14 de diciembre de 2012

Opinión

Enamorado y loco… e internado

Si usted es de los que siente que Linda Palma es su amor platónico, tal vez se identifique con este articulo de Javier Uribe.

Por: Javier Uribe

Me han disminuido la dosis de barbitúricos y hasta permiten que reciba visitas los domingos. Como no vivo en el estado frenético y vertiginoso en el que llegué, ya no me atan los brazos a la espalda en las noches y no exagero si digo que el augurio de los psiquiatras es optimista. Cierro, pues, el año mirando a estas cuatro paredes pero enamorado, a plenitud, de Linda Palma. Encantado con su nariz cuando la arruga; del mechón con el que cubre sus lágrimas de emoción; y aturdido por el desparpajo con el que abre la boca para bailar con Carlos Ponce. Anuncio desde ya que cuando me den de alta me dedicaré a Linda, a impulsar su carrera artística, a candidatizarla a la mejor cola TV y Novelas, al mejor cabello Palmolive, al mejor cutis crema C de Pond’s y a la presentadora superchévere, como dice Andrea Guerrero.
—¿Por qué te gusta Linda? —me pregunta el psiquiatra.
—No todo lo que acaece se puede explicar —le respondo con aire filosófico—. Es un misterio como preguntarse ¿por qué el programa radial Noticias solo para ejecutivos lo oyen únicamente los taxistas? O ¿por qué el pueblo, al llegar al iluminado parque de la 93, dice: “Uy, esto está lleno de pueblo”? O ¿por qué todos se quejan del hacinamiento en TransMilenio y el fin de semana se enfiestan en una chiva? O ¿por qué en las propagandas de detergentes utilizan como empleada a una mujer negra que llaman Blanquita? No hay explicación inteligente. Como tampoco hay razón para mi enamoramiento.
—¿Sientes que cambiarías algo de tu identidad por Linda?
—Cedería todo, doctor, todo: ser hincha de Millonarios si fuera preciso. Por Linda sería capaz de ver cine colombiano en una sala de cine y no en Premier Caracol. Sería capaz de bailar YMCA interpretando con los brazos cada una de las letras. Sería capaz —tuve náuseas y una arcada vomitiva— de votar por Gerlein para un nuevo periodo en el Congreso.
—¿Linda te recuerda el enamoramiento materno?
—¡No sea enfermo, doctor! —reaccioné airado y con resquemor.
—Según el psicoanálisis, la madre es el primer y gran amor del hombre —el galeno se apresuró a aclarar.
—Me apena contradecirlo —volví iracundo—, pero no recuerdo haber estado enamorado de mi madre.
—Es un deseo reprimido que permanece inconsciente.
—No es posible, a mí no me gustan ni morenas, ni mayores. Me gustan más las mujeres de ojos claros, las arias. Me gustan las arias y las Aristizábal.
—Son represiones neuróticas, y su causa tiene que ver con la sexualidad.
—Pero, doctor, encerrado como estoy, lo más cercano a un encuentro sexual fue la requisa de seguridad de la que fui víctima a la entrada de la Montserrat.
—Me refiero a tu sexualidad en la infancia.
—¿En la infancia? Pero en la infancia no me comí ni lo que me echaban en la lonchera: sánduche de huevo. Ah, seguro eso fue lo que me hizo desenamorarme de mamá, ¿no cree usted?
—Mira, no tengo tiempo de explicarte la teoría freudiana en este momento —el psiquiatra se tomó uno de mis calmantes—. Por ahora me interesan tus sueños. Los sueños son la realización directa de los deseos y las manifestaciones reprimidas.
He soñado y mucho. Con Linda. Declarándole mi amor. Como Maurizio Mancini a Julieta Piñeres; él la llevó al Central Park en Nueva York y le propuso matrimonio en la pista de hielo. Yo, con mi salario de columnista, no podría hacer eso. En mi sueño la llevo a ver los arreglos navideños de la peluquería Norberto y le declaro mi amor en uno de los trineos. Luego nos tomamos varias fotos con el celular. Y luego cerramos con unos tragos de sabajón. En una chiva.
—¿Crees estar preparado para asumir un compromiso con Linda?
—Nunca había imaginado uniendo mi vida a nadie. Esta vez, en cambio, he soñado con una ceremonia muy sencilla. Presidida por el sacerdote Ricardo Montaner, quien, como a sus pupilos del programa, nos pondría la mano en la frente, e invocando la divinidad de dios, nos uniría con el sagrado vínculo matrimonial. Los pajecitos, como es obvio, serían los hijos de Montaner que lo acompañan a todas partes, como a Paris Hilton sus perritos pincher de cartera. La música estaría a cargo de alguno de los competidores de La voz eliminado en la primera ronda para ahorrar costos. Como Linda es del Llano, habría una ceremonia de coleo, donde yo podría intentar una vuelta campana con caída de costillazo con alguna res. Las demás reses se las dejo a Ponce para su colección. Luego cerraríamos la celebración en algún hotel, Linda y yo haríamos el check in y, sin pérdida de tiempo, me dirigiría a sus zonas húmedas. Me refiero a las del hotel, por supuesto.
—¿A qué le temes?
—A temer —respondí contundente y certero. Luego me corregí—. La verdad le temo casi a todo, doctor —se me aguaron los ojos y amenacé con desplomarme.
—¿A qué le temes de tu relación con Linda? —puntualizó.
—A terminar mal. Me rompería el corazón que ella algún día me escribiera lo que Valerie a Juan Manuel: “No me interesa tu arrepentimiento, eres una rata. Me envolviste de una forma asquerosa, eres un sucio, mentiroso, de lo peor”.
—¿Por qué crees que pasaría algo así contigo?
—Porque soy asqueroso, sucio, mentiroso y de lo peor…
Entré en ese segundo en un ataque de histeria masculina. Varios hombres tuvieron que reducirme y amarrarme. Me rompió el corazón que no permitieran la visita de mi mamá ese domingo.

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