12 de junio de 2008

Opinión y política

Qué fácil es tachar de facho o mamerto a todo aquel que no esté a favor de lo que uno piensa.

Por: Antonio García Ángel
| Foto: Antonio García Ángel

Cuando opina de política, el deber del columnista es ser inconforme. Su función es estar alerta, cuestionar, preguntarse todo el tiempo si las cosas están bien, señalar las fallas y oponerse todo el tiempo a la voluntad de dominación que pretenden los caudillos, los patriarcas y los políticos en general. El escritor argentino Mempo Giardinelli dice que un intelectual debe estar siempre a la izquierda de la derecha y a la derecha de la izquierda. Coincido con él. Creo que la materia prima con la que opera un columnista es, el sentido común, la civilidad, la búsqueda incansable de la democracia.

Esa labor, en sociedades polarizadas como la nuestra, muchas veces genera reacciones de inusitada violencia. Basta ver los insultos, veladas amenazas, ofensivas conjeturas y vinculaciones a paras o guerrilleros en los foros de periódicos y revistas, para darse cuenta de que es más fácil ser un opinador complaciente, que no levante ampolla y busque siempre un aura mediocritas a ultranza, es más sencillo refugiarse en un centro que esconde, en realidad, falta de agallas. No olvidemos que Dante reservó el vestíbulo del infierno a quienes nunca se comprometieron, que fueron neutros, no fueron odiados ni amados por nadie. Ese es el peor castigo, pues no pueden ir al cielo por haber sido indiferentes, pero tampoco al infierno porque no cometieron un pecado, por ello no tendrán su segunda muerte o juicio final y su condena es eterna. Aunque no esté de acuerdo con los puntos de vista de algunos colegas, valoro su capacidad para asumir con entereza y valentía las reacciones adversas, su aguante frente al odio visceral de las barras bravas que asolan los foros de opinión.

La independiencia siempre está chocando con los prejuicios y odios enconados de quienes quieren que todo sea blanco o negro, que no aceptan matices ni están dispuestos a reconocer las equivocaciones que pueda cometer su comisario político, que creen en el juicio infalible y la indestructible virtud de su mandamás. La descalificación más descerebrada y acrítica de todas consiste en suscribir al opinador a la facción armada y extrema afín a su reflexión: si es uribista, paraco, y si es antiuribista, guerrillero. Y así, tan campantes, todo resuelto. En el gobierno se fomentan este tipo de visiones maniqueas y simplistas, bien sea porque al Presidente no le gustó lo que dijo Daniel Coronell o Iván Cepeda, o porque a su asesor le parece que Anncol y Semana son más o menos la misma cosa. De igual manera, flaco favor le hacen al análisis las columnas delirantes y paranoicas de quienes ven conspiraciones hasta debajo de las piedras; qué facil es tachar de facho o mamerto a todo aquel que no esté a favor de lo que uno piensa.

Es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el ojo propio, por eso aprecio a los columnistas que son capaces de autocrítica, reconocen cuando se equivocan, se atreven a señalar las cosas malas de los políticos afectos a su punto de vista. Por eso es mejor Salud Hernández que Fernando Londoño, por eso prefiero leer a Antonio Caballero que a Felipe Zuleta. No me gustan los columnistas monolíticos, estrechos de miras, que van fijos en un riel ideológico y sin posibilidades de descarrilarse; son predecibles, uno sabe de antemano que evitarán ciertos temas espinosos o se referirán a ellos como un burdo complot orquestado por el bando enemigo, pues para ellos no hay contradictores sino enemigos. Estos tipos están hechos del mismo material que los políticos recalcitrantes, son tan obtusos como los Robledos y Obdulios, los Borjas y Uribitos, los Dussanes y Benedettis. Ellos me interesan tanto o menos que los periódicos oficiales y las publicaciones de los partidos políticos.

El poder es corruptor, por eso hay que mantenerse a cierta distancia de las fuentes, no vaya a ser que el periodista termine siendo un mero megáfono de los mensajes que interesan al político de turno, un escuálido portavoz de la oposición o la Casa de Nariño. Y, por último, es necesario defender a toda costa la libertad de expresión, aunque esta opinión sea delirante y sesgada. El poder, cuando no puede cooptar, trata de callar a los periodistas. Por eso defiendo a Alfredo Molano frente a las recientes tentativas de silenciarlo, aunque lamento que él, en su momento, haya justificado y celebrado el cierre de Radio Caracas Televisión.

Opinión políticos colombianosEscándalo políticoPolíticos PolíticaEntretenimiento