5 de diciembre de 2018
Mujeres
El lenguaje del cuerpo
Serena, silenciosa y reflexiva. Viña Machado conversó con SoHo y dejó ver su lado más íntimo, el de una mujer que trabaja día a día por trascender y encarnar personajes reales y convincentes. Conózcala más y de paso disfrute de estas espectaculares fotografías.
Por: Nicolás Rocha. Fotos: Camo
Virginia María Machado llena cualquier espacio. No importa si es un café al norte de Bogotá, el asiento trasero de un taxi o un teatro vacío. Sus piernas inundan el lugar como jugando a ser río y su mirada, fuerte y versátil, se transforma a medida que la tarde avanza. Son las siete de la noche y la samaria, tras una hora de conversación, empieza a hablar de su vida. “Crecí en una familia muy numerosa, éramos muchos pero poquitos en una casa muy vieja en el centro de Santa Marta…”, dice repasando ese instante en que no era ni la actriz, ni la supermodelo, sino Viña, la niña que se escapaba a la tienda La Meta para leer cuentos e historietas y andaba con cuaderno y lapicero bajo el brazo.
La modelo que desfiló para Chanel, Loewe, Ferragamo, Max Mara y Prada no siempre fue la imponente trigueña que hace ver su metro setenta y siete como si fueran tres. De pequeña, recuerda estar parada al lado de su hermana más blanca, de cabello liso color Coca-Cola y sentirse como la flaca medio desgarbada a quien su madre le decía que le iba a salir joroba por andar escondiéndose y a la que le “echaban tierrita” por no ser contendiente a un reinado. Desde ese momento Viña aprendió a burlarse de sí misma, a no dejar que ningún comentario le hiciera daño y nadie definiera lo que debía ser.
La ‘payasa’ con el rostro salpicado de pecas que nadie veía en una pasarela se convirtió, rápidamente, en un ícono de la belleza latinoamericana. Su talento la llevó a México, Italia e Inglaterra y la obligó a templar el carácter lo suficiente para que el mundo no se la comiera viva. Pero para Viña había un siguiente paso, dejar los tacones a un lado y dedicarse a lo que le apasionaba: la actuación. Empezó a estudiar y se encontró con comentarios como “ay, a ver si la modelito sí sabe actuar. Es que no sé, tú no eres blanca, negra ni india, no nos da”. En ese momento se empeñó en demostrar lo contrario. Ensayando doce horas diarias y entendiendo cómo su cuerpo era el mejor instrumento para narrar historias, comenzó la metamorfosis que la llevó a encarnar a mujeres tan diferentes que parecía que no era la misma actriz quien las interpretaba.
No piensa en el tamaño de la pantalla, el formato o la plataforma en la que se va a ver su trabajo, para ella lo importante es siempre encarnar personajes verosímiles y reales. Ha pasado una hora desde que comenzó la conversación y Viña trae a la mesa a Sandra Medina, la agente del DPI que interpreta en La ley secreta y su cuerpo cambia. Su espina forma un ángulo recto con el piso y su rostro se convierte en el de una mujer atenta a su entorno con una mueca seria. Pronto aparece Brigit, la mamá de Yuri y María José Vargas en Lady, La vendedora de rosas, con la mirada esquiva y el lastre de una vida dura. Viña se transforma en una mujer pequeña, abrumada y con el peso en el vientre. Eugenia Upton, de La esclava blanca, con el pecho inflado y labios seductores aparece en escena robándose las luces y dejando sin aliento a más de un presente.
Viña crea una memoria emocional para cada papel que interpreta, muchas veces ayudándose con la música. Admira a Ridley Scott, aunque cada vez que menciona a Clint Eastwood sus ojos parecen derretirse. Meryl Streep en Sophie’s Choice o Kramer vs. Kramer es quizá su mayor referente a nivel profesional y confiesa que Amalia Lú Posso Figueroa le estalló la cabeza con sus relatos. Tiene un compilado de cuentos titulado Mi casa, que define como algo macondiano, un punto entre dos de sus escritores preferidos: Gabriel García Márquez y Haruki Murakami.
Para Viña el olor de la arena de la playa mojada por la lluvia es un fenómeno de otro mundo. Le gustan el vino, la ginebra, un whisky en la costa y una cerveza en cualquier lugar. La luz de sus ojos es su hijo, León, quien estuvo presente durante toda la conversación sin estar realmente ahí. Disfruta leerle Roald Dahl, Octavio Paz, Walt Whitman y Rudyard Kipling y no logra entender cómo Neruda, Nicanor Parra y José Antonio Machado fueron capaces de crear imágenes tan hermosas con sus letras.
Viña Machado, a quienes todos conocemos como Viña porque su hermana Vanessa la bautizó así al no poder poner la r junto a la g y la i, es una mujer de muchos matices. Imponente, sonriente y seductora, pero también sensible, tranquila y silenciosa. Una amante de Blade Runner y la escena en The legend of Nineteen Hundred en la que, acompañada de una canción de Ennio Morricone, Mélanie Thierry hace su entrada. Una mujer consciente y sobre todo congruente con su vida, su trabajo y su pasión. Ahora, días después de la entrevista, se encuentra rodando una película en Santa Marta escrita, producida y dirigida por Yuldor Gutiérrez. Dice no sentir las piernas y tener el estómago revuelto; son las 6:20 de la mañana, lleva tres cafés en media hora y aún no entra en escena.
Fotografía: Camo / Modelo: Viña Machado / Producción y Styling: Ana María Londoño, Santiago Herrera, Juan David Moya / Asistente De Producción: Camila Guio / Asistente De Luces: Boris Nieto / Maquillaje: Iety Gonzalez / Locación: Teatro Jorge Eliecer Gaitán-Idartes. Agradecimientos: Polite, Paula Mendoza, Popsicle Underwear.