21 de noviembre de 2014

Entretenimiento

Un partido de fútbol visto por Virginia Mayer

Ojalá que lluevan meteoritos para que se cancele el resto. Esto en vivo es tan aburrido como en televisión.

Por: Virginia Mayer

Primera vez en El Campín. Luego de subir escaleras oscuras, lo primero que veo cuando entro a la zona iluminada es una enorme nave espacial. Un ovni tan grande como un estadio de fútbol. Poderosas luces blancas que iluminan como lo haría una estrella. Huele a chorizo. Las rayas sobre el pasto parecen recién pintadas. Hasta el pasto parece nuevo.

Primera pregunta: ¿dónde está la barra brava? Al fondo. Ya llegaron todos. Alguna vez los vi marchando por las calles alrededor del estadio. Columnas de humo negro elevándose sobre sus cabezas, armados con sus banderas rojas. Miedosos. En El Campín los oigo rugir y pienso en leones. Entonces veo en la cancha a un león con una mano en el corazón —como si le doliera—, y me entero de que es la mascota del equipo local.

Más hinchas de rojo frente a donde yo estoy sentada, y entre ellos la mamá de todas las trompetas, la bocina de la nave espacial. No veo hinchas del equipo visitante, y la barra brava continúa rugiendo como si con ello calentaran el estadio.

Un señor con una voz que rechina y empalaga da la bienvenida en los parlantes y sus palabras retumban entre las sillas rojas y amarillas. Hay cierta emoción intentando meterse en mi alma, pero no lo voy a permitir.

Los jugadores de ambos equipos practican en la cancha, sus guayos amarillos y naranja neón brillan como si también fueran nuevos. Los visitantes tienen puestas chaquetas de invierno y los locales están de camiseta.

Cuando salgan las porristas, se habrán olvidado de sus culos. Todas pelinegras, pelos largos y lisos. Se mueven con menos gracia que la que tenía Britney Spears cuando volvió a los escenarios luego de su ataque de locura. Siento vergüenza ajena. Son tiesas, tampoco deberían llamarse bailarinas. Les falta emoción, hacer pirámides peligrosas y lanzarse desde lo alto. Nada. Y el himno de Bogotá —que jamás había oído— comienza como si se tratara de una película de terror y termina gritando: ¡Santa Fe! ¡Santa Fe! ¡Santa Fe!

En el palco en el que me encuentro la gente no canta ni suenan bocinas. Nadie grita groserías, nadie ruge. Ya no huele a chorizo.

Encima de nuestras cabezas, mariposas blancas de todos los tamaños invaden las luces. Algunas aterrizan sobre la gente que ni cuenta se da por estar mirando el partido. Entonces aparece una mariposa grande como una mano, volando entre nuestras cabezas y asustando a algunos pocos desprevenidos.

Fin del primer tiempo. Ojalá que lluevan meteoritos para que se cancele el resto. Esto en vivo es tan aburrido como en televisión. Me han dicho que tengo que probar el palito de queso, y cuando lo hago, a pesar de que huele a queso, no encuentro el queso. Se acaba el descanso.

Segundo tiempo. ¿Ya se terminó? Cruzar los dedos para que no se vaya a penales. Otra vez huele a chorizo. Atrás de los jugadores, atrás de las sillas y los hinchas se extiende Bogotá. Una vista de 180 grados tan impecable como la del universo en el Planetario. Me pregunto si en algún momento apagarán las luces para que podamos apreciar la capital de noche, cuando más linda se ve.

Todo el estadio se emociona cuando pareciera que algo va a pasar, todos se paran de sus sillas como autómatas y cuando no pasa nada, el mejor ruido de toda la noche: se siente como si al mismo tiempo todo el estadio recibiera un puño en el estómago.

La barra brava canta como un coro que ha practicado, me emocionan. Podrían hipnotizarme con sus brincos hacia arriba que parecen haber sincronizado. Cantan como si se hubieran acabado de lavar los dientes. Por otro lado, los hinchas frente a mí, también locales, cantan otra canción, y yo cuestiono cómo es posible que no estén coordinados, si llegaron a ver al mismo equipo.

Me quedo mirando las luces más altas y cuando cierro los ojos aún las veo. Cuando vuelvo a abrirlos ya no veo nada. Estoy ciega. Se oyen los pitos y bocinas. Hay más ruido que en la Caracas.

Se acabó el partido. Primero dejan salir a los hinchas de los visitantes, y así dejo de preocuparme, no va a haber pelea de cuchillos a la salida.

Ah, eran Santa Fe y el Junior. Ganaron los bogotanos uno a cero. Pero no conozco los detalles.

 
 

Versión Hombre/Versión MujerVirginia Mayer EntretenimientoFútbolEstadio El Campín

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