cónyuges e hijos indefensos a quienes los diablos jóvenes quemaban con planchas hirvientes, apuñalaban y daban tremendas palizas con sorprendente fuerza.

Curiosamente, como no hay purgatorio, al círculo uno se había enviado los cónyuges y los familiares que permitieron a aquellos pecadores obrar de tan repugnante manera y, por supuesto, a los fiscales, jueces y miembros de la fuerza pública que, habiendo podido frenar esos abusos, los habían perdonado o dejado pasar sin sanción alguna.

En ese mismo círculo, por razones que desconozco, estaban todos los abogados de la mafia, los consumidores de sustancias adictivas y las grandes figuras del derecho que so pretexto de que todo el mundo tiene derecho a un tratamiento justo, se las habían ingeniado para mantener en libertad a tanto malhechor o para hacer reducir la sentencia a nada, inclusive legislando desde el Congreso para ello.

En otro círculo, tal vez el quinto o sexto, estaban para su mayor castigo, todos los políticos que no habían defendido al pueblo sino sus propios intereses y los de amigos y validos que se habían enriquecido todos, en cargos diplomáticos, o recibiendo contratos y otras prebendas.

Era tanta la gente que empecé a sentir un extraño mareo y creo que a alucinar; mi visión ya borrosa creyó haber divisado un par de Monseñores, algún expresidente liberal y a Nacho Vives, a varios periodistas de conocidas familias, lambones o calumniadores y ¡Dios Bendito! a los mismísimos expresidentes de la década de los cincuenta del siglo pasado y a …. ¡No! No puedo seguir me dije y en la misma forma misteriosa en la cual había llegado, salí del infierno, para encontrarme en mi casa rodeado de los periódicos, revistas y libros de historia, con las fotografías de todos los gimientes que acababa de ver en donde creo que están o estarán muchos de quienes por ahora no quiero acordarme.

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