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18 de diciembre de 2017

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El creador del iPhone (que no es Steve Jobs)

Andy Grignon es uno de los responsables del teléfono celular más vendido de la historia. Sin embargo, asegura que este producto jamás debió existir. ¿Quién es este ingeniero al que alguna vez Jobs culpó de estar arruinando la compañía? Estuvo en Colombia y habló con SoHo.

Por: SoHo
| Foto: Esteban Vega

El 9 de enero de 2007, en San Francisco, California, Steve Jobs le presentó al mundo el primer iPhone de la historia. Ese día, frente a los centenares de periodistas que colmaron el auditorio y los millones de personas alrededor del planeta que observaban a través del computador, Apple reinventó el celular. El día anterior, Andy Grignon, el ingeniero sénior encargado de todo el sistema operativo del celular, fue por un camino alterno hacia Cupertino, ciudad sede de Apple, y decidió parar en la carretera que bordea el océano Atlántico. Incierto de su futuro, se tomó unos minutos para apreciar el paisaje y pensar un poco lo que había logrado. Le había dedicado dos años y medio de su vida a este proyecto, que le costó unos 20 kilos de sobrepeso y una petición de divorcio de su esposa.

Diez años después, Grignon no tiene problema en asegurar que el iPhone jamás debió existir. El ingeniero, hoy alejado de Apple, cuenta que cuando se busca lanzar un producto nuevo, lo más lógico es agarrar la versión vieja, hacerle mejoras al diseño y al software y listo. Pero el iPhone era algo totalmente nuevo. Tocaba empezar de cero y, pese a tener como base principal el iPod, todo era diferente: desde el chip hasta el sistema operativo. Además, pese a que nunca se lo comunicó a sus empleados, era obvio que Jobs había apostado toda la empresa en este producto. De haber sido un fracaso, una cosa era bastante clara: Grignon sería el principal responsable. 

Andy Grignon nació en Lake Forest, Illinois, un pequeño pueblo de unas 20.000 personas al norte de Chicago, reconocido por sus enormes propiedades con vista al imponente lago Michigan. Ahí creció y empezó su curiosidad por el mundo de la informática. Por eso decidió estudiar Ciencias de la Computación en la Universidad de Iowa, una de las mejores en Estados Unidos con ese programa. En 1995, durante el último semestre, consiguió una práctica en Apple como desarrollador de aplicaciones web. Su distinguido trabajo creando un software para videoconferencias hizo que la compañía lo contratara de planta como ingeniero desarrollador. Ahí estuvo tres años en el equipo detrás de QuickTime, una plataforma multimedia y reproductora de videos que aún sigue vigente. Luego salió, pasó cuatro años desarrollando softwares en distintas compañías pequeñas y regresó a Cupertino en enero de 2002.

Allí empezó a hacer un poco de todo: lideró el equipo encargado de crear el ?software para videollamadas, supervisó el lanzamiento de algunas versiones de Mac OS —el sistema operativo de los equipos de Apple— y fue uno de los responsables del software detrás del iPod. En 2004, luego de finalizar con la creación de dashboard para Mac —la pantalla de acceso rápido a las aplicaciones del computador—, Grignon quería otro reto y la oportunidad no pudo ser mejor. Tony Fadell, el cerebro detrás de iPod, lo invitó a hacer parte de un proyecto nuevo de producto bajo dos estrictas condiciones: no podía decirle a nadie y no contaban con el apoyo de Steve Jobs. Ese producto, por supuesto, era el iPhone.

Fadell sabía que a Jobs —pese a aborrecer a las compañías telefónicas— cada vez le sonaba más la idea, así que a escondidas armó el equipo que empezó a desarrollar un primer prototipo con Grignon como responsable del software. En principio, el concepto era sencillo: ponerle Wi-Fi y una tarjeta SIM a un iPod y así lograr que tuviera la capacidad de recibir y realizar llamadas y mensajes de texto. Funcionaba como los viejos teléfonos rotatorios: con la rueda del iPod, se marcaban los números y las letras. Nada de pantalla táctil. Fue un desastre y Jobs, lógicamente, lo detestó.

Trabajar con Jobs o, más bien, “para Jobs”, como dice Grignon, nunca fue fácil. El fundador de Apple era una persona intensa, complicada y temperamental. Era habitual verlo molesto, maldiciendo por los pasillos de la compañía y, por eso, era necesario intentar no tomar nada personal ya que podía arruinarle la carrera a uno si lo deseaba. “Son muchos los que piensan que Jobs era un tipo sencillo, pero no era así. Lo que pasa es que perfeccionó la imagen que quería demostrar”, cuenta Grignon, quien recuerda que Jobs parqueaba su Mercedes-Benz en el estacionamiento de minusválidos y era la única persona de la compañía que no cargaba su carné. ¿Por qué? “Para que todos le abrieran las puertas”. ?La relación entre ambos nunca fue buena, incluso el CEO, durante una reunión en la que no estaba de buen humor, le puso a Grignon el apodo de Fuckchop —una palabra que no tiene traducción al español, pero que es un fuerte insulto—. Grignon decidió aceptar el apodo, tanto así que, a modo de chiste, lo puso en su tarjeta de presentación y así quedó por unas semanas. Jobs también lo llamó en varias ocasiones dumbfuck, fat fuck e incluso una vez le aseguró que él solo estaba arruinando la compañía. 

Grignon nunca lo tomó personal y quizá eso, en gran parte, contribuyó a su intensiva búsqueda de lograr un producto revolucionario. El fracaso del primer prototipo llevó a que Apple adquiriera una nueva tecnología para mejorar la interfaz de las pantallas y fue ahí que se pensó la idea de integrarle una pantalla LCD y un teclado táctil al celular. Desde entonces no hubo vuelta atrás: Grignon y su equipo configuraron un sistema operativo jamás visto en un dispositivo móvil. Un poco más de dos años después, Jobs, contento con el producto y seguro de que iba a cambiar la historia, se lo presentó al mundo. 

Grignon, además, ostenta dos récords curiosos que, aunque nadie le reconoce, recuerda con precisión. El primero es que fue la primera persona en ver porno en un iPhone: cuenta que cuando construyó el software de Safari obtuvo los permisos para ver cualquier página dentro de la empresa. Sin pensarlo mucho y sabiendo que era la primera persona en hacerlo, buscó una página pornográfica para probar la seguridad del aparato. Andy también fue la primera persona de la historia en recibir una llamada de un iPhone. Fue unos meses antes del lanzamiento, cuando sonó el teléfono de su oficina, pero como venía de un número desconocido decidió no contestar. Lo que no tenía idea es que eran sus compañeros, que emocionados le dejaron un mensaje avisándole de la histórica llamada. 

Tras el rotundo éxito del primer iPhone —alcanzó cuatro millones de celulares vendidos en su primer año—, Grignon abandonó Apple y se fue a trabajar en Palm con uno de sus antiguos jefes. Ahí estuvo unos años, desarrollando nuevos sistemas operativos. Hace poco se vinculó a JP Morgan Chase, una de las empresas financieras más grandes del mundo, como director de tecnología. Y aunque hace mucho dejó la empresa de la manzanita, este ingeniero tendrá para siempre el privilegio de ser uno de los directos responsables del que es, quizá, el invento más revolucionario del siglo XXI.

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